Número 19, 2024 (1), artículo 6


Reflexión ontológico-teleológica sobre la convergencia filosófico-teológica en la esencia del sufrimiento del plano vertical


Pablo Ruiz Rabadán

Estudiante de derecho en la Universidad CEU Cardenal Herrera. Elche, Alicante




RESUMEN
La lógica ha atribuido al hombre una finalidad, por obra divina o natural, si bien los planteamientos filosóficos y teológicos acerca de su perfeccionamiento son heterogéneos. En cualquier caso, es fundamental el sufrimiento, cuyo reconocimiento sirve de escalón hacia el amor, incluso como escalera de amor.


TEMAS
amor · Dios · esencia · felicidad · perfección · sufrimiento



1. Introducción

La necesaria convergencia del pensamiento filosófico y la teología se haya inexorablemente motivada por la exigencia que suscita solventar la naturaleza antropológica que se impuso allá por el siglo VI a. C, con el paso del mito al logos, y que reviste un nebuloso abismo de incertidumbre, a saber, sobre la determinación de si el fundamento del nacimiento del medio fue el hombre o si, por el contrario, fue el último quien se ajustó al primero.

Fruto de planteamientos dispares, se han alcanzado resultados igualmente heterogéneos. Por un lado, el hombre de fe nace, en lógica concatenación con la premisa de su creación a imagen y semejanza de Dios, con la materialización de la razón y la voluntad, de tal modo que el medio, esencialmente, encontraría su razón de ser en una evolución que alcanzase al hombre. No obstante, el hombre de ciencia, puede que surgiera antes, como fases preevolutivas del homo sapiens sapiens, es decir, con anterioridad a la expansión cerebral que motivó la aportación energética del consumo de carne, y a modo de carácter de reciprocidad, motivó de vuelta un progresivo aumento de inteligencia (Leslie C. Aiello y Peter Wheeler, o Arsuaga en España), entendiéndose por tanto que el hombre es resultado de la evolución del medio, pero no que el medio evolucionara para alcanzar al hombre.

Puede por tanto, y respectivamente, entenderse que el medio haya sido creado por y para el hombre, o, sensu contrario, el hombre para la lógica continuidad evolutiva del medio, pero es indiscutible, en sendas vías, que se halla en él.

Por ello, es objeto de esta reflexión la finalidad del hombre, presumida de inicios su existencia –y más adelante, corroborada–, con el ánimo de averiguar si se orienta hacia el medio físico por el que fue creado desde la perspectiva filosófica racional-materialista, o, si se orienta de modo contrario, hacia un medio metafísico que trascienda los límites del universo, desde la perspectiva teológico-cristiana.

Pero dentro de esta finalidad examinaré, a su vez y principalmente, el papel que juega el sufrimiento terrenal en la satisfacción del fin, es decir, si debe entenderse, respectivamente, como instrumento desalentador o como instrumento potenciador.

 

2. Lógica de la perfección de la finalidad como fin último

2.1. Lógica general de una finalidad

«La Biblia nos enseña cómo se va al cielo, no cómo va el cielo» (Galileo Galilei).

Es de infructuoso pensar, cuando menos, y valga a su vez como despropósito, vendarse los ojos a toda reflexión sobre la finalidad del hombre sin respaldo científico. La fides et ratio están indisolublemente vinculadas, si bien priman las consideraciones subsumibles a la primera respecto del estudio de la mencionada finalidad, por ser la filosofía y la teología, ramas que mueven nuestro interior para elevarnos a lo superior, las especializadas en dicha rama de conocimiento. De empeñarse en acogerse a una absoluta raíz científica, encargada de dar respuesta al interrogativo que plantea el «cómo», pierde sentido la finalidad del hombre, pues no es campo de estudio de la ciencia el «por qué» o «para qué», y como corolario evidente, sin prueba material y fehaciente posible sobre la finalidad del hombre por su misma naturaleza, se haría de suyo impracticable la búsqueda de respuestas y, por consiguiente, paralizaría su obtención.

Ello no obstante, entre la plétora de pensamientos que la maquinaria cerebral de grandes pensadores históricos y contemporáneos han aportado, unos ostentan mayor credibilidad que otros, por construir sus argumentos sobre la base de premisas más sólidas, premisas construidas por la lógica y evaluadas por el mismo método. Quien busca pruebas fehacientes ajenas a la mera lógica, derrocha el tiempo y el esfuerzo, pues es inalcanzable para el estudio de lo material aquello que se haya fuera de su órbita, de modo que debe indagarse en la búsqueda de la lógica más convincente, si se quiere poner de tal modo, y orientarse por teorías fruto del pensamiento filosófico o teológico, y no meramente científico, aunque pueda respaldarse en ello.

La teoría de la causalidad es el comienzo y eje de la primera premisa de la que parte mi construcción de los argumentos sobre la lógica de una finalidad, por ser una teoría apoyada tanto por científicos como por teólogos, religiosos y no religiosos, mediante el solo empleo de la lógica aplastante y la razón abrumadora. Su lema es que nada pudo venir de la nada, sino que todo tiene una causa anterior.

Evidentemente, todo ello conlleva un matiz, y es que también por lógica, es únicamente aplicable a las leyes del universo, pues extendiéndose en una reducción al absurdo ad infinitum, finalmente llegaría una causa primera, originaria, que no pudo tener causa anterior. De lo contrario se estaría afirmando que el universo no tiene principio, y por tanto que es eterno, si bien la ciencia, en plena compatibilidad con esta teoría, ya ha afirmado y reafirmado que el mundo tuvo un origen en una explosión de energía, si bien no me demoraré en estos procesos científicos sobre la teoría de la expansión y la concentración desde el Big Bang, por ser objeto de otro estudio pero de suficiente conocimiento general para no obstaculizar el desarrollo de este argumento.

Uniendo todo lo expuesto, es necesaria, desde la base científica como la teológica, una causa primera del universo, pero para ello, esta causa debe encontrarse fuera del mismo. De lo contrario, si siguiera sus reglas, sería, o porque es también universo, o que es de su misma naturaleza y por tanto también habría que buscar en ella una causa primera que haría resurgir la problemática de la no eternidad. Por ello solo se soluciona con algo, que cumulativamente, sea eterno y se halle fuera del universo, pues lo que está en el universo es temporal y tiene causas anteriores.

Nada de lo que hay en el universo, visible o invisible, pero que se fije por las leyes del espacio-tiempo, como una planta, o como derivada de las mismas leyes, como un ataque de ira derivado de una persona, tiene la propiedad de autocrearse. Cabe la reproducción, incluso la más elemental de células que se dividen ellas mismas para multiplicarse, pero sigue siendo una creación natural que requiere de un ser anterior. Nada aparece de la nada, desde la luz que proviene del Sol hasta la que proviene de la bombilla por una corriente eléctrica. Todo encuentra su origen común en un pasado remoto, pero si se considerase que ese origen aún pertenece al universo se caería en el mismo error, pues no por estar más lejos en el tiempo deja de regirse por las leyes de las cosas universales que no nacen sin causa.

De ahí señalo que el universo nace por una fuerza ajena al universo pero a la que este se somete, póngase por nombre Dios. Solo lo que tiene principio y fin tiene una finalidad, que es el transcurso de tiempo entre el período inicial y final de vida. El universo, ya hemos señalado que con base científica, tuvo un principio, y asimismo, se ha estimado en un futuro más que lejano su fin, con la necesaria explosión del Sol, como estrella que se va consumiendo. Lo físico tiene por tanto causa, y lo que tiene causa creada tiene consecuencia que motiva la causa.

Pero lo eterno, en tanto que no tiene principio ni fin, ni se puede hallar en el universo regido por el espacio-tiempo, no tiene otra finalidad más que la de ser, porque es causa primera. Y la causa primera –fuera del universo– existe porque está en su naturaleza eterna, mientras que lo creado –todo el universo– solo puede entenderse que tiene la naturaleza de existir por voluntad de la causa primera extrauniversal, pero no de suyo. Y la causa que motiva al causante a crear algo que no tiene razón de crear, necesariamente implica que esa consecuencia tenga la finalidad pretendida por la causa. Si se crea algo que no hay necesidad de crear es porque quiere crearse, por cualesquiera motivos, por lo que obedece a una finalidad, más o menos compleja, sea meramente por diversión o para un fin mayor.

Entiendo que si el universo, en tanto que creado, tiene una finalidad, sus partes también asumen esta propiedad. Aprovecho para evitar parecer que caigo en manifiesta falacia, señalando que no pretendo equiparar una propiedad de la cosa a su partes, pues un libro de tapa gruesa no tiene por qué tener páginas también gruesas, sino que equiparo sus finalidades en esencia, pues la tapa de un libro lo mantiene unido para leerlo ordenadamente y las páginas lo plasman por escrito para permitir esta misma lectura ordenada.

Con todo ello, se deduce desde la perspectiva teológica que el hombre tiene una finalidad y para ello fue dotado de razón y lógica, para alcanzarla; desde la perspectiva científica, acogiéndonos a la teoría más extendida de la evolución, de Charles Darwin, deduzco que si se evolucionó curiosamente de criaturas inferiores movidas por instintos, a una inteligencia superior que ningún otro animal alcanzó ni ha alcanzado, es por inspiración de aquella causa primera que actúa sobre su creación dotándola de razón, o porque la naturaleza hizo conveniente que el animal desarrollara de tal grado su mente para dominar el mundo por la citada ley del más fuerte de Darwin; efectivamente, el hombre ha dominado el mundo, así que, también efectivamente, cumple la finalidad perseguida que motivó la aparición de la inteligencia, bien atribuida por inspiración divina de la causa primera, o por evolución pretendida por la lógica de la naturaleza.

El cambio, por esencia, es indicio de finalidad, que promueve su movimiento.

Ello nos ha permitido, desde el comienzo de la humanidad, observar cómo todo a nuestro alrededor actúa, consciente o inconscientemente, con propósito de servir a la continuidad, por y para la vida en su conjunto. Desde el mosquito que forma parte de la cadena alimenticia de los pájaros, hasta el cuadro de arte que remueve las emociones interiores. El estado de consciencia es independiente, como se verá más abajo, porque la inconsciencia de la naturaleza no es más que una consciencia indirecta movida por conciencia anterior.

El hombre es un animal y, como todos, tiene instinto de supervivencia, de modo que se plantea a qué se debe la voluntad de vivir. Si se entiende, como se viene viendo, la muerte como el fin de la vida, es la que termina con el periodo intermedio, que es la posibilidad de desarrollar la finalidad. Pero se diferencia respecto de los animales, en tanto que solo hay muerte para quien tiene razón y poder de conocerla, pues es la que avisa la inteligencia para concienciar de la necesidad de hacer algo antes de llegar ese estado. Si no hubiera finalidad alguna, física o metafísica, ningún instinto de supervivencia se habría desarrollado por la inutilidad de continuar en el sinsentido.

El hombre tiene origen y final, y de ahí se conoce su todo, la humanidad, que tiene principio y final. Rechazar que conocemos la muerte es negar la utilidad de la inteligencia, y por tanto, si se apoya en la base científica de la evolución es ilógico que haya debido surgir la inteligencia por sí sola sin que ello mejore una especie, o desde el religioso, negar que Dios ha infundido razón en el hombre con un fin que lo diferencia de las demás criaturas es peligroso por desacreditar las intenciones de lo superior sobre lo inferior.

En cualquier caso, si el hombre hubiera existido siempre, no tendría esa evolución, sino que seria inmutable, porque la evolución supone un cambio que motiva esa continuación, de ahí que la idea de Dios no cambie, pues no tiene que evolucionar para cambiar para continuar, porque es eterno en su esencia. Eso implica que solo cambia o evoluciona lo que tiene origen, y si tiene origen tiene fin, pues no es eterno, como nuestro universo. Y hasta ese fin debe prolongarse. Y un fin general debe tener fines dentro que promuevan el general, que es el propósito de vida.

 

2.2. Lógica general de la perfección de una finalidad

Profundizando en las raíces etimológicas de la «perfección», hallamos el término latino perfectio, entendido como «acción y efecto de dejar algo completamente hecho y acabado». Una finalidad no perfeccionada es aquella que no está terminada, y no terminar lo que tiene por objeto terminarse, es decir, no perfeccionarse una finalidad para la cual se ha creado es, por naturaleza, incompatible. Por tanto, asumimos que la humanidad tiene una finalidad, y a su vez, un deber de realizarla.

A modo de ejemplo, un contrato de compraventa en el ordenamiento jurídico español, no obliga a ninguna de las partes a entregar la cosa o el precio hasta la «fase de perfeccionamiento del contrato», iniciada mediante el correspondiente consentimiento mutuo de obligarse.

Así como un lunático no hace desaparecer el Sol por rayar en su pared la palabra luna con insistencia, el hombre no va a hacer extinguirse su finalidad en esencia por ignorarla, negarla o rechazarla, pues bien se le ha dado, por la naturaleza o Dios, la inteligencia para conocerla. Por lo tanto, si el hombre tiene una finalidad que, en tanto que finalidad, debe perfeccionar o terminar para justificar la causa que la motivó, de quedarse en un escalón más bajo de perfección, la finalidad conserva su sentido, si bien inútilmente.

Dos son las corrientes por las que puede entenderse la finalidad del hombre, y si bien hasta el momento hemos considerado filosofía y teología como concepto unitario, a partir de este punto, cada una toma una vía concreta, si bien en ambas debe perfeccionarse, y en ambas juega un papel el sufrimiento como elemento material que le afecta, como postulo a continuación, distinguiendo filosofía y teología, respectivamente.

 

2.3. Metafísica

Numerosos son los planteamientos de reconocidas corrientes filosóficas que marcaron las líneas de la filosofía clásica y se conservan en la actualidad, de las que se deduce una conclusión de la finalidad del hombre general aportada por esta rama de conocimiento, una vez esbozadas las principales aportaciones.

Sócrates tiene por finalidad que el hombre alcance la verdad mediante el autoconocimiento. Su discípulo, Platón, que el alma se libere del cuerpo para contemplar la verdad y el bien supremo en el mundo de las Ideas. A su vez, su discípulo, postuló el eudemonismo aristotélico, por el que el hombre obrará naturalmente y con bien, para alcanzar la felicidad, entendida como bien supremo. Por último, fue ampliamente extendido el cirenaicismo, por el que se aspiraba a la gratificación inmediata y no postergada.

En todos estos casos, tienden a perfeccionarse las finalidades en el plano material, bien durante la vida (cirenaicismo) o en la muerte como máximo (eudemonismo), en aspecto físico o intelectual (platónico-socrático).

 

2.4. Antropología teológica

«Dios creó todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación» (Catecismo: nº 358).

Se deduce que en el plano religioso, en la vertiente cristiana en concreto, pero en las demás de manera similar por ser religiones precisamente por su trascendencia, se potencia la finalidad en lo material, glorificando la causa primera que infundió la inteligencia para alcanzar su comprensión, y se consuma en lo metafísico, después de la muerte, y no «en» la muerte.

 

3. Naturaleza de la esencia

En términos de justicia, solo puede reprocharse la imperfección a aquello que es consciente de su finalidad de perfeccionarse y lo ignora, únicamente predicable respecto del hombre. Cierto es, que hombre y naturaleza son ambos perfectos en su creación, entendida por divinidad o por naturaleza que configura su estado, si bien el desarrollo del primero, es imperfecto. Como se verá, la naturaleza ha nacido en base a unas leyes divinas o naturales por las que se rige autónomamente, sin conciencia propia sino de la causa que la configura, mientras que en el hombre ha nacido, por divinidad –a mi parecer– o evolución, la inteligencia que le permite reconocer que, a diferencia de la naturaleza, su finalidad solo la cumple cuando voluntariamente se orienta hacia ella y, por tanto, voluntariamente se perfecciona, porque tiene conciencia de esta necesidad y por tanto le es exigible solo a él y no a su causa primera, que lo creó pero ni lo configuró ni predispuso.

 

3.1. Actuación racional en la naturaleza

La esencia de la naturaleza es el funcionamiento en pos del hombre, como modelo más cercano a seguir sobre el desarrollo ordenado y natural de la función propia, pues es perfecta por haber sido creada y no tiene otra finalidad que mantenerse en este estado de viveza derivado de la creación, de modo que no ha adquirido inteligencia alguna, por infusión divina o evolución natural, porque no es necesaria para lo que no tiene finalidad por moverse por la predisposición de su creación.

La naturaleza está movida por una racionalidad externa.

Solo el hombre, dotado de plena libertad, de la cual es consciente, en gran parte, por la inteligencia, tiene una racionalidad propia para guiarse por actos propios a su consecución, de ahí que sea, al igual que la naturaleza, perfecto como creación porque ni la infusión divina ni la evolución natural, yerran, son imperfectos en la medida en que no obren en aras de su finalidad de la que solo ellos son responsables, por conocerla.

 

3.2. Actuación racional en la humanidad

En este punto de da la primera divergencia considerable entre filosofía y teología, pues la primera considerará, salvo el planteamiento platónico, que el hombre, como cuerpo y alma, puede perfeccionarse en este vida mediante una la consecución de una finalidad como la felicidad, el placer, o la verdad.

No obstante, la teología considerará, como sigue la esquemática platónica, que el cuerpo es la jaula del alma, y como el cuerpo es imperfecto en su desarrollo por la tendencia a la concupiscencia, solo cuando tras la muerte, el alma como creación divina propia se libere de esta materia, podrá perfeccionarse el «yo», como segmento de la continuidad espiritual del hombre, pues ya no existiría el hombre tal y como lo concebimos actualmente. 

Al respecto, el evangelio dice que es imperfecto lo que sale del interior del hombre, de sus entrañas, de su voluntad, y por tanto reafirma su racionalidad propia, dejado al libre albedrío. Solo podría llegar a predicarse de los santos, que liberando su alma aún en el cuerpo terrestre, consiguieron una dominación total de su cuerpo con los dones infusos y eran movidos en sus acciones por la racionalidad superior.

 

4. Naturaleza del sufrimiento

4.1. Conciliación de los opuestos

En una publicación anterior señalé que «nada existe sino por su contrario, constituyéndose así el contrario como una de las condiciones de existencia de todo; el sólido lo debe al líquido, igual que lo bello a lo feo y el día a la noche –incluidos los grados intermedios, como el líquido newtoniano o el atardecer, que pueden actuar como opuestos de grado inferior–». De modo similar, existe el amor porque también existe el dolor en lo físico y el odio en lo espiritual, y cuando deja de padecer íntegramente en cualquiera de los estados se sume uno en completo gozo y amor hacia sí y lo que le rodea.

Concretamente, todo tiene existencia por una causa, si bien la ejemplificación del antagonismo sólido-líquido o día-noche, son estados propios de la naturaleza que ya son perfectos en su funcionamiento. No obstante, la existencia del amor-sufrimiento se debe a la imperfección del hombre, de quien brota en tanto que son los únicos en poder sentirlos; no confundiéndose el sufrimiento con el innegable dolor animal. Y en tanto que brota de lo imperfecto, en quien surgió la inteligencia para comprender estos estados, bien por lo divino bien por lo natural, también surge esta comprensión por serle de utilidad; de lo contrario no surgiría porque la existencia de su ser carecería de fundamento.

La filosofía y la teología se han manifestado sobre la utilidad de esta conciliación de opuestos originarios del hombre que automotiva su propia existencia y finalidad; el sufrimiento es vía de conciliación de la perfección del hombre, si bien, es evidente que actuará de forma diferente en función de la rama concreta.

 

4.2. Psicología del sufrimiento

La psicología habla del sufrimiento como aquello que se debe reconocer para eliminar y, por tanto, buscar la felicidad, porque esta se alcanza primero pasando por aquel.

Bayés, citando a Khan y Steeves (1996), señala que el sufrimiento es «una valoración del significado o sentido que poseen el dolor u otras experiencias potencialmente amenazadoras, sean del tipo que sean».

Boris Cyrulnik, psiquiatra francés, dice que «el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional» y que «la negación del dolor o la herida es protectora pues permite no afrontar el problema, pero por eso mismo es peligrosa». Es decir, reitera la idea expuesta de que el sufrimiento debe reconocerse para afrontarse.

Por otro lado, Jung añade que «aquellos que no aprenden nada de los hechos desagradables de sus vidas, fuerzan a la conciencia cósmica a que los reproduzca tantas veces como sea necesario para aprender lo que enseña el drama de lo sucedido. Lo que niegas te somete; lo que aceptas te transforma». En este sentido, Jung se basa en su teleología de la mente inconsciente, por la que debe reconocer el sufrimiento para aceptarlo y armonizarse así con su existencia, y rehuyendo en todo caso de dejarse conducir por el sufrimiento al derrumbe emocional a la que conduciría por su misma naturaleza, por lo que también entiende que el sufrimiento tiene una finalidad más allá de como mero dolor, y se vuelve connatural al amor también en la filosofía.

Citando a otra eminencia, Freud afirmó que «no nos asombra que el ser humano ya se estime feliz por el mero hecho de haber escapado a la desgracia, o de haber sobrevivido al sufrimiento (…) y que en general, la finalidad de evitar el sufrimiento relegue a segundo plano la de lograr el placer» (Freud 1930: 3025 BN). De modo que nuevamente, el sufrimiento es el primer peldaño para perfeccionarse el hombre.

 

4.3. Teología del sufrimiento

Dios habla de sufrir para amar, no de ser felices amando. Es más, los que sufren serán los bienaventurados. Quien no puede amar el sufrimiento lo rehuye a toda costa y busca la felicidad instantánea, si bien solo un alma inteligente y abstracta puede entender este estado de sufrimiento abstracto, y si se deja afectar es porque es el cuerpo quien domina y no entiende de sufrimiento, sino de dolor, el que fuerza al alma a huir y evitar su perfeccionamiento. De ahí que el hombre dominado por sus pasiones y los anhelos del cuerpo se condene eternamente, y el que antepone su razón y fe humilde a los instintos se perfecciona y vive eternamente en el cielo.

Por lo tanto, si bien la filosofía entiende el sufrimiento como paso a reconocer para alcanzar su opuesto, entendiéndose este, como se ha visto antes, el amor, la religión lo ve desde una óptica mas avanzada; rehusa entender la conciliación de opuestos como el sufrimiento como el camino para alcanzar la perfección, y directamente permite que el amor pueda existir en un constante, asumiendo el sufrimiento como tal pero dejándose obrar por él como amor, de modo que en lugar de uno ser instrumento para el otro, ambos existen como amor en distintas formas y se fusionan para un amor aún mayor.

Los santos, hombres más cercanos a la perfección cristiana en la tierra, mortificaron sus sentidos para contemplar u hacerse uno con lo superior, sufriendo hasta el punto de dar muchos su muerte por Dios, pero entendiendo todo ello como amor hacia el mismo Dios, siendo opuestos al sufrimiento en sus carnes pero gratos a él en su corazón.

En el Nuevo Testamento, el Evangelio de Mateo 5,2-12, nos introduce a las bienaventuranzas, como aquellas promesas que los sufridores de corazón en diversos aspectos cristianos recibirán por Dios a su muerte santa.

En el Evangelio de Lucas 9,23, dice Jesús que «si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame».

San Pablo, en 2 Corintios 12,9, reconoce que «de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo».

El padre Pío escribe el 1 de febrero de 1913 al padre Agostino da San Marco in Lamis que «Jesús se complace en él [el sufrimiento], porque lo amó tan intensamente aquí en la tierra». Asimismo, el 12 de marzo de este mismo año escribe al mismo padre que el sufrimiento no afrontado lleva al demonio y aleja de Dios.

Tomás de Kempis escribió en el capítulo 12 del Libro I de su obra, Imitación de Cristo, desarrollado bajo la rúbrica denominada «De la utilidad de las adversidades», que con el sufrimiento «de verdad se entristece, gime y ora por las miserias que padece. Entonces le enoja la larga vida y desea hallar la muerte, para ser desatado, y estar con Cristo», lo cual se inspira a su vez de la carta de san Pablo a los Filipenses 1,23.

Por último, citando también a una eminente figura entre los sacerdotes, Josemaría Escrivá de Balaguer escribió en su obra Camino, bajo el título de la «Mortificación», que «donde no hay mortificación no hay virtud» y que «para vivir hay que morir».

 

5. Conclusión

Si se retoman cronológicamente las ideas desarrolladas, partimos de la base comprobada y justificada de que el hombre existe por una causa que conlleva una finalidad que la motiva, y se perfecciona en la medida en que realice su fin. No obstante, hay fines filosóficos y teológicos, si bien todos tienen como núcleo el amor hacia la persona y su fin, aunque lo filosófico tiende al amor personal y el religioso satisface a la persona al saber que satisface a Otra.

El sufrimiento se vería como contrario al amor, y por eso se rehúye, en tanto que dolor es contrario a felicidad y lo malo no lleva a lo bueno, pero uno depende del otro. La filosofía general habla de reconocer el sufrimiento y asumirlo para perfeccionarse, convergiendo así filosofía y teología. No obstante, la teología supera la anterior fórmula añadiendo que, además, debe amarlo y no limitarse a superarlo, pues el amor no se encuentra en el peldaño siguiente al sufrimiento sino que entiende que empieza en ese mismo, o incluso antes para los más santos que van buscando intencionadamente ese sufrimiento para potenciar su amor.

Al fin y al cabo, reconocer algo –el sufrimiento– lo mantiene en el plano objetivo en el que se convierte en instrumento para conseguir un fin, sin dejar de ser sufrimiento, de modo que parece que el sufrimiento es un fin para alcanzar otro fin, pero fin solo puede haber uno. Por el contrario, si se ama, el sufrimiento se convierte también en amado, y por tanto el fin nunca ha dejado de ser el amor, aunque se busque el sufrimiento, si se hace para buscarlo como amor. Diferencia el alcanzar el amor (filosofía), con vivir en el amor, en un mayor o menor grado de caridad (teología), tal y como describe Antonio Royo Marín en su Teología de la perfección cristiana.



Bibliografía

Aiello, Leslie C. (y Peter Wheeler)
1995 «The expensive tissue hypothesis: the brain and the digestive system in human and primate evolution», Current Anthropology, 36: 199-221.

Cyrulnik, Boris
Versión completa. Resiliencia: El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional. [vídeo]:
https://youtu.be/_IugzPwpsyY?si=nDDNUb728K2oybop

Arsuaga, Juan Luis
2002 Los aborígenes. La alimentación en la evolución humana. Barcelona, RBA Libros.

Bayés, Ramón
1998 «Psicología del sufrimiento y de la muerte», Anuario de Psicología, 29 (4).

Catecismo…
Catecismo de la Iglesia Católica. Nº 358:
https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p1s2c1p6_sp.html

Darwin, Charles
1887 Origen de las especies. Recapitulación. Madrid, Imprenta José de Rojas.

Freud, Sigmund
1930 El malestar en la cultura. Madrid, Alianza Editorial.

Kahn, D .L. (y R. H. Steeves)
1996 «An understanding of suffering grounded in clinical practice and research», en B. R. Ferrell (ed.), Suffering. Sudbury, Jones and Bartlett Publishers: 3-27.

Royo Marín, Antonio
1962 Teología de la perfección cristiana. Madrid, Editorial Católica.


Publicado 08 mayo 2024