Número 8, 2018 (2), artículo 2


Repensando el utilitarismo. 2. Algunos conceptos polémicos revisados a la luz de la estadística


Martín Gonzalo Zapico

Profesor de Teoría Literaria en el IFDC-SL, Profesor e Investigador en la Universidad Nacional de San Luis, Argentina




RESUMEN
El artículo propone una ética estadística, basada en la máxima utilitarista de la mayor cantidad de felicidad para la mayor cantidad de personas. Ante un panorama social complejo, asoma una posibilidad de encontrar aquello que une a los individuos. Se tratan los conceptos de media, norma, normalidad y mediocridad.


TEMAS
estadística · ética · mediocridad · norma · normatividad · utilitarismo



1. Retomando ideas previas

Este artículo se propone como la continuación de "Repensando el utilitarismo. 1. La estadística como forma ética de interpretación de lo social" donde se abordó epistemológicamente la posibilidad de emplear la estadística como una perspectiva para razonar determinados conflictos por fuera de los particularismos, articulando lo que Habermas ha postulado como una moral post-convencional que exceda al individualismo nocivo que muchas veces se emplea en los debates relacionados a lo público. En este artículo vamos a abordar conceptos de uso frecuente pero que consideramos incorrecto, puesto que ocultan el verdadero valor estadístico y democrático que revisten. La posibilidad de acceso a la información, la transparencia, y la posibilidad de entender panoramas amplios, favorecerán un debate público basado en la razón.

 

2. Revalorizando conceptos

Parte de los conflictos señalados anteriormente, y en consonancia con el cada vez mayor papel que se le está dando al lenguaje en todos estos asuntos, tiene que ver con ciertas connotaciones que han ido adquiriendo términos. La estadística, de la mano de los números, ayudará a resignificar de forma correcta palabras que han sido apropiadas por ciertos discursos que tienden a valorizar y matizar toda forma de lenguaje con el propósito, precisamente, de dividir y fragmentar al espacio y a los individuos que lo habitan. Esta forma de discurso tiene en su propia constitución el germen de las formas de gobierno más alejadas posibles de la democracia: las formas totalitarias. Los conceptos que vamos a revisar a través del ojo de los números grandes serán los de: norma, media, mayoría y minoría.

 

2.1. Norma y normatividad

El primer término es norma. Desde la tradición postmoderna se ha impuesto un velo negativo, peyorativo e incluso opresivo a todo lo que tenga que ver con la norma tanto en su sentido legal (Haro Ibars 1980; Soler-Nariño, Bring-Pérez, Real-Infante, Clark-Torres 2005) como en su sentido numérico (Herzog y Dobon 2012) Esto ha sido especialmente cierto en disciplinas médicas fundamentalmente relacionadas con la salud mental desde la publicación de Foucault de su Historia de la locura en la época clásica (1961) y Nacimiento de la clínica (1963) donde se cuestiona a la norma como parámetro válido de salud mental. Esta idea entroncaría perfecto con las líneas amplias de psicoanálisis que parten del axioma de que todos los sujetos están en alguna medida enfermos y no pueden ser felices (Carro y De la Cuesta 2010; Russo 2009). Ambas a su vez se alinean con el debate activo entre la psiquiatría clásica y el movimiento antipsiquiátrico en la polémica por la sobremedicalización, en especial de la infancia (Dueñas y Dueñas 2011; Stolkiner 2012; Márquez-Valderrama 2017). Lo dicho ha derivado en un proceso de valorización negativa del término norma, al punto que el imaginario social que de él se desprende se ha constituido en una verdadera narrativa de la realidad (Gómez 2001) que cuenta con muchos grupos sociales e individuos que tienen la certeza de que la “norma” es un constructo empleado para ejercer la hegemonía o la estigmatización.

Todo esto que parece tener sentido y es coherente en el ámbito del discurso carece completamente de lógica y consistencia cuando se aplica un criterio estadístico, y luego ético por no decir legal. La norma no es más que el enunciado que da cuenta de un rasgo compartido en un conjunto de datos. En términos sociales, se puede homologar como aquel comportamiento, rasgo o carácter que de una población su mayoría comparte. Entrando en una polémica vigente, la heterosexualidad es la norma en todas las sociedades hasta ahora conocidas. Y lo es por el hecho de que la mayoría de la población es heterosexual. Y a una perspectiva descriptiva no le interesan las causas de este hecho, o los juegos de palabras que pueden construirse con un poco de talento para cambiar el foco de la cuestión y matizar o relativizar dicho enunciado. Porque la perspectiva estadística está en consonancia con lo que Popper llamará sociedades abiertas en su La sociedad abierta y sus enemigos (1994). La sociedad abierta, democrática, justa, es aquella que está dispuesta a cuestionar sus propias bases y cambiar para ir aproximándose cada vez más a un ideal de justicia y bondad para la mayor cantidad de individuos. La sociedad abierta hace uso, entonces, de la ingeniería social que consiste en la aplicación progresivo de pequeñas medidas que, acumulativamente, darán lugar a un cambio real y tangible en un contexto determinado. Esta sociedad abierta se opone a las denominadas sociedades cerradas, que a su vez se apoyan en las pseudociencias (Popper 1995) con las cuales comparten la premisa de no falsabilidad, es decir no permiten la negación o refutación de sus enunciados base por lo que no aspiran al conocimiento de la verdad sino a la auto-verificación constante. Un constructo teórico, como la ideología de género, que afirma que en toda la historia occidental siempre ha existido un heteropatriarcado, y que además propone que no hay forma de que esto sea de otra manera y siempre encontrará la forma de argumentar a favor de sí misma, es efectivamente una sociedad cerrada, que tiende naturalmente al autoritarismo y la censura. No es de extrañar entonces que, en vez de abogar por la libertad de expresión cada vez mayor, ciertos grupos prefieran una dinámica de confrontación y fragmentación de la realidad social.

Por otro lado, cuando se opta por una actitud estadística y se la extiende a la ética, se entiende que los datos son reflejos de una realidad no conformadores de ella. Afirmar que hay determinadas apreciaciones que son norma en una sociedad particular o en un subgrupo determinado nunca puede ser un hecho valorativo o susceptible de cuestionamiento puesto que hacerlo sería negar a priori cualquier posibilidad de democracia, entendiendo que esta se mueve a partir de consensos entre grupos y diálogo, no imposición de posturas a la fuerza o ejercicio de la dominación por medio de la violencia. Este mecanismo es el que nos salva también de la monopolización del poder, evita que se concentre y devuelve a cada ciudadano aquello que le corresponde del estado. Politizar o polemizar un mero dato es la evidencia de una voluntad totalizadora que espera ejercer sobre los imaginarios sociales un control absoluto donde cualquier atisbo de disidencia es inmediatamente condenable. Esto no significa que no se deban revisar las metodologías empleadas en la estadística y la recolección de datos, por el contrario, deben someterse a los estándares de rigurosidad más altos posibles, pero una vez verificados por aquellos a quienes la sociedad designe para tal fin, deben ser validados socialmente. Algo que una mayoría ha validado, la minoría debe aceptarlo por más que vaya contra sus intereses. Aquí es pertinente recordar la distinción que propone Habermas (1985) entre lo que es justo y lo que hace feliz a un determinado grupo. Una resolución, por ejemplo, la no obligatoriedad del uso del neutro en el caso de los pronombres todos/todas, puede disgustar a ciertos grupos minoritarios. Ahora, la elección de la mayoría de emplear la lengua de una u otra forma no puede ser motivo de cuestionamiento por parte de una minoría porque lo único que se promueve en este tipo de dinámica es la limitación de derechos y restricciones cada vez más amplias a la libertad. A este modelo oponemos una estadística amplia, social, representativa de los intereses de la mayoría que se constituyen como norma, sin olvidar nunca los derechos de las minorías. Ahora derechos de las minorías no es lo que dichas minorías proclaman como tal, sino lo que la sociedad en conjunto delibera que son los derechos para todos los habitantes y que por extensión recaen en dichos grupos minoritarios.

 

2.2. Media y mediocridad

El segundo término por analizar es el de media, o mediocridad. Hace ya siglos la palabra mediocre ha sido cargada de connotaciones negativas. Esto ha provocado que, con el auge ya analizado de tomar distancia respecto de la norma (que no es más que una expresión social o comportamental de la media), nadie desee ser o ser calificado de común o normal. No es raro ver en los medios de comunicación y en las redes sociales (principales formadores de opinión pública hoy día) una entronización de la diferencia, de la no normalidad como algo bueno (Entwistle 2002; Salazar Moza 2008; Abruzzese 2010; Martín-Cabello 2016) Esto, que en sí mismo es imposible ya que todos los seres humanos compartimos una enorme cantidad de rasgos tanto en términos genéticos como en comportamientos y actitudes aprendidas por entorno, alcanza un nivel de paradoja máximo cuando dicha opinión se busca compatibilizar con la idea de que todos somos iguales en tanto humanos, y por ende tenemos los mismos derechos.

Entendemos que el segundo enunciado es en lo universal y acordamos plenamente con él, y el primero en lo particular, pero la verdad es que el primero es una ilusión lingüística, que se expresa de manera bastante divertida en la frase “nueve de cada diez personas creen que son una de cada diez”. Vamos a desmontar un poco esta idea de singularidad que está tan vigente actualmente. Para dicho propósito, vamos a aplicar nuestro análisis estadístico y poner de manifiesto que no solamente la mayoría de las personas caen en la media de una gran cantidad de actitudes, sino que además esto no es nada malo, es simplemente el reflejo de la combinación entre la genética humana y lo sucedido en el ambiente.

Vamos a analizar tres ámbitos del ser humano. Un aspecto genético y cultural amplio, un aspecto como es la vestimenta sobre el cual hay mucho escrito respecto a moda y un aspecto como las opciones de vida en las mujeres occidentales respecto a la tenencia o no de hijos. Finalmente, como ejemplo de un esfuerzo ridículo de autoafirmación de la sociedad cerrada de la ideología de género, vamos a analizar mínimamente la cada vez más aparición de etiquetas que buscan dar la apariencia de la multiplicación e infinitización de formas de experimentar la sexualidad, el sexo y el género en el mundo.

Empezando por el aspecto amplio, todos los seres humanos compartimos un código genético que es en pocas palabras las reglas por las cuales se traducen un conjunto de nucleótidos en una secuencia de aminoácidos. Las enormes combinaciones de estos definen la totalidad de nuestro organismo no solo en un tiempo presente, sino que también tendrán indicadores respecto a posibles actitudes, enfermedades o tendencias futuras. Naturalmente, este código genético no es lo único que determina el desenvolvimiento de un ser humano, puesto que después del nacimiento entramos en la compleja e inabarcable trama social. Ya en este punto encontramos un primer punto de comparación que nos permite afirmar que todos caemos en la media. Para que un ser humano pueda desarrollarse de forma completa y sin ningún tipo de discapacidad o problema de desarrollo, no puede presentar alteraciones significativas en su código genético, ya que variaciones mínimas que pueden ser causadas por motivos tanto externos (radiación, exposición extrema del feto al calor, tabaquismo, alcoholismo) como internos (irregularidades en la conformación del código) pueden afectar de manera directa al organismo al punto de lo fatal. Es decir, más allá de las diferencias observables y evidentes en los seres humanos, son estadísticamente más las similitudes que permiten afirmar la pertenencia de todos esos individuos a la especie humana. En palabras más simples, la mayoría de la población tiene todos sus órganos, posee todos sus miembros, y sus sistemas (nervioso, endócrino, simpático, parasimpático, etc.) funcionan de manera regular. Ciertamente, hay excepciones a todos los casos, pero se pierden en la gran mayoría lo cual resta fuerza a cualquier argumento basado en enunciados del tipo “hubo un caso en que se encontró una mujer que no tenía cerebelo” o “nació un bebé con tres brazos”. Si, efectivamente esos casos ocurrieron, y tuvieron consecuencias terribles para dichos individuos. De ninguna manera pueden ser tomados como elementos positivos, deseables o empleables como demostración de la bondad de ser diferente al resto de la especie. Para ser más claros aún, según un informe de la OMS del 2005, aproximadamente un 2,5% de los nacimientos de niños presentan algún tipo de enfermedad genética. Considerando que en este número se incluyen tanto las tratables (que representan más del 99%) como las no tratables (1%), y todo tratamiento tiene como objetivo un efecto normalizador, normativo, de las funciones fisiológicas, y además no hay personas (salvando casos contados por asuntos de creencias, que siguen siendo una minoría muy pequeña) que nieguen tratamiento a sus hijos, la conclusión evidente es que todos los seres humanos son lo suficientemente normales como para ser funcionales y desarrollar una vida plena. Caen en la media de lo que es un ser humano sano.

Vamos ahora a ver el aspecto no genético del asunto. Tomemos a los individuos pertenecientes a un lugar determinado, supongamos Argentina. Por nacer en el territorio Argentino, el individuo tendrá una determinada cantidad de experiencias de socialización en los circuitos tanto oficiales (la escuela, los organismos públicos) como no oficiales (la familia, el barrio, entre otros). Esas experiencias (que compartirá con muchos otros individuos) a la vez estarán reguladas por una cantidad de normas sociales tantos explícitas (las que conforman el código legal) como implícitas (aquellas que moralmente son incorrectas) Es a través de esas experiencias sociales enmarcadas en esas normas sociales que irá configurando su personalidad, así como sus deseos, expectativas, fantasías, gustos, etc. Y finalmente, después de todo un circuito de socialización basado en parámetros y experiencias compartidas, tenemos sujetos que son bastante parecidos entre sí. Tomemos como ejemplo algunas encuestas oficiales. La Primera encuesta de creencias y actitudes religiosas en Argentina (Conicet 2008) demuestra, por ejemplo, que más del 90% de la población argentina cree en Dios. De ese 90%, casi el 50% acude a él solo en momentos de sufrimiento. Y a su vez de ese 90%, el 75% se declaran católicos. Esto delinea de forma clara como es la idiosincrasia Argentina en términos de creencia. No hace falta pormenorizar, dado que en esos tres datos se está dando una descripción de prácticamente la totalidad de la población. Vamos a otro caso, la Encuesta nacional de consumos culturales (DNIC, 2013) ponen evidencia fenómenos como que el 99% de los argentinos escucha música, de ese porcentaje casi la totalidad prefiere la música en idioma español; la mitad de los argentinos baila, sea de manera formal o no formal; el 99% de los argentinos mira televisión y hay más datos similares. Lo que se buscaba mostrar es que, en cuanto a creencias y gustos, hay un enorme acuerdo en la población sobre dichos aspectos. La gente es mucho más normal de lo que cree. Y si alguien argumentare a este planteo que esos son datos más bien generales, y que en las formas particulares hay distintas formas de llevar a cabo las actividades, simplemente diré que dudo seriamente que haya 50 millones de formas (esa es la población Argentina aproximadamente) de bailar, escuchar música, estudiar o leer. Luego, a quienes acudan a los conocimientos de las neurociencias que afirman que los sistemas de percepción del mundo son particulares, y que por ende cada cerebro es único y la versión que dicho cerebro construye del mundo también, eso es cierto, pero en ningún momento es demostrativo de que las personas se comporten de forma diferente o sean diferentes. Hay que ser un poco intuitivo y práctico en este momento: si la gente, en su totalidad, realmente fuera diferente y cada una tuviera una cosmovisión única sobre lo que es la realidad, el mundo social como lo conocemos se disolvería sin posibilidad de consenso alguno.

Trabajemos ahora sobre algo más mundano, como puede ser la vestimenta. En este aspecto no hay mucho que decir más que un par de enunciados muy interesantes como que no hay prácticamente estudio alguno que no afirme que la forma de vestirse es una forma de marcar identidad (Luna 1999; Decoster 2005; Gil, De Antonio y Miguel 2006). Esto es curioso, porque si vamos a analizar lo que proponen las distintas marcas de ropa que se ofertan en el mercado, todas ellas suelen limitar los productos que ofrecen a no más de unos cientos de prendas por temporada o estación, segmentando por aspectos generales como sexo, rango etario y perfil de consumo. Llamativo, ¿no? Que se empleen apenas cuatro variables para abarcar la totalidad del mercado. Ahora, por más que busquemos encontrar la mayor cantidad de cruces de prendas posibles, siempre se llegará a la conclusión de que la mayoría de las personas se visten de forma similar a la gran mayoría de las personas. Esto no es de extrañar, ¿por qué sino se da el fenómeno de la promoción de vestimenta y artículos de dicha índole en los denominados formadores de opinión, como youtubers o instagramers, creándose el nuevo concepto de influencer? (Torres Morales 2014; Gálvez Mancheño 2016) ¿No será porque acaso un gran segmento de la población imita ciertos modelos a partir de lo que ya se ha estudiado como consumo aspiracional? (Aparicio Cabrera 2011) Parece que nos hallamos nuevamente ante el mismo fenómeno destacado anteriormente, la ilusión de individualidad.

Cerremos el análisis con un caso que tiene vigencia y sobre el cual hay aún cierto grado de debate: la opción, mayoritaria en países europeos, de las mujeres por no tener hijos. En este punto ya parece ridículo plantear que hay algún tipo de diferenciación o ser individual en un asunto que por propia naturaleza tiene solo dos opciones: tener hijos o no tenerlos. Sin embargo, la segunda opción se ha vuelto una bandera para aquellas corrientes que buscan extender la influencia de esta opción como una opción política. El famoso lema lo personal es político, permite entender porque algo tan simple y que no admite disquisiciones, puesto que el asunto es A o B, se ha tornado un asunto de libertad de acción desde que se supone que hasta este momento de la historia la mujer no había tenido la opción de elegir o no tener hijos. Siendo fieles a los hechos, todas las mujeres de todos los tiempos han tenido la opción, solo que por la influencia del contexto sea personal, político, económico, cultural o social tendieron a tenerlos. Hoy día esa tendencia se revierte en determinadas regiones del mundo lo cual ha dado lugar a una discusión que corre entre la libertad y el egoísmo. Pero más allá de esto nunca puede ser empleado o interpretado como una forma de individualidad o diferenciación de las mayorías, pues es una elección de dos elementos donde ambos son igualmente dominantes, es un sinsentido mismo en términos de lógica. Es lo mismo que sucede con la creación de cada vez más etiquetas de género para describir preferencias sexuales que pueden ser tipificadas a partir de un criterio empírico, es simplemente una búsqueda teórica de encontrar diferencias y posibilidades de ser una “persona diferente a las demás” donde no las hay por el peso mismo de la situación. Puedo afirmar que existen un número infinito de géneros, puedo creer en ello realmente, pero la estadística ética, que tiende a la ampliación y no a la restricción, puede reconocer de forma sencilla y práctica dos sexos (macho, hembra) que se configuran biológicamente, dos géneros (masculino, femenino) que se han configurado cultural e históricamente en occidente y dos orientaciones sexuales (heterosexual u homosexual) que pueden verificarse en términos empíricos. Cualquier tergiversación o vuelta discursiva que se haga para justificar la creación de términos en pos de una supuesta ampliación de derechos a partir del lenguaje y su imposición obligada a las mayorías (Guzmán 2004; Furtado 2013, Garay Montañez 2014) es simplemente un sinsentido que la población no validará como se ha venido demostrando en las repetidas negativas de los padres y muchas comunidades no solo en Europa, sino también en Latinoamérica e incluso África (Afary 2000; Campilo-Velez 2013; Arroyo-Aguirre 2015) a permitir la educación de género como algo obligatorio. Nuestra postura no rechaza la posibilidad de la autodeterminación, que es perfectamente plausible para un sujeto que desee llevarla a cabo, pero se está lógicamente en contra de la imposición de la idea de ese sujeto o conjunto de sujetos pues entra en conflicto directo con la libertad de pensamiento y expresión de las mayorías.

En conclusión, pertenecer a la media de una población, ser calificado como mediocre simplemente por poseer características que otra gran cantidad de seres humanos posee no debería ser en modo alguno una especie de afrenta a la individualidad. Todo lo contrario, retomemos esos mismos argumento neurológicos que manifiestan la particularidad a priori de nuestros cerebros, ya de antemano dicha individualidad está garantizada. Hay que dejar de temer al empleo de términos como norma, normativo, media, mediocre, puesto que lo que hacen precisamente es ayudar a consolidar ideas, parámetros, comportamientos que poseen la mayoría de la población y es solo a partir de la comprensión de las masas que se puede pretender lograr algún tipo de consenso o diálogo entre las distintas personas que componen una sociedad.

 

2.3. Mayoría y minoría

Es curioso que no se apele a la estadística, cuando naturalmente uno pensaría que para definir si un grupo es o no mayoritario debería realizarse un análisis de este tipo. Más aún, es raro que actualmente la idea de pertenecer a un grupo mayoritario tenga asociadas características negativas llegando a considerar que los individuos que forman parte de este grupo comparten rasgos como el autoritarismo, la violencia simbólica, el fascismo ideológico, etc. Lo más gracioso y penoso es que esto no es más que un error de análisis. Que un sujeto sea o no parte de una minoría probablemente va a ser definido por qué parámetro se emplee para definir cuáles son las mayorías o no. Es decir, a priori ninguna persona es mayoría o minoría, lo es a partir de que se realiza un análisis estadístico.

Vamos con un ejemplo práctico. Un argentino, hombre, negro, heterosexual, fanático del fútbol puede ser mayoría desde su orientación sexual (heterosexual), minoría desde una perspectiva del color de piel (negro, por ejemplo), minoría nuevamente si se tiene en cuenta el sexo (los hombres son menos en total que las mujeres), mayoría si se tiene en cuenta su deporte favorito (el fútbol) y las variables pueden seguir mostrando que no existirá nunca un sujeto mayoritario o minoritario per se. Es decir, que si es parte de un grupo mayoritario será solo posible afirmarlo cuando se opte por una variable a tener en cuenta. Partiendo de la base que dicho análisis es un proceso de valoración externa, que el hombre sea heterosexual, ¿dice algo sobre su carácter ético o moral?, ¿lo hace una personas más o menos deseable para el entramado social?, ¿le dota ese análisis que no es más que un mero relevamiento de datos de características por arte de magia? Si supuestamente estamos en una época donde tratamos de desprendernos de los prejuicios que no son realmente útiles ni necesarios para la interpretación del mundo ¿por qué hoy día nos encontramos con grupos que califican de esto o aquello a determinado grupo solo por una mero cuantificación analítica?

Yendo más profundo aún, ¿por qué estaría mal formar parte de una mayoría?, ¿y de una minoría? Si el caso es que en el fondo no son más que apreciaciones estadísticas, neutras, ¿por qué se constituye tanto revuelvo? Se podría argumentar que es porque en muchos casos la identidad del sujeto se constituye por la pertenencia a una minoría, pertenencia que ha marcado su experiencia de vida. Ahora bien, esa experiencia de vida (que no puede ser negada) ¿es válida para realizar un juicio inferencial aplicable a todo el mundo? ¿Cómo el juicio de un grupo minoritario puede cargar de alguna especie de “culpa social” a la mayoría, cuando esta realmente no existe más allá del análisis estadístico? Este sinsentido que a veces parece apoderarse de los medios de comunicación, las noticias, los conflictos sociales, pone en riesgo uno de los pilares del proyecto de una democracia justa e inclusiva: la igualdad. Si somos todos iguales, ¿por qué se nos etiqueta contra nuestra voluntad, y a partir de ese etiquetado se derivan rasgos no contrastables empíricamente? ¿Por qué el criterio estadístico se aplica de manera parcial, solo a efectos de conveniencias políticas?

Esa situación da pie para hablar de un tema respecto a esta propuesta ético-estadística y es precisamente uno de sus límites en términos de neutralidad. Como modelo estadístico, constantemente está buscando regularidades en la masa social a efectos de poder determinar características y tomar decisiones. Pero como modelo ético, entiende que este procedimiento es un asunto metodológico neutro y objetivo, que no espera hablar de manera directa de lo que un sujeto es, sino de los rasgos que manifiesta. No se trata de negar la identidad individual y diversa a los individuos de un tejido social, sino de poder encontrar que es precisamente aquello que los une y permite el desarrollo de una sociedad armónica y fundamentada en el acuerdo y la idea compartida. Por eso mismo es primordial desmitificar las connotaciones negativos de términos como norma, normatividad, mayoría o minoría, porque son palabras que no hacen más que describir a una muestra determinada, descripción que además ayuda a la comprensión de una realidad que es indudablemente compleja y muestra signos de pluralidad en cada sitio que se observa.

 

3. Consideraciones finales

El modelo ético estadístico presentado en este artículo surge a partir del análisis de una situación social tan diversa y compleja, que a veces parece un círculo vicioso del cual no se puede escapar. Esta situación, diagnosticamos, se debe a la ausencia de un parámetro objetivo sólido empleado tanto por el Estado como por los Medios de Comunicación para la toma de una postura realmente democrática.

En lo trabajado anteriormente se ha buscado delinear a grandes rasgos cómo funcionaría un modelo de ética basado en la estadística. Sus elementos son una propuesta de democracia basada en el diálogo constante y la ampliación de derechos, como propone Habermas; una sociedad abierta y dispuesta al cambio a través de la ingeniería social como plantea Popper y un horizonte utilitarista donde se busca alcanzar la mayor cantidad de felicidad para la mayor cantidad de personas. Para justificar dicha perspectiva, se han analizado modelos reales y modelos ideales, dando respuestas concretas a situaciones que hoy día parecen no tener salida más allá del conflicto.

Finalmente, hay que destacar (asunto que será trabajado en próximos artículos) el lugar que debe tomar la estadística para evitar la distorsión de la opinión pública ejercida por la colocación estratégica de elementos de influencia en las redes sociales y los medios de comunicación masiva. La estadística en estos casos retoma la fuerza de la democracia directa, en la cual una opinión es un número y ese número tiene un peso igual al de cada ciudadano, sin intermediarios ni distorsiones, como el ideal de sociedad al cual toda nación debería aspirar.



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Publicado 15 julio 2018