Número 9, 2019 (1), artículo 9


La subestimación del riesgo catastrófico como sesgo epistemológico


Miguel Moreno Muñoz

Profesor Titular, Universidad de Granada




RESUMEN
Los estudios sobre epistemología del riesgo son escasos y carecen de instrumentos para evitar el "sesgo neutralizador" en el análisis de riesgos catastróficos asociados con el calentamiento global. Existe una subestimación imprudente del verdadero alcance de las amenazas y del horizonte temporal en el que las medidas preventivas resultarían eficaces.


TEMAS
crisis climática · epistemología · evaluación de riesgos · extinción · riesgo catastrófico



1. Introducción

La literatura científica produce miles de estudios cada año sobre evaluación y gestión de riesgos, referidos a sectores específicos de actividad como la salud, el transporte, la energía, la industria alimentaria o la evolución de la economía mundial (Hayes 1992; Garrick 2008; Tonn & Stiefel 2014). Son bastante escasos los dedicados a epistemología del riesgo —su pico de producción tuvo lugar en los noventa—, lo cual explicaría en parte la carencia de metodologías fiables para el análisis de riesgos catastróficos complejos, como los derivados del calentamiento global.

Si el azar y la incertidumbre lastran cualquier estudio cuantitativo de riesgos en dominios tan específicos como la salud —donde hablar de riesgo cardiovascular o de muerte prematura involucra decenas de variables y parámetros a tener en cuenta en los programas de prevención—, su impacto en la interpretación de las proyecciones sobre la evolución del clima terrestre y las políticas de mitigación difuminan  la percepción de crisis y subestiman de modo imprudente el alcance potencialmente catastrófico de los riesgos y amenazas analizados.

Un trabajo reciente de David Spratt y Ian Dunlop, publicado por el National Centre for Climate Restoration de Melbourne y titulado Existential Climate-Related Security Risk: A Scenario Approach (Spratt & Dunlop 2019), identifica varios aspectos que subyacen a la interpretación conservadora y neutralizadora, reticente a asumir la gravedad del escenario de crisis y riesgo catastrófico que afronta la especie humana. Resulta anómalo que ciertas claves para identificar sesgos sustantivos en epistemología del riesgo haya que rastrearlas en un trabajo breve, con apenas 23 referencias científicas, y la peculiaridad de que su elaboración haya involucrado a las agencias responsables de la seguridad nacional por mandato del Senado australiano.

 

2. Las claves del sesgo neutralizador

2.1. Confusión acerca del estatus ontológico del riesgo

El análisis de las amenazas para la seguridad relacionadas con el clima requiere una comprensión cabal de las fortalezas y limitaciones inherentes a las proyecciones hechas desde las diversas ciencias que se ocupan del clima, más un criterio acertado para elegir la noción de riesgo adecuada y sus compromisos ontológicos. El concepto de riesgo no se reduce a las descripciones o evaluaciones del riesgo en términos probabilísticos, ni a la estimación del mismo usando diversos modelos o herramientas cuantitativas, cada una de las cuales presenta ventajas e inconvenientes para gestionar la incertidumbre (Shortridge y otros 2017) o reforzar ciertas representaciones subjetivas, dependientes a su vez del nivel de información y suposiciones previas (Flage y otros 2018; Khorsandi y Aven 2017).

La aproximación frecuentista (o probabilística) se asocia con modelos de consenso susceptibles de mejora continua a la luz de nuevos conocimientos o evidencia. No excluye interpretaciones altamente subjetivas, si faltan los elementos de control intersubjetivo que operan dentro del círculo de expertos (entre quienes se considera compatible con valores no aleatorios del parámetro de probabilidad, si bien se requiere una muestra representativa para precisarlos). En la percepción pública, sin embargo, no pasa de ser “un parámetro de un modelo de probabilidad” (Aven y otros 2011: 1078), entre los muchos que pueden utilizarse para obtener información sobre un dominio de fenómenos y medir la probabilidad de ciertos eventos. Este segundo enfoque —aproximación bayesiana, sobre valores aleatorios— resulta inadecuado para interpretar escenarios potencialmente catastróficos y el grado preciso de vulnerabilidad o susceptibilidad a daños concretos —por radiactividad, contaminación química o contacto con vectores infecciosos, p. ej.— en un sistema determinado  (Aven 2012: 191-192).

A las categorías de riesgo como (a) concepto cuantitativo, resultante de aplicar un modelo; y (b) descripciones subjetivas de riesgo, a partir de información limitada y ciertos presupuestos; es preciso añadir la de riesgo como (c) un concepto basado en eventos causales, consecuencias e incertidumbre (Aven y otros 2011: 1075-1076). Este último es el que subyace a las exigencias de responsabilidad por acción u omisión en contextos específicos de desempeño profesional, y solo resulta operativo bajo una interpretación epistemológicamente realista de su significado (Hayes 1992: 403-406). La tercera categoría resulta crucial para prevenir daños o minimizar impactos en aquello que los seres humanos valoran. El riesgo alcanza la categoría de catastrófico cuando puede acabar con la vida del 10% de la población humana, variando en escala e intensidad hasta incluir la posibilidad de colapso de la civilización humana o extinción de todas las formas de vida en la Tierra (Turchin y Denkenberger 2018: 28).

 

2.2. Suponer que ningún método científico aporta conocimiento fiable sobre escenarios futuros

El invierno nuclear nunca ha sido un escenario real de experimentación —la fortuna acompañó a quienes lucharon por evitar una confrontación nuclear de alcance mundial—. Pero los modelos desarrollados durante los años ochenta por algunos científicos e instituciones se fueron ajustando y mejorando hasta reducir la incertidumbre a un margen irrelevante, permitiendo poner a prueba diversas hipótesis basadas en supuestos, datos y conocimientos parciales que resultaron suficientes para tomar decisiones responsables y evitar un enfriamiento del planeta Tierra durante meses, con consecuencias previsiblemente devastadoras incluso para los vencedores de la confrontación nuclear (Oreskes y Conway 2010: 52-54).

La evidencia sobre escenarios futuros es limitada por definición y, en el mejor de los casos, simulada con herramientas fiables o modelos validados en situaciones experimentales que no dejan de ser análogas. Pero la convergencia de resultados entre disciplinas diversas que han desarrollado metodologías rigurosas para estudiar fenómenos específicos en sistemas regulados por una base común de relaciones causales reduce bastante el margen para interpretaciones constructivistas o relativistas, como de sobra conocen los expertos en evaluación de riesgos laborales, epidemiología y salud pública.

Esto no elimina múltiples factores socio-técnicos que pueden atenuar o agravar los efectos, como señala Beck (2006: 332-335). Pero el riesgo no se reduce a ellos, ni es un mero constructo ideológico o juego virtual: tiene su correlato físico en procesos lineales o acelerados, susceptibles de análisis espaciotemporal y modelable a partir del conocimiento disponible con las herramientas adecuadas.

Un conocimiento detallado de las relaciones causales determina la comprensión del alcance que tienen ciertas regularidades para mejorar la eficacia de la prevención y orientar la secuencia de acciones complementarias —mejorar la cobertura, articular las campañas de sensibilización, informar para generar confianza entre la población diana, involucrar a los servicios de atención primaria, etc.—; pero no basta por sí solo para modificar una percepción pública renuente a los programas de vacunación obligatoria, p. ej., ni siquiera entre colectivos con facilidad de acceso a la educación superior.

 

2.3. Inferir que los fenómenos poco frecuentes no siguen un patrón 

La prevención de escenarios catastróficos requiere un abordaje interdisciplinar de la estructura interna de los mecanismos o propiedades causales inherentes al conjunto de relaciones que originan determinados cambios en el tiempo y en el espacio, junto con la modulación derivada de condiciones externas. Por muy detallado que sea el conocimiento experto disponible y robustas las herramientas de proyección, el desconocimiento de fenómenos regulares pero infrecuentes para el no experto (p. ej., la aparición de mesotelioma por exposición a fibras de asbesto) suele reforzar estereotipos de falsa seguridad, escepticismo o subestimación del riesgo, incluso entre los grupos de opinión y sectores profesionales que más se beneficiarían de las medidas de prevención. La limitada exposición a eventos catastróficos ligados al clima en muchas regiones del planeta contribuye a consolidar un sustrato ampliamente favorable a planteamientos climatoescépticos, alimentados con cada resquicio de duda que genere controversia o apariencia de debate en curso, aunque el 97% de los expertos coincida en los enunciados fundamentales (Oreskes y Conway 2010: 266-274).

Si el criterio positivista de verificación carece de justificación epistemológica como criterio satisfactorio para demarcar entre conocimiento fiable y seudociencia, fracasa a fortiori aplicado en explicaciones o predicciones de escenarios futuros. No obstante, las explicaciones científicas se basan en la lógica interna de los dominios teóricos de referencia y en la coherencia de argumentos que combinan aspectos teóricos con procedimientos bien establecidos para probar hipótesis y aproximarse a los factores necesarios y contingentes que regulan las relaciones entre los elementos de los sistemas objeto de estudio.

La falta de respaldo observacional para determinadas regularidades no constituye una prueba de que las relaciones hipotéticas sean falsas. A menudo las observaciones llegan con décadas de retraso respecto de predicciones muy precisas articuladas solo mediante análisis teórico, como ocurrió con las predicciones de Einstein acerca de la curvatura de los rayos de luz bajo el efecto de campos gravitatorios intensos. Es ineludible un enfoque realista de cierta sofisticación —ligado al valor intrínseco del conocimiento sobre la naturaleza de las correlaciones entre los factores de riesgo— para interpretar la utilidad práctica de los análisis de riesgo (su capacidad para predecir sucesos futuros geográfica y temporalmente contextualizados, así como para orientar sobre las medidas de prevención) (1).

 

2.4. Fijación en los aspectos cuantitativos, en detrimento de los cualitativos

Referido a ciertos sectores de actividad, el resultado esperado de la evaluación de riesgos suele ser una estimación de pérdidas probables, del alcance de los efectos económicos adversos o de la mayor probabilidad de ciertos escenarios con una tipología de consecuencias asociadas —p. ej., incumplimiento de objetivos, como resultado de la incertidumbre en las previsiones—. Siendo importantes, estos aspectos no bastan para sustentar creencias justificadas ni una comprensión cabal, fuera del círculo de expertos, sobre la gravedad de las consecuencias en escenarios de riesgo global para la salud humana, la biodiversidad o los ecosistemas terrestres (Amundrud y Aven 2015: 45-46).

A partir de la caracterización sugerida en la revisión de Aven, Renn y Rosa (2011: 1075), el concepto de riesgo idóneo para el estudio de sistemas físicos complejos afectados por la acción humana ha de combinar aspectos cuantitativos y cualitativos:

1. Una medida de la probabilidad y gravedad de los efectos adversos.

2. La combinación de probabilidad y extensión de las consecuencias.

3. La incertidumbre sobre el resultado de las acciones y eventos causales.

4. Una situación donde algo de valor humano (incluidos los mismos seres humanos) está en juego y donde el resultado es incierto.

5. La incertidumbre y la gravedad de las consecuencias (o resultados) de una actividad con respecto a algo que los humanos valoran.

Las estimaciones cuantitativas del riesgo son ineludibles como base para comprender el alcance de las amenazas y el grado de exposición a las mismas; pero los aspectos cualitativos resultan cruciales para articular el núcleo de creencias justificadas sobre la gravedad de los impactos, su horizonte temporal y el nivel de concienciación sobre las capacidades propias o colectivas para influir en el curso de los acontecimientos, pese a la incertidumbre (Amundrud & Aven 2015: 44-45).

 

2.5. Aplicación conservadora de las metodologías y modelos científicos

El análisis de las previsiones contenidas en los informes del IPCC durante más de dos décadas permite constatar que, en lo esencial, las predicciones fueron correctas pero con una desviación significativa a la baja, que fue preciso corregir en estudios posteriores (Brysse y otros 2013: 28-30). Escenarios previstos para 2020 se habían materializado antes de 2015, y antes de 2020 ya aparecieron indicios de cambios esperados a partir de 2030 (Molina y otros 2018; Steffen y otros 2018).

Ocurrió en relación con la estimación de la subida del nivel del mar, la tasa de deshielo en los polos, el aumento de la temperatura media global y su impacto en la biodiversidad de todos los ecosistemas del planeta Tierra (Dangendorf y otros 2017; Brondizio y otros 2019). La combinación de modelos con ajustes ligeramente diferentes de los parámetros esenciales arroja una franja de resultados posibles en las proyecciones, entre las cuales se destaca la visualización que parece más robusta por coincidencia con los valores promedio.

La incertidumbre y limitaciones de los datos de partida o la falta de sofisticación de los modelos disponibles pueden lastrar incluso la interpretación más radical de los factores de cambio, su aceleración o tasa de cambio y el impacto de bucles de retroalimentación poco conocidos. Como prueban Oreskes y sus colaboradores con numerosos ejemplos, es un hecho que, en la comunicación científica de riesgos y amenazas, predomina el encuadre prudencial y moderado sobre el alarmista (Brysse y otros 2013: 30; Freudenburg y Muselli 2010).

 

2.6. Presunción de linealidad aplicada a sistemas complejos

Los sistemas físicos o modelos regidos por ecuaciones de comportamiento lineales pueden ser descompuestos en subproblemas más sencillos (principio de superposición), mediante funciones lineales que satisfacen la propiedad de aditividad y homogeneidad (o proporcionalidad entre inputs y outputs). Los elementos discretos sumados explican las propiedades del conjunto. De ahí que los sistemas lineales de ecuaciones tengan infinidad de aplicaciones —procesamiento digital de señales, análisis estructural, estimación, predicción y aproximación de problemas no lineales de análisis numérico— (2).

Los sistemas no lineales no siguen la ley de superposición (la respuesta de salida no es proporcional a la suma de las fuerzas de entrada). Lo habitual en ellos es que las entradas se combinen entre sí para producir nuevos elementos en la salida que no estaban presentes en la entrada. A partir de ciertos valores o picos, pueden aparecer patrones anómalos (distorsión en ondas sonoras, vibraciones en sistemas mecánicos, efectos secundarios de fármacos, fallos en máquinas) propios de sistemas complejos, frecuentemente impredecibles o caóticos y anti-intuitivos incluso para los más expertos.

La no linealidad producida por autointeracción —el efecto sobre el propio sistema de alguno de sus estados anteriores— es frecuente en dominios y subsistemas de la física, la biología o la economía. Dado que las ecuaciones dinámicas no lineales son difíciles de resolver, en muchos casos se sigue una estrategia de aproximación mediante ecuaciones lineales (linealización), aunque en las últimas décadas los ordenadores digitales y las herramientas de simulación numérica han hecho posible investigar subsistemas y problemas complejos con cierta sistematicidad (3).

Las ciencias del clima estudian sistemas y subsistemas complejos en su mayoría no lineales, sujetos a múltiples factores de cambio por retroalimentación y a la aparición de propiedades emergentes que pudieron pasar desapercibidas en la descripción de dinámicas parciales dentro de un ecosistema más amplio. Cuanto más desplazadas en el tiempo, mayor incertidumbre y vaguedad conllevan las proyecciones, y más débil la percepción de riesgo asociada (Tonn y Stiefel 2014).

 

2.7. Uso tóxico de la duda y el escepticismo, como aval del negacionismo práctico

Las cautelas de la comunidad de expertos para interpretar incluso la evidencia mejor establecida, aplicando metodologías rigurosas y sobre series amplias de datos obtenidos con instrumentación bien calibrada, son compatibles con márgenes de incertidumbre inevitables en modelos diseñados y validados para poner a prueba representaciones simplificadas del sistema objeto de estudio.

La evidencia sobre el cambio climático de origen antropogénico estaba respaldada por un consenso superior al 90% de la comunidad de expertos hace más de una década (Oreskes 2004), y roza el 98% en la actualidad (Cook y otros 2016). Sin embargo, los encuadres mediáticos más habituales del debate sobre el cambio climático y sus causas responden por lo general a esquemas propios de la confrontación política, donde cada sector con algún peso en el espectro ideológico tiene que estar representado.

En la práctica, este criterio se traduce en amplificar el mensaje de un reducido grupo de actores negacionistas (Dunlap y McCright 2011), sin relación alguna con el exiguo 3-5% de investigadores que discrepan de ciertas conclusiones generales de los informes del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) por razones a menudo sumamente técnicas, relacionadas con el alcance de las metodologías empleadas, la calidad de los datos o la interpretación del margen de error de ciertos modelos. Pero el consenso acerca de las causas principales del problema y de la calidad de la evidencia proporcionada con metodologías diversas y sofisticadas es abrumador (4).

Los representantes de países con economías muy dependientes de la exportación de petróleo (Rusia, Arabia Saudí, Kuwait, etc.) y de instituciones financiadas por los entramados industriales ligados al sector tienen especial interés en sembrar la duda sobre las conclusiones de informes, estudios y proyecciones del máximo nivel que alertan sobre la gravedad de las consecuencias del calentamiento global si no se adoptan medidas enérgicas para frenar o revertir las tendencias y mitigar las consecuencias (Björnberg y otros 2017). Un 3% de disenso, aunque sea por razones puramente técnicas que no cuestionan los resultados globales de decenas de miles de estudios revisados por expertos, resulta suficiente para sembrar la duda y la confusión entre público y académicos distraídos (Oreskes y Conway 2010: 5-8; 25-35). Ese pequeño margen a menudo es utilizado para boicotear o desactivar al alcance de acuerdos multilaterales ambiciosos, como ocurrió en la cumbre del clima COP24 en Katowice (5).

El negacionismo práctico consiste en no aplicar las medidas compatibles con estrategias responsables de prevención y mitigación de las consecuencias del cambio climático en los grupos más vulnerables (Moreno Muñoz 2017: aptdo. 4), aunque en la esfera pública se eviten los planteamientos abiertamente escépticos. Cada día de retraso en la modificación del marco jurídico que regula las emisiones de gases de efecto invernadero para adaptarlo a la nueva evidencia y proyecciones de riesgo supone cuantiosos beneficios para las industrias más contaminantes del planeta, acostumbradas a funcionar durante décadas bajo un esquema de beneficios privados y riesgos compartidos —o daños agravados sobre quienes jamás se beneficiaron de la riqueza generada en los países más contaminantes—. Nada sirve mejor a sus intereses que la duda o el escepticismo organizado en el debate público, aunque vaya en contra de un consenso abrumador en la literatura científica especializada (6).

 

2.8. Confianza infundada en el solucionismo tecnológico

Gran parte del conocimiento científico producido para la formulación de políticas sobre el clima es conservador y se difunde sin pretensión de suscitar el pánico, aunque proporcione proyecciones que resultarían desastrosas si los valores se aproximaran, bajo ciertas condiciones, a los extremos más desfavorables sugeridos por los modelos. Ni el público ni sus representantes en las instituciones donde se toman decisiones al máximo nivel han sido educados para integrar en sus planes de vida y en su elenco de responsabilidades como ciudadanos la posibilidad de escenarios catastróficos inminentes. Esto, y la escala de los efectos reales, explica que muchos desastres y catástrofes naturales desborden la capacidad de los servicios regionales o estatales de emergencias y protección civil (Noji 1997 y 2005).

Puede que las distopías catastróficas solo evoquen en la mayoría algo parecido a relatos inocuos de ciencia ficción; pero el escepticismo que extrapola indebidamente márgenes exiguos de incertidumbre convive entre el público con encuadres de confianza injustificada en el potencial de la tecnología para resolver las consecuencias a escala planetaria de la acción humana. Por supuesto, este encuadre optimista es el reflejo de una visión mágica del mundo y de sus procesos, que distorsiona la comprensión de la gravedad de los forzamientos introducidos por la especie humana en el sistema Tierra y desincentiva la adopción urgente de estrategias serias de mitigación de impactos (7).

La fragilidad del encuadre cultural y político del cambio climático como amenaza existencial a corto y medio plazo para la civilización humana pone de manifiesto la necesidad de un nuevo enfoque de la gestión de los riesgos de seguridad relacionados con el clima. Dicho enfoque ha de sustentarse en una epistemología solvente del riesgo, incompatible con enfoques mágicos o seudocientíficos del problema y abierta a los resultados de la investigación interdisciplinar interesada en analizar todos los bucles de retroalimentación conocidos, incluyendo aspectos y posibilidades difíciles de cuantificar, pero que pueden combinarse para desestabilizar el sistema Tierra de modo irreversible (Steffen y otros 2018; Xu y Ramanathan 2017).

 

2.9. Resúmenes para no incomodar a responsables de la toma de decisiones

El análisis de escenarios de riesgo incluye herramientas sofisticadas para visualizar con grados diversos de resolución espacial y temporal la aceleración de los impactos del cambio climático y sus consecuencias para la población humana y la biodiversidad (Penn y otros 2018). Los expertos asumen que para reducir riesgos y sostener la civilización humana se requiere una transición rápida a un sistema económico y de producción industrial de cero emisiones. Es imprudente deducir que la movilización de recursos necesaria para abordar el problema no responde a la excepcionalidad propia de situaciones de emergencia, como pretende argumentar John Gray en su peculiar oda a la confusión (8).

Sin embargo, gran parte de los actores estatales del máximo nivel parece actuar como si dicha excepcionalidad pudiera darse solo en tiempos de guerra. O como si una catástrofe que pudiera afectar a un tercio de la población humana, aunque limitada a las regiones menos prósperas del planeta, no alcance la categoría de amenaza para toda la especie (Coates 2009). En el análisis económico, la incertidumbre estructural acerca de aspectos aparentemente menores en las proyecciones de riesgo puede desencadenar escenarios de probabilidad baja pero catastróficos (Weitzman 2009: 3, 5, 18), para los que no se dispone de modelos integrados que permitan hacer estimaciones de coste-beneficio en la industria aseguradora, por ejemplo.

El sesgo neutralizador tiene consecuencias importantes en la adopción de acuerdos internacionales y en la opinión pública. Resulta fácilmente instrumentalizable por actores estatales, partidos políticos, lobbies industriales e instituciones de difusión cultural que comparten una ideología conservadora extrema y puntos de vista negacionistas. Esencialmente, constituye un encuadre incompatible con la pretensión científica de moderación, desapasionamiento y equilibrio entre objetividad y escepticismo como parte de la actitud racional, considerada a menudo una amenaza por parte de quienes más se benefician con el mantenimiento del statu quo. A corto y medio plazo, obstaculiza el potencial individual y colectivo para aprender de errores previos y desarrollar soluciones ingeniosas a problemas de gran complejidad (Gurevich 2019).

 

2.10. Una terminología inapropiada para escenarios de crisis

El sesgo neutralizador ha puesto de manifiesto la necesidad de revisar en profundidad el lenguaje utilizado para comunicar al gran público la gravedad de los riesgos y amenazas asociados con el cambio climático. El diario The Guardian —en una iniciativa que otros medios parecen dispuestos a secundar— decidió modificar su manual de estilo para endurecer la terminología habitualmente empleada para referirse a los impactos del cambio climático. Decidieron sustituir cambio por crisis (o emergencia) climática, mucho más apropiadas para describir la situación apremiante en la que nos encontramos.  Y proponen utilizar “Global Heating” en lugar de “Global Warming”, o vida silvestre en lugar de biodiversidad (9).

Aunque la iniciativa merece reconocimiento, lo cierto es que expresiones como cambio abrupto, cambio catastrófico, cambio acelerado, cambio de régimen, eventos extremos, etc. han sido habituales en las publicaciones científicas de las dos últimas décadas. Su ausencia en la prensa generalista es otro efecto del sesgo neutralizador, resultado de decisiones poco afortunadas (no mera deformación profesional) por parte de responsables de medios que tuvieron consciencia de la asimetría entre el desafío científico y la moderación de los enfoques de opinión al respecto (Freudenburg y Muselli 2010).

 

3. Convergencia entre proyecciones de escenario catastrófico para 2050

Spratt y Dunlop (2018 y 2019) explican con claridad cómo el cambio climático se cruza con los riesgos preexistentes para la seguridad nacional y funciona como multiplicador de amenazas y acelerador de la inestabilidad —introduciendo lo que denominan posibilidades de “cola gruesa” (“fat-tail” possibilities)—. El efecto combinado es compatible con una escalada en los ciclos de crisis humanitarias y sociopolíticas, conflictos y migraciones forzosas sugerida por estudios anteriores (von Uexkull y otros 2016;  Bollfrass y  Shaver 2015; Burke y Miguel 2015) y revisiones más recientes de gran alcance (Mach y otros 2019).

Para Nicholas Stern (2016), la subestimación del riesgo catastrófico —por ignorancia de las limitaciones de los modelos integrados de evaluación— desorienta de raíz la toma de decisiones,  que opera con graves desajustes con respecto a la escala de los desafíos y a la urgencia de las soluciones. Además, impide extraer todo el potencial de generación de oportunidades asociado con las tecnologías necesarias para la transición a un modelo económico no dependiente de los combustibles fósiles.

Culturalmente, resulta crucial asumir que nos encontramos en una situación única, sin análogos históricos. Informes diversos del máximo nivel constatan que el nivel de gases de efecto invernadero en la atmósfera es ahora mayor, y la Tierra más cálida, de lo que los seres humanos jamás han experimentado. Sus casi ocho mil millones de habitantes “están obligados a elegir entre tomar medidas costosas y a una escala sin precedentes o aceptar que pronto será demasiado tarde y soportar las consecuencias” (Dunlop y Spratt 2018: 3).

El encuadre pesimista se encontraba hace más de una década en autores como Jared Diamond (Colapso 2007) y James Lovelock (La venganza de la Tierra, 2007). En términos de escenario potencialmente catastrófico —quizá en parte evitable con medidas drásticas antes de 2050, sin excluir la energía nuclear—, Lovelock advertía contra la ignorancia del consenso científico sobre las consecuencias del calentamiento global y enfatizaba el reducido margen para mitigar los efectos previsiblemente catastróficos de las tendencias inducidas por la sobrepoblación y la dependencia del petróleo. Con profusión de ejemplos, Diamond y Lovelock coinciden básicamente en los factores que pueden llevar la humanidad al colapso.

En noviembre de 2017, más de trece mil científicos firmaban el “segundo aviso a la humanidad” (el primero fue en 1992, firmado por más de mil quinientos científicos de todo el mundo, entre ellos 99 premios Nobel) (10). En el escrito expresaban su preocupación por el alcance de los daños actuales, inminentes o potenciales en el planeta Tierra, destacando la reducción de la capa de ozono, la disminución de las reservas de agua dulce, el colapso de la pesca marina, las extensión de las zonas sin vida en los océanos, la deforestación, la destrucción de la biodiversidad, el cambio climático y el crecimiento continuo de la población humana. La gravedad del impacto constatado requería cambios fundamentales y urgentes para evitar consecuencias catastróficas en el corto y medio plazo.

En esencia, estos mismos vectores de cambio subyacen a la interpretación que hacen Sprat y Dunlop de los efectos del cambio climático en los sistemas alimentarios, en las redes de abastecimiento de agua y en la disminución del rendimiento de las cosechas. Su aportación consiste en explicar cómo un aumento inusual de los precios de los alimentos —por efecto de sequías prolongadas, incendios forestales y malas cosechas— puede redimensionar problemas previos y servir de catalizador para el colapso social y la extensión de los conflictos en todo Oriente Medio, el Magreb y el Sahel, agravando la crisis de la migración europea y deslocalizando impactos que cabe interpretar como “más allá del umbral de adaptación”, en escenarios bajo control aparente (Spratt y Dunlop 2019: 6-8).

Es relevante señalar que estos fenómenos se producen cuando la comunidad internacional se ve incapaz de alcanzar acuerdos para estabilizar el incremento de la temperatura global en 1,5°C. Una desviación nada especulativa hacia el rango de 2,5-3°C sería devastadora para la mayor parte de los ecosistemas, tendría consecuencias irreversibles y podría desestabilizar el planeta hasta el punto de resultar incompatible con la existencia de una comunidad global organizada (Spratt y Dunlop 2019: 6). Constituye un escenario de riesgo existencial. Y debe requiere ser interpretado como lo que es: una amenaza real y sin precedentes para la supervivencia de la civilización humana (Spratt y Dunlop 2019: 7).

La Plataforma IPBES (un órgano intergubernamental que evalúa el estado de la biodiversidad y de los servicios que prestan los ecosistemas) avanzó en mayo de 2019 los resultados de una extensa evaluación global sobre uso sostenible de la biodiversidad. Entre sus conclusiones bien establecidas destaca que (a) las acciones humanas suponen ahora una amenaza de extinción global para alrededor de un millón de especies animales y vegetales en los grupos taxonómicos mejor estudiados; y (b) la tasa de extinción de especies es entre decenas y cientos de veces superior a la media de los últimos 10 millones de años, y está previsto que aumente aún más si se mantienen los vectores de cambio. Con evidencia bien establecida pero incompleta concluye que (c) un tercio del riesgo total de extinción de especies hasta la fecha ha surgido en los últimos 25 años (Brondizio y otros 2019: cap. 2.2, p. 6).

Las advertencias de IPBES resultan consistentes con las conclusiones de otros estudios recientes de gran alcance. El de Powers y Jetz (2019) se centra en el impacto de las transformaciones del hábitat —por el cambio en el uso del suelo que hacen los humanos— como principal generador de la pérdida de biodiversidad, que para el año 2070 puede dejar al borde de la extinción a unas 19.400 especies de anfibios, aves y mamíferos en diversos países de América del Sur, el sudeste asiático y África.  El número de especies en riesgo de extinción es corroborado por Betts y otros (2017), concretando el efecto de la deforestación en Borneo, la Amazonía central y la cuenca del Congo para 121-219 especies en los próximos 30 años.

Visconti y otros (2016) calculan que un 30-35% de las especies de mamíferos carnívoros y ungulados pueden desaparecer entre 2010 y 2050. Combinando modelos de uso del suelo y cambio climático, Newbold (2018) calcula que sus efectos separados y combinados podrían provocar una pérdida acumulada media del 37,9% de las especies de comunidades de vertebrados, sobre todo en pastizales y sabanas tropicales. En conjunto, constatan la magnitud de una serie de impactos coherente con las alteraciones bio-geofísicas estudiadas a escala local desde hace años y proyectadas a escala global con modelos más potentes.

 

4. Conclusión

La epistemología del riesgo de escenarios catastróficos resulta esencial para comprender las fortalezas y limitaciones de los modelos integrados que se emplean en las ciencias del clima, y para orientar sobre cómo aplicar marcos de gestión de riesgos que difieren fundamentalmente de la práctica convencional. La aparición de puntos de inflexión (tipping points) en la dinámica de un sistema tan complejo como el planeta Tierra podría darse incluso por debajo de los 2°C, puesto que la inyección de energía resultante de la acción humana ha sido de una escala compatible con cambios graduales en el sistema climático durante periodos amplios pero suficiente para provocar efectos irreversibles –a escalas de tiempo humanas– en las capas de hielo polares y en los niveles del mar, en el permafrost y en otros depósitos de carbono, donde los impactos del calentamiento global no son lineales y resultan difíciles de modelar a partir del conocimiento científico actual (Spratt y Dunlop 2019: 6; Steffen y otros 2018: 8253-8255).

Para Will Steffen y sus colaboradores resulta verosímil un escenario de "Tierra de invernadero" incluso por debajo de los 2°C, en el que varios bucles de retroalimentación del sistema en interacción podrían llevar al clima del sistema Tierra a un punto de no retorno, convirtiendo la dinámica en autosostenible (Steffen y otros 2018: 8255). Para millones de especies, incluida la humana, el colapso de los ecosistemas ha de interpretarse como una cadena de impactos compatible con un horizonte de riesgo catastrófico y extinción inminente (2050-2070), si no se produce un cambio fundamental en el comportamiento humano y se liberan los recursos necesarios para mitigar los impactos.

El movimiento Extinction Rebellion, impulsado por la enérgica activista adolescente Greta Thunberg y el colectivo creciente de estudiantes que secundan la protesta Fridays for future, constituye el tipo de respuesta que cabría esperar de ciudadanos conscientes e informados ante un escenario de crisis y emergencia planetaria deliberadamente ignorado por sus gobiernos.  Investigadores y científicos del clima hicieron bien su trabajo durante años. Ahora, los valores sociopolíticos, la educación y el pensamiento crítico son una cuestión de supervivencia. El tipo de utilidad que asociamos con las humanidades.



Notas

1. Véase A. Sayer (1984). Method in Social Science: a Realist Approach. Hutchinson, London; y R. Bhaskar (1978). A Realist Theory of Science, 2nd ed. Harvester Press, Sussex (citados por Hayes 1992: 406).

2. Cf. https://es.wikipedia.org/wiki/Sistema_de_ecuaciones_lineales
https://es.wikipedia.org/wiki/Principio_de_superposici%C3%B3n
https://es.wikipedia.org/wiki/Sobreaceleraci%C3%B3n

3. Cf. https://es.wikipedia.org/wiki/Sistema_no_lineal
https://en.wikipedia.org/wiki/Nonlinear_system
https://reliabilityweb.com/sp/articles/entry/introduccion-a-los-sistemas-lineales-y-no-lineales-y-su-relacion-con-las-fa
https://necsi.edu/linear-nonlinear
https://necsi.edu/concept-map

4. Una excelente visualización de tendencias y cambios radicales en las masas de hielo de todo el planeta la proporciona National Geographic en:
https://www.nationalgeographic.com.es/temas/cambio-climatico/fotos/1/40
https://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/actualidad/deshielo-artico-se-acelera-sin-precedentes_13620/2

Otra animación interesante la proporciona el equipo de la revista Business Insider:
https://youtu.be/VbiRNT_gWUQ

5. Cf. M. McGrath, "Climate change: COP24 fails to adopt key scientific report", BBC News, 8/12/2018:
https://www.bbc.com/news/science-environment-46496967

6. Un buen ejemplo lo tenemos en los “contrainformes” seudocientíficos del autodenominado Nongovernmental International Panel on Climate Change (NIPCC), como parodia del IPCC y vinculado a The Heartland Institute,  entre cuyos máximos expertos aparece el conocido negacionista Fred Singer:
http://climatechangereconsidered.org/nipcc-scientists

Un listado amplio aunque no exhaustivo de climatoescépticos en diverso grado, precedido por una introducción en la que se precisa que el porcentaje de consenso experto  acerca del cambio climático de origen antropogénico se sitúa entre el 97-98%, puede verse en:
https://en.wikipedia.org

7. Entre otras, se han propuesto soluciones de geoingeniería para manipular el sistema climático mundial y reducir el incremento promedio de la temperatura global asociado con la emisión de gases de efecto invernadero; dispersión de pequeñas partículas en capas altas de la atmósfera para desviar la radiación solar entrante; sembrar los océanos del mundo con polvo de hierro y la colocación de grandes espejos en el espacio para reflejar los rayos del sol. Cf. A. Fenech (11 Dec. 2015): "Magic Solutions to Solve Climate Change", en:
http://projects.upei.ca/climate/2015/12/11/magic-solutions-to-solve-climate-change

Sobre el término, véase: E. Morozov (2015). La locura del solucionismo tecnológico. Madrid, Katz.

8. Cf. J. Gray (El País, 9 Jun. 2019), “Cambio climático y extinción del pensamiento”, disponible en:
https://elpais.com/elpais/2019/06/08/opinion/1559993302_726412.html

9. Cf. https://www.theguardian.com/environment/2019/may/24/media-outlets-guardian-reconsider-language-climatehttps://www.sciencealert.com/is-it-time-to-call-it-a-climate-crisi
https://news.uoguelph.ca/2019/06/language-matters-when-the-earth-is-in-the-midst-of-a-climate-crisis
https://www.publico.es/sociedad/correcto-hablar-crisis-climatica-no-cambio-climatico.html

10. Véase W. J. Ripple y otros (2017), “World Scientists’ Warning to Humanity: A Second Notice”, BioScience:
https://doi.org/10.1093/biosci/bix125
También: http://fore.yale.edu/publications/statements/union



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Artículos de Ensayos de Filosofía citados:

Miguel Moreno Muñoz
2017 "Temperaturas alternativas, espacios imaginarios e irresponsabilidad colectiva en la prevención de riesgos laborales en las aulas", Ensayos de Filosofía, nº 6, 2017, semestre 2, artículo 3.
https://doi.org/10.5281/zenodo.2561241


Publicado 21 junio 2019