Número 8, 2018 (2), artículo 8


La soledad humana


Juan Faustino Domínguez Reyes

Doctor en Derecho. Jubilado




RESUMEN
En el presente trabajo planteamos la soledad humana como algo que nos ocurre sin provocarlo (emociones), bien porque es intrínseco en nosotros, bien porque las circunstancias sociales nos empujan o simplemente nos adecuamos a la situación.


TEMAS
emociones · Montaigne · soledad



Comúnmente, la soledad es el aislamiento de los demás. Así entendida, conlleva que nuestro pensamiento como orden y medida de todas las cosas nos lleve ante situaciones en que existe una pérdida de sensibilidad por nuestro modo de pensar que, de alguna manera, queda desvirtuada por opiniones sobre cosas sin garantía ni validez; asimismo, ideas sobre cosas que, posiblemente, no conocemos, sino las imaginamos, con independencia del objeto que nos hace creer en ellas, aunque sean falaces y nos lleven a algo que no está presente, palpable, procedente de la experiencia, que a veces nos juega una mala pasada cuando son fantasías.

No hablamos de una pérdida de la sensibilidad ante lo que nos rodea, sino de la indiferencia de los que nos observan, salvo los supuestos de los autosuficientes que conllevan la imposibilidad de relacionarse con los demás, pues su aislamiento está en la sapiencia. La soledad de que hablamos supone la búsqueda de formas diferentes de comunicación, que supone la participación recíproca o la comprensión de los demás.

La soledad resulta ser un fenómeno social que en el solitario produce inseguridad consecutiva que le lleva al infortunio y a la desesperación. La soledad conduce al sujeto a vivir de forma ignominiosa, pues no entiende qué pasa, lo seguro puede ser inseguro aun sabiendo que es capaz por sí mismo de dilucidar. Otro fenómeno del solitario es el futuro, porque en la mayoría de los casos son menesterosos, deambulan por las calles y cuando se cansan se apoyan en un portal y extienden la mano para si alguien le da una limosna y, entre limosna y limosna, habla de algo que ni él sabe y la gente no le entiende. Todo ello conlleva inseguridad y desesperación, se ha paralizado, solo vive el momento, su realidad palpable, un día más donde le quieran llevar, es un ser impotente y, con ello, nos vamos acercando a la aceptación de lo que se es, a la realidad que descubre como posibilitante de su propia razón, aquí la voluntad pierde apetencia, sensible el deseo conforme a la razón, el apetito racional, la facultad de afirmar o negar se queda sin sentido de la auténtica realidad humana.

La soledad hay que sentirla porque tiene sus propias estructuras, sus leyes, sus significados y, por tanto, el que se halla en esa situación la asume conciente de que es una forma organizada de la vida humana. Como ha señalado Sartre (1983: 131), "una emoción remite a lo que significa o pensar lo que significa la totalidad de las relaciones de la realidad humana con el mudo". Ciertamente, lo que ordena la emoción es su percepción en nosotros porque somos nosotros los que buscamos soluciones ante los problemas. Si fracasamos, nos irritamos, entre la búsqueda y la irritación se intercala la conciencia. Las emociones han sido consideradas a lo largo de la historia como el aspecto negativo de la razón humana, posiblemente porque distorsiona muchas patologías mentales. De este modo ha prevalecido el controlar las emociones a través de la razón.

El hombre es el único ser que se siente solo y el único que busca comunicarse para olvidar su nostalgia. Su falta de afección. Su intimidad queda vinculada a la estimación social, el hombre en esta situación necesita romper el mundo que le vio nacer, crecer y, con ello, el amor a la familia y su educación, para crear otro en su imaginación que pueda ser a la vez peligroso y terrible, pues el solitario se deja llevar por lo que anela hasta llegar a la enfermedad, sin saberlo, porque está envuelto en una constante repetición de actitudes, comportamientos, conductas sin unidad ni método. Posiblemente, la soledad le ayuda e inclusive le facilita la labor para deshacer los vínculos sociales, religiosos, reconstruyendo a la vez una organización ficticia que le conduce al vacío a los ojos del que lo observa, pero él no lo aprecia, él ha creado un rito como modo de vida.  Como ha puesto de relieve Camps (2011: 23), no existe un concepto de emociones para cada momento, pues de la soledad se viene hablando desde hace unos dos mil quinientos años y a lo largo de la historia la doctrina filosófica ha proporcionado modos o maneras de entenderla. Así, genéricamente se puede decir que "evoca algo que el individuo padece, que le sobrepone, que le afecta y que no depende de él". Conviene, por tanto, valernos de unos ejemplos: el borracho, generalmente un hombre, pero puede ser una mujer, a pesar de saber que cae ante una situación que por sus actos o conductas deshonrosos pierde el respecto de los demás, sin perjuicio del daño psíquico que se hace a sí mismo y emocional a su familia, sigue porque hay algo en él que le empuja. Otro supuesto sería el caso del drogadicto, persona que consume ciertas sustancias que provocan hábito y tolerancia, además de la dependencia que a la larga le llevan a padecer síntomas psíquicos conocidos como síndrome de abstinencia, que a su vez conduce de forma inmediata a la búsqueda de la sustancia, pero no le importa, ni tan siquiera le inquieta el daño social y familiar que puede causar, solo está inmerso en dicha situación como algo que le sobrepone, le afecta y no depende de él.

Trasladando los ejemplos expuestos a la realidad del humano, nos encontramos con las emociones consisten en modificaciones nos producen una conmoción, inicialmente psíquica, pero que después se convierte en una alteración anímica que provoca sostener creencias erróneas y actitudes equivocadas no importándole en la mayoría de los casos y acompañados de una particular manera de entender el mundo y la realidad en que nació y vive ¿Al hombre solitario le falta autoestima? Para los que creen que el solitario padece un síndrome depresivo, la respuesta es afirmativa, pero para los que lo ven como un deshonor público, estamos ante una emoción no controlada, que le sobrepone, no es una cuestión de autoestima, sino de un sujeto que soporta lo que la soledad le impone. A este respecto, Sartre (1983, 65) ha señalado que "la emoción se padece, sorprende, se desarrolla según sus propias leyes y sin que nuestra espontaneidad consciente pueda modificar muy notablemente su curso". Evidentemente, dichas situaciones pueden evitarse por la simple regla de que somos vulnerables y, por tanto, debemos aprender a corregir aquello que de algún modo nos perturba, se puede, y así lo creemos, es posible liberarse de las emociones negativas cuando aprendemos a valorar la realidad que nos rodea, aunque no es fácil, máximo cuando "la emoción no es algo que ocurre, sino es algo que yo hago" (Camps 2011, 24).

La soledad es aquella situación en la que se encuentra una persona, generalmente aceptada como forma de vida consciente o no, que se encuentra bien en dicha situación, vive su vida, los que le rodean forman parte de su vida diaria, él es el centro de la situación, a veces conocida por sí mismo, a veces ignorada, pero está  ahí. No hablamos de una persona apática,  huraña, de un inadaptado social, de un amargado, de un necio o un loco refugiado en su soledad; no, sino de un sujeto que sin perder la interacción recíproca entre lo social y lo afectivo controla la relación con los demás. Evidentemente, estamos ante una experiencia subjetiva subordinada a las características culturales del sujeto, con el agravante de la evolución de dicha persona en la situación en que se encuentra. Para este tipo de sujetos Montaigne (2007, 14) señaló "la soledad es vivir sin cuidados y agradecimientos". La soledad pertenece a la mente y nunca se va de la mente, nunca dice adiós, salvo que deje para siempre su mente. La soledad pertenece al mundo privado de los recuerdos (privativo de cada persona, algo que se conserva según incide en sí mismo), y no a la memoria (posibilidad de disponer de los conocimientos pasados que persisten y se conservan), tal vez por ello la soledad se afronta con indiferencia, no porque sea más valiente que los demás, sino porque tiene menos imaginación.

Existe otra soledad impuesta por las circunstancias sociales, a lo que el ser humano se ve empujado por los  avatares de la vida, adaptándose a ella como medio de subsistencia sin darse cuenta, aunque no siempre, sino que se acomoda al infortunio para pensar en qué erró por descuido, ignorancia o inadvertencia. Esta situación puede ser en algunos casos positiva, pues es el aislamiento el medio para reflexionar y comunicarnos con Dios o el medio para reflexionar sobre nuestro carácter personal (cfr. Montaigne 2007: 19), aunque lleva su lado negativo cuando está vinculado a una situación familiar -divorcio o fallecimiento de un familiar- (cfr. Mario González 1997: 148). El problema está en saber cuándo nos damos cuenta de que las vicisitudes sociales nos han provocado una situación de que no podemos salir sin apoyo social o familiar, es decir, la falta de comunicación entre el solitario y su familia; la falta de diálogo recíproco; la falta de sentirse arropado; en definitiva, la falta de entendimiento no es un fenómeno familiar, sino una característica intrínseca de la sociedad carente de cercanía humana; que, por otro lado, resulta necesario para saber de sí mismo y de los demás, como medio para desarrollar nuestra identidad y conocer nuestras singularidades como personas, todo ello a través de la comunicación, de escuchar y de ser oídos. En relación con las situaciones personales que lo determinan se produce un cambio brusco en la conducta humana con respuesta a una emoción que no lleva carácter uniforme, sino puede variar su relación a una situación determinada.

Para otros, cuando oyen el sustantivo soledad ya están pensando no en las circunstancias del que la padece, sino en el fármaco que, tal vez, pueda engañar aún más al engañado, pues, en muchos casos el solitario no sabe que está padeciendo un sentimiento social entendido como valor, alcance o importancia de una situación determinada en la vida de sus necesidades y de sus intereses (1). Aristoteles decía "la emoción es toda afección del alma acompañada de placer o de dolor, y en la que el placer y el dolor son la advertencia del valor y que para la vida el hecho o la situación a la que se refiere la afección misma. Así las emociones pueden considerarse como la reacción inmediata del ser vivo a una situación que le es favorable o desfavorable; inmediata en el sentido de que está condensada y, por así decirlo, resumida en la totalidad sentimental, placentera o dolorosa, la cual basta para poner en alarma al ser vivo y disponerlo para afrontar la situación con los medios a su alcance" (Abbagnano 1993: 379; Casado y Colomo 2006: 2). Aquí la emoción supone una situación determinada que en la vida humana padece una reacción inmediata ante una situación generalmente desfavorable, que puede poner en alerta al sujeto afectado para hacer frente a dicha situación con los medios de que dispone. La doctrina estoica niega el significado de las emociones. Su criterio se basó en que la naturaleza ha proveído las cualidades de los seres humanos; así, a los animales los dotó de instinto, a los animales relacionales los dotó de razón (cfr. Casado y Colomo 2006: 3) (2).

En la edad media destaca, entre otros, santo Tomás (el aristotelismo cristiano) para quien la emoción es una continuación del pensamiento de Aristoteles, pero se aprecia la primera división: emociones concupiscibles, tienen por objeto el bien o mal  (v. gr. sensibilidad, alegría o tristeza, etc.) y emociones irascibles cuando el objeto es difícil de conseguir o evitar (v. gr.  la esperanza o la desesperación). Los filósofos Descartes (1997: 34, 52, 68, 70 y 95) (3) y Spinoza (1977: 72 y ss., 103 y ss.) (4) siguen estimando las emociones como afecciones del alma: para el primero cuerpo y alma son sustancias distintas cuya función es la de incitar al alma y contribuir a las acciones del cuerpo; para el segundo, cuerpo y alma son un todo haciendo derivar las emociones del esfuerzo de la mente para continuar por tiempo indefinido. Kant (1980: 16, 45 y ss.) fue el primero en introducir la categoría del sentimiento como autónoma y mediadora entre la razón y la voluntad; que en el siglo XII supuso un comportamiento dirigido a afrontar la situación de huir o resolver el problema. García Sedeño (2006: 121), citando a Casado y Colomo (2006: 7), señala que se debió a Hegel la distinción entre emoción, sentimiento y pasión, para quien el sentimiento constituye la categoría universal y las emociones una categoría accidental, subjetiva y particular, ambos casos son manifestaciones de nuestro cuerpo. En la ontología de Heidegger, escribe Sciacca (1961: 311 y ss.), es el ser en su conjunto, cuya esencia es su existencia. Los sentimientos y las emociones tienen su papel central en la sustancia misma del hombre, la razón es un modo fundamental en la existencia humana.

La psicología heredó de la filosofía los estudios sobre las emociones, pero en la actualidad dichos trabajos han sido ignorados por otras disciplinas, posiblemente por la interrelación de varias teorías (del sentimiento, la conductista y la psicoanalítica), tres corrientes doctrinales que son "tres versiones de una misma teoría" (cfr. Lyons, 1993: 7). No es el lugar para desarrollar dichas teorías, pues desbordaría la intención de este trabajo, que tan solo busca señalar que las emociones son consideradas como algo a superar; que poseen la capacidad de torcer la voluntad y de dirigir al sujeto hacia un estado irracional.



Notas

1. Casado y Colomo señalan que en relaci6n a las emociones existen dos orientaciones: la primera es aquella que les reconoce significado, considerándolas como valores de las si­tuaciones con posibilidades de conservaci6n, realización de los intereses; la segunda, aquella que, por el contrario, niega significado a las emociones, porque el mundo es perfecto y garantiza la existencia y la felicidad. Dichos autores añaden que la segunda teoría no explica por qué el ser humano como parte del mundo se caracteriza par la manifestaci6n de errores, estereotipos, prejuicios que perturban la racionalidad (2006: 2).

2. Copleston: la ética estoica se ocupa más del aspecto práctico. Lo su­premo es la felicidad, no a través del placer, sino de la virtud y esta es vivir conforme a la naturaleza (2011: I, 331 y ss.).

3. Parellada: "del alma y del cuerpo poseemos ideas innatas, claras y distintas, mientras que su unión la conocemos por la experiencia" (2000: 237).



Bibliografía

Abbagnano, Nicola
1993 Diccionario de filosofía. México, Fondo de Cultura Económica.

Camps, Victoria
2011 El gobierno de las emociones.  Barcelona, Herder.

Casado, Cristina (y Ricardo Colome)
2006 "Un breve recorrido por la concepción de las emociones en la filosofia occidental".
http://serbal.pntc.mec.es/AParteRei

Copleston, Frederick
2011 Historia de la filosofía. Barcelona, Ariel.

Descartes, René
1997 Las pasiones del alma. Madrid, Tecnos.

García Sederio, Manuel A.
2016 Las emociones como componente de la racionalidad humana. Tesis doctoral.
https://gredos.usai.es

Kant, Immanuel
1980 El poder de las facultades afectivas. Buenos Aires, Aguilar.

Lyons, William
1993 Emociones. Barcelona, Anthropos.

Mario González, Carlos
1997 "El pensar y la soledad", Revista Colombiana de Psicología nº 5-6: 145-151.
https://revistas.unal.edu.co/indexpsicologia/article/view/15970/16830

Montaigne, Michel de
2007 Ensayos. Capítulo XXXVIII, "De la soledad" (págs. 13-82). Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
http://www.cervantesvirtual.com

Parellada, Ricardo
2000 "La naturaleza de las pasiones del alma", Revista de Filosofía, 23: 235-242.

Sartre, Jean-Paul
1983 Bosquejo de una teoría de las emociones. Madrid, Alianza Editorial.

Sciacca, Michele Federico
1961 La filosofia hoy. Volumen 1º. Barcelona, Editorial Luis Miracle.

Spinoza, Baruch
1977 Ética, demostrada según el orden geométrico. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.


Publicado 27 noviembre 2018