La capacidad de anulación empática del ser humano es superior a su predisposición para aprender y aprehender. La relación entre ambas se produce de un modo exponencial, cuyos parámetros podrían ser, a priori, difusos y complicados de averiguar. Tanto es así, que la proposición podría trascender de lo cognitivo y psicológico para ser matemáticamente demostrada en base a unos axiomas verificados y conformándola en un teorema. La primera cuestión a plantear sería: ¿cuáles son estos factores?
Realizando un simple y breve análisis a lo largo del día en una gran variedad de situaciones particulares y puntuales, se podrían percibir una serie de pensamientos trascendidos en conductas: las palabras del cartel junto a la mano que, extendida pide una limosna, es ignorada con un índice casuístico elevado; muchas veces por rechazo y otras por despiste, pero las que conforman los síntomas son aquéllas que provocan una inhibición aséptica de las reacciones humanas más básicas e identificables tales como la compasión, compadecimiento o caridad. Este paroxismo de la apatheia ajena de la desgracia, observándolo de forma inductiva, también se puede manifestar cuando se ignoran las noticias del éxodo masivo de migrantes de un Oriente Próximo que lo es cada vez más en cuanto a población pero no a motivos. Aunque nos alejan de él la capacidad de rechazo y no identificación de un problema ajeno; pudiendo ser casus belli en cuanto a ausencia de humanidad se refiere.
La siguiente pregunta es: ¿qué provoca estos parámetros? Una respuesta sencilla sería la ignorancia supina, aquélla en ser negligente para inquirir y aprender lo que debe y puede saberse. La antítesis misma del imperativo categórico moral. La apostasia a la universalidad ética propiciada por una situación de no identificación con la condición ajena.
El origen de aquella podría asociarse a una diferencia sustancial en cuanto calidad de vida, poder económico, situación político-social o simple rechazo a lo ajeno y no conocido. Un mecanismo de defensa básico y ancestral; el miedo visceral a ser desbancados de una situación privilegiada de bienestar. Pero es precisamente esa rigidez que se adquiere al vislumbrar el problema presente la que lo condiciona. El mismo efecto de un huevo al romperse contra el suelo lo causa una mente reacia, impermeable y foribunda.
Por último, para igualar la ecuación y consolidar la veracidad del corolario, cabe preguntarse por alguna posible solución. Una de las respuestas podría venir dada por la frase perenne de Aristóteles a colación de que "Una mente educada es capaz de entretener un pensamiento sin aceptarlo". Esto conlleva analizar la situación a afrontar bajo un punto de vista humanizante y sin prejuicios. El yermo emocional e intelectual tanto colectivo como individual puede ser fértil cuando se aporta imparcialidad y condescendencia, prestando atención de forma deontológica; para solventar el problema en cuanto a aquello que ya lo es y a lo potencialmente causativo.