Número 2, 2015 (2), artículo 1


Las dimensiones constitutivas del ‘ser humano’


Pedro Gómez García

Catedrático de Filosofía jubilado. Universidad de Granada




RESUMEN
La expresión 'ser humano' resulta demasiado ambigua. Lo que sea el ser humano necesita ser redefinido, si queremos alcanzar una mínima clarificación de lo que estamos diciendo cuando aludimos a él. Para comenzar, es un sistema adaptativo complejo, en cuya organización interactúan la evolución biológica y la evolución cultural.


TEMAS
antropología · evolución biológica · evolución cultural · mediación cultural · naturaleza humana · ser humano



Hace ya dos siglos, uno de los mayores filósofos de la Ilustración resumía el problema y el cometido de toda filosofía en la pregunta "¿qué es el hombre?". La tarea de plantear adecuadamente una respuesta a semejante pregunta, en unas páginas, resulta a todas luces excesiva. Más aún, en estos tiempos inciertos en que la realidad humana, lejos de toda idealización, se presenta rugosa, fractal y emergente, en un universo que ya no es newtoniano y en medio de una historia que ya no se entiende desde una ley del progreso, sino a partir de la azarosa evolución de la vida en la Tierra. Intentaré, al menos, esbozar un esquema del enfoque requerido.

De entrada, la expresión "ser humano" parece demasiado ambigua. Lo que sea el ser humano no es algo evidente. Necesita ser redefinido, si queremos alcanzar una mínima clarificación acerca de lo que estamos diciendo cuando nos referimos a él. Empezaré con la afirmación hipotética de que el ser humano es una realidad de este mundo: un sistema complejo que se constituye a través de una doble evolución: biológica (genética) y cultural (antroposocial).

No hay una esencia originaria del ser humano dada desde el principio; ni esencia unitaria, ni ser ahí sin historia. Tampoco hay una meta final predeterminada; el futuro es indeducible y toda utopía positiva nos propone un cierre en falso. Todas las ideas que proyectan una determinación cerrada desde el pasado o desde el futuro no pasan de ser fantasías, porque se sitúan fuera de la historia del acontecer humano, en general con la desmedida pretensión de someterla y suplantarla.

En perspectiva evolutiva, no hay ser humano, sino más bien hacerse humano. Esto ha estado y está en juego en el proceso de hominización y en la historia de la humanización. La hominización ha conducido al homo sapiens moderno, que somos todas las poblaciones humanas actuales del planeta. La historia, por su parte, transita desde las civilizaciones tradicionales hasta el sistema mundial contemporáneo: la sociedad mundo, en gestación caótica desde hace 500 años y en fase crítica en la actualidad.

El "ser humano" surgió evolutivamente como realidad bio-cultural y no ha cesado de hacerse cada vez más complejo. Por eso mismo no se puede definir ni explicar de manera reduccionista, privilegiando un solo nivel (1). Los genes, el cuerpo y el cerebro, la cultura y la época histórica, la mente y la experiencia individual son indiscutiblemente necesarios, así como la especialización de su estudio, pero resultan insuficientes si los aislamos, incurriendo en un biologismo, un sociologismo, un historicismo, o un psicologismo.

Lo humano está constituido en la intersección de tres niveles de organización principales: el biogenético, el sociocultural y el psicoindividual, recíprocamente implicados en la estructura y génesis respectivas. Por ello, se requieren diversas estrategias de investigación, con el fin de aproximarnos al conocimiento de lo humano en su carácter multidimensional. Estas instancias se interpenetran, sin confundirse y sin poder separarse. Las interacciones y relaciones entre ellas son, sin duda, muy intrincadas. En cada una, encontramos un tipo de sistema con propiedades peculiares, pero que, aisladamente, no alcanza a dar cuenta de la condición humana -pese a ser parte imprescindible de su emergencia-.

El genoma de homo sapiens, que explica en buena medida la formación del cuerpo y el cerebro, comporta la información específica de la que depende el desarrollo biológico del individuo humano. Pero la información de un patrimonio genético en sí misma no basta para hablar de vida. Y la gestación biológica de un genotipo de humano, por sí sola, no alcanza en cualquier fase temprana la categoría de existencia humana o sujeto humano.

A su vez, el genoma, el cuerpo y el cerebro del género homo, desde las especies paleontológicas y hasta la nuestra, han sido seleccionados evolutivamente no solo de forma "natural", sino por mediación de sistemas socioculturales, cuyos vestigios más arcaicos se remontan a 2,5 millones de años atrás. El resultado es que, al margen de la transmisión cultural, ningún espécimen de homo tiene ya nunca la posibilidad de llegar a ser verdaderamente humano.

Hay que considerar el bucle recursivo entre genoma y sistema cultural, en una amplificación positiva de la complejidad creciente de ambos. Por ahí pasa el proceso de hominización y humanización.

La información genética es clave para la organización del sistema cuerpo-cerebro. Y no solo la información, sino sobre todo su computación celular y organísmica en un contexto ecológico dado. Ahora bien, la información codificada en el ADN de los genes pertenece al plano de la evolución biológica, no al de la historia social, sin la cual no habría humanidad. El cuerpo y el cerebro de un espécimen genéticamente homo sapiens son ya desde el principio un resultado fenoménico, epigenético (no una traducción lineal de los genes), producto de intercambios e interacciones con el entorno al que el propio cuerpo pertenece. Pero ni ese cuerpo ni ese cerebro llegarán a ser estrictamente humanos sin esa otra clase de información codificada socioculturalmente, que incorporan mediante el proceso que los antropólogos denominan endoculturación.

Sin cultura, en el sentido técnico teórico, no hay propiamente ser humano. Fuera de la cultura nunca ha habido humanidad; a lo sumo, una sociedad de antropoides -no humanos-. La cultura opera como un cuasigenoma de la sociedad humana. Por eso decía que el ser humano se hace y constituye bio-culturalmente. Es un ser cultural por naturaleza, porque su ser natural ha llegado a ser como es por la cultura.

Se requiere, pues, además de la información genética que reproduce un viviente, esa otra información de carácter cultural, esto es, simbólica, noológica, codificada en sistemas de representación, sistemas de organización de la experiencia, sistemas de ideas y palabras. Esta información no se archiva en los cromosomas ni les afecta, sino que se procesa y almacena en el cerebro/mente, discurre por las redes sociales humanas; se materializa en el sistema social, se objetiva en múltiples producciones e instituciones, se transmite a través de la comunicación entre humanos. Anima nuestras conversaciones.

Las sociedades que llamamos civilizadas han inventado diferentes medios exteriores de inscripción de la información cultural, que han facilitado mucho su conservación, acumulación y transmisión: desde la escritura manual a la imprenta y a la era digital que hemos inaugurado.

El sistema neurocerebral, presente en todo el reino animal, supone el despliegue de una nueva instancia de tratamiento de la información, de computación de señales procedentes del entorno con vistas a la resolución de los problemas de la vida. Sobre esta base, a partir de una complejidad crítica, el cerebro humano se hizo capaz de incorporar códigos culturales y lenguaje; y, sin anular la computación inconsciente, alcanza un nivel de hipercomplejidad tal que hace emerger propiedades privativamente humanas: pensamiento, conciencia, reflexión, modos más sofisticados de elaborar los sentimientos y organizar el comportamiento con respecto a la sociedad y al ecosistema.

Lo que emerge se autonomiza en cierto grado, pero no se emancipa autárquicamente. Lo humano no se acantona en la cultura o el pensamiento; y por eso no basta un enfoque culturalista o idealista. Un pensamiento desencarnado -caso de existir- no sería humano. No nos define solo la cultura, sino la especie de primate que continuamos siendo al nacer la cultura y empezar a desarrollar valores que no se dan en la naturaleza. Somos vivientes antes que pensantes, aunque seamos ambas cosas indisociablemente. Lo segundo es una emergencia de lo primero, no a la inversa (2).

Así, pues, el ser humano reside siempre en una encrucijada: es -somos- al mismo tiempo especie, sociedad e individuo. La complejidad del sistema antrópico consta fundamentalmente de esas tres dimensiones de diferente escala: biológica, cultural y psíquica. El individuo sujeto humano no se reduce a ser un espécimen de la especie, o un miembro más o menos clónico de su cultura. Aparte de ser una realización concreta del genotipo y un nudo de asimilación y transmisión de la herencia cultural, cada individuo desarrolla cualidades personales únicas en su propia experiencia biográfica. Cada ser humano puede llegar a ser un singular artífice de su ventura. Y esto lo logra gracias a las potencialidades recibidas del cuerpo-cerebro de la especie y gracias a las posibilidades que la sociedad puede brindarle: tanto más cuanto más abierta sea dicha sociedad.

De ahí la conveniencia de destacar que la modernidad y la filosofía ilustrada del sujeto, la razón, las libertades políticas y los derechos humanos constituyen, en adelante, una condición irrenunciable para favorecer el despliegue de la individualidad personal. Por el contrario, los sistemas totalitarios, las teocracias y los regímenes identitarios atentan por principio contra el desarrollo individual. Legitiman comportamientos inhumanos no solo en el sentido moral, sino en el sentido estructural de impedir el progreso de la humanización, cuya plenitud solo pueden alcanzar las personas individuales. Porque solamente el individuo siente, piensa y posee conciencia, no las instituciones, ni las etnias, ni los sistemas socioculturales en cuanto tales.

En rigor, solo el individuo puede ser libre y, por tanto, sujeto moral; aunque apenas consiga serlo en condiciones infrahumanas como las que hoy gravitan sobre la mayor parte de las sociedades humanas, sumidas en situaciones de miseria demográfica, ecológica, económica, social, intelectual y política.

En la evolución biológica, las formas de vida complejas parecen ser una emergencia tardía y muy improbable. El cerebro hipercomplejo y la vida inteligente constituyen una emergencia reciente de la evolución biocultural de los homínidos. El surgimiento del individuo sujeto humano, dotado derechos y libertades es aun más reciente y frágil; y su mundialización, o generalización a la escala de la especie, avanza en medio de la incertidumbre, debido a las asechanzas derivadas de los grandes problemas que aquejan a la humanidad, y cuya solución está aún lejos de abordarse adecuadamente.

Junto a la triple dimensión ya mencionada (especie, sociedad, individuo), cobra cada vez mayor importancia una cuarta dimensión, que es la de la humanidad. Podemos considerarla en un doble sentido. Primero, la humanidad como propiedad eminente del hacerse humano, o más humano, hablando desde el punto de vista de los valores. Segundo, la humanidad como el conjunto global de la especie y las sociedades humanas sobre la Tierra. El avance en la primera acepción requiere la organización universal concreta de la segunda, más allá de las fracturas que hoy menoscaban nuestra humanización en nombre de dioses sanguinarios, identidades asesinas y odios ideológicos.

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 La cuestión del "ser humano" es una cuestión decisiva, al mismo tiempo, de orden antropológico y epistemológico. Es necesario distinguir y articular, estudiar la dependencia y la autonomía de cada sistema con respecto a aquellos que engloba y aquellos que lo engloban, comprender la edificación de unos niveles sobre otros y la emergencia de nuevas propiedades, discernir las determinaciones impuestas por el pasado y la indeterminación del futuro que apela a nuestra intervención responsable.

El hecho irreductible de la complejidad constitutiva nos viene a mostrar que en ninguna parte hay un "nivel fundamental" explicativo de la condición humana, al que todos los otros pudieran o debieran ser reducidos, como si se tratara de epifenómenos o ilusiones subjetivas.

Desde el punto de vista ontogenético (es decir, del desarrollo individual), hay que considerar cómo y cuánto la maduración del cerebro depende de la nutrición cultural, sin la que quedaría atrofiado orgánicamente. De modo que el cerebro lo modela la sociedad. Pero, a la vez, hay que preguntarse hasta qué punto la sociedad depende de la inventiva mental y el comportamiento de los individuos, que dependen culturalmente de la sociedad y vitalmente de la especie y de la trama de intercambios con el ecosistema.

Por todas partes, la búsqueda del ser humano nos conduce a su hacerse como estructura de estructuras, sistema de sistemas, procesos de procesos, evolución de evoluciones, subjetividad de subjetividades... Todo ello entretejido en el tiempo, que no es el del reloj, sino el de la evolución creadora. ¿Qué es eso?

El tiempo se da como secuencia de acontecimientos de cierto tipo que hacen aparecer regularidades sistémicas, a las que los acontecimientos se someten, sincronizándose, sin dejar por ello de escapar, de cuando en cuando, a la rueda determinista, para actuar "fuera de la ley", haciendo emerger innovaciones reales. En estas, el tiempo manifiesta su papel creativo. Pero no hay un tiempo absoluto.

Los tiempos cabalgan unos a lomos de otros, y no linealmente; a veces, se encabalgan de manera recíproca o alternativa. Por ejemplo, el sistema vivo se echa a cuestas de procesos físico-químicos, de los que depende; la sociedad se adapta a los ritmos naturales de la reproducción y los adapta a ella; la vida consciente se impone a lo inconsciente, y viceversa; etc. El tiempo histórico se proyecta en largos períodos que conforman generaciones y generaciones de individuos. Pero, en ocasiones, la acción de un individuo puede desencadenar un cambio en el curso de la historia, para bien y para mal; a menudo, para ambas cosas.

El tiempo biográfico del sujeto libre discurre entre umbrales de posibilidades que le depara la salud biológica y el bienestar socializado, a la vez que puede contribuir a ellos más o menos. La vida humana transcurre "simultáneamente" (si tomamos como referencia al sujeto) en planos temporales distintos, que se condicionan mutuamente, relativos unos a otros, sin que haya un tiempo privilegiado.

Si hay algo en lo que todos los planos temporales coinciden es en la irreversibilidad y las posibilidades, que confieren su importancia única a cada momento, que nos emplazan, en un debate interminable, a discernir críticamente lo que merece ser respetado y preservado, lo que tiene valor de supervivencia para la especie, lo que aporta valores universales para cualquier sociedad, lo que promueve libertades e igualdad humana para cada individuo como habitante y ciudadano del mundo.

En este aspecto, volvemos a tropezar con las concepciones de orientación totalitaria y teocrática, etnicista y nacionalista, que tratan de troquelar a los individuos con una horma sagrada (una identidad colectiva), imponiendo un modelo sacral e inmutable al tiempo histórico. Esto conlleva, en la práctica, un afán de anular la índole temporal de la historia, en la misma maniobra con la que despojan a los individuos de su libertad individual, en aras del sometimiento a un ideal o destino metafísico. Su discurso tiende a disolver la historia de la sociedad y la existencia personal en una temporalidad supuestamente "auténtica", que tiende la trampa de una coerción alienante. Al final, ese oscuro propósito de suprimir el tiempo, aunque choca con la imposibilidad última de lograrlo, acaba vaciándolo de sentido y fabricando en su lugar una cronología nihilista, legitimadora de represiones y agresiones contra innumerables seres humanos de carne y hueso.

En la dirección diametralmente opuesta, la búsqueda del ser humano en el caminar histórico nos obliga cada vez más a correlacionar la humanidad con la "humanidad"; es decir, vincular la realización de la humanidad concreta de la especie y la globalidad de sus sociedades con la cualidad humana como valor deseable. Lo expresaba aquel aforismo de que "nada humano me es ajeno", todo lo humano me pertenece, a lo que habría que añadir: y yo pertenezco a la humanidad, a la misma a la que pertenecen todos los demás, en su diversidad y su unidad.

En conclusión, ¿qué significa "ser humano"? En las distintas escalas:

Significa hacerse humana la especie homo sapiens, especie que necesita -para sobrevivir- buscar la moderación demográfica de sus poblaciones y una estabilidad lejos del equilibrio en sus intercambios con la biosfera.

Significa hacerse humana la sociedad y la sociedad de las sociedades, que constituye la humanidad concreta global, mediante la integración de todas las variedades de la cultura humana en un marco de civilización planetaria pluralista.

Significa hacerse humano cada uno, creciendo y madurando como individuo sensible, consciente y libre, teniendo garantizados los derechos y las condiciones de vida, de tal manera que uno adopte como un deber autónomo su propia contribución al dar vida y sentido a las múltiples relaciones que nos hacen seres terrestres, vivos, sociales y culturales.

En fin, ser humanos es ser lo que somos, pero apostando a la vez por las potencialidades aún inéditas de un nuevo nacimiento de la humanidad, a escala personal, social y planetaria.



Notas

1. Edgar Morin insiste en cómo "la humanidad no se reduce de ningún modo a la animalidad, pero sin la animalidad no hay humanidad. El homínido deviene plenamente humano cuando el concepto de hombre comporta una doble entrada; una entrada biofísica, una entrada psico-socio-cultural, que se remiten la una a la otra" (Morin 2001: 37).

2. Llevaba toda la razón el adagio medieval que afirmaba aquello de "primero vivir, después filosofar". Y la máxima cartesiana del cogito ergo sum habría que invertirla.



Bibliografía

Gazzaniga, Michael S.
2008 ¿Qué nos hace humanos? La explicación científica de nuestra singularidad como especie. Barcelona, Paidós, 2010.

Gómez García, Pedro
2003 La antropología compleja de Edgar Morin. 'Homo complexus'. Granada, Editorial Universidad de Granada.

Harris, Marvin
1999 Teorías sobre la cultura en la era posmoderna. Barcelona, Crítica, 2000.

Maalouf, Amin
1998 Identidades asesinas. Madrid, Alianza Editorial, 2005.

Morin, Edgar
2001 El método, 5: La humanidad de la humanidad. La identidad humana. Madrid, Cátedra, 2003.

Wilson, Edward O.
1998 Consilience. La unidad del conocimiento. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1999.

 


Artículos de Ensayos de Filosofía citados:

Pedro Gómez García:
La idea filosófica de 'naturaleza humana', destinada al museo


Publicado 01 julio 2015