Número 6, 2017 (2), artículo 4


Individuo, sociedad y libertad. Sobre la necesidad de un discurso utilitarista


Martín Gonzalo Zapico

Profesor de Teoría Literaria en el IFDC-SL, Profesor e Investigador en la Universidad Nacional de San Luis, Argentina




RESUMEN
El articulo propone reflexionar sobre la felicidad y su relación con la triada individuo-sociedad-libertad. Primero se realiza una revisión de esta relación para luego proponer una ética particular basada en el utilitarismo y la estadística como formas de dar voz a las masas.


TEMAS
felicidad · individuo · libertad · sociedad · utilitarismo



1. Planteo del problema

Indudablemente uno de los conflictos que atañe a la naturaleza de la felicidad es la subjetividad. ¿Hay acaso una manera universal, objetiva, de ser feliz? Donde la intuición parece decir que no, hay intentos históricos de distintos pensadores y corrientes de buscar algo más compartido. Estas propuestas, generalmente llevadas a cabo en un tono genérico, suelen venir acompañadas siempre de proclamas de libertad individual en relación con la felicidad. Lo que en principio parece ser algo contradictorio adquiere sentido cuando se lo observa de forma pormenorizada.

Lo que suele estar manifestado como una forma o receta general de la felicidad, lo está en calidad de molde o forma, nunca de contenido. Donde se leen ideas como la felicidad a través de la razón, no se dice en concreto que debe hacer el hombre con ella (quizá porque la razón es libertad). Allí donde se dirá que el Estado debe ser absoluto para conducir los destinos de los hombres de la manera más armoniosa posible, también se dirá que la forma de ser feliz es a través de acciones prósperas y exitosas de individuos. Nuevamente, sin referir de forma concreta a qué es la prosperidad o el éxito. Y en propuestas que definen la felicidad del hombre simplemente como la supresión del malestar, también se dirá que cada hombre actuara de forma de evitar lo que para él es el malestar y procurarse aquello que le brinde placer. Ejemplos de este tipo de argumentación hay muchos, que van desde la antigüedad clásica hasta la ilustración, pasando por la modernidad, la postmodernidad y la era de la información. De la totalidad, nos enfocaremos en aquellos que por su naturaleza teórica han puesto énfasis en la relación individuo-sociedad-libertad.

 

1.1. La ilustración

En un ambiente revolucionario, altamente enciclopédico y de enorme proliferación filosófica, no es de extrañar que la ilustración sea el puntapié inicial para la reflexión moderna sobre problemas como el lugar del individuo en relación con la sociedad. Si bien es cierto que estas temáticas ya habían sido abordadas en la antigüedad clásica, es recién en este momento histórico donde se desarrollan conceptos de individuo y sociedad bastante similares a los que tenemos hoy día, además de postular por primera vez una noción de libertad absoluta posible.

Un intento interesante de plantear el asunto, aunque de forma no directa, es la de Thomas Hobbes en su clásico Leviatán (2013/1651), donde se niega la libertad a los individuos que supuestamente, dada su actitud naturalmente destructiva, impedirían el desarrollo de una sociedad estable. El papel del Estado tiránico es, precisamente, evitar la infelicidad de los sujetos que no pueden darse a si mismos un gobierno. Aun así, en el capítulo VI de su obra, Hobbes no titubea en definir a la felicidad como un continuo movimiento de realizaciones exitosas y prosperidad, para lo cual el hombre debe ser dueño voluntario de sus actos.

Descartes en su Discurso del método (1981/1637) señalará la necesidad de buscar lo verdadero y el conocimiento de todas las cosas a efectos de poder hacer con ellas aquello que beneficie a los sujetos. Esta propuesta cimentará las bases para una forma concreta de ser feliz que será aplicable de forma universal a todos los hombres: a través del uso de la razón, con la cual se puede acceder a la felicidad de forma directa (lo que él llamará estado de beatitud), o de forma indirecta a través del dominio de la naturaleza. No obstante, esta afirmación, aparecerá este matiz mencionado anteriormente sobre la libertad del individuo y su libre albedrío. Solo a través de la voluntad individual es que puede ejercer esta felicidad en el uso de la razón. No todos los hombres, parece que nos dice el autor, pueden ser felices con la razón. Aun así, indudablemente la razón es uno de los caminos a la felicidad, el más excelso para el filósofo francés. Es también interesante el hecho de que en ningún pasaje del texto el autor descarte la posibilidad de ser feliz de otra forma distinta, dejando entrever la posibilidad que tienen los hombres libres de forjar su propio camino.

Contemporáneo de los dos citados anteriormente, Locke parece entrar en un juego similar respecto de la felicidad. Haciendo una propuesta simple pero contundente (1994/1690) sobre el concepto, él dirá que es la supresión del malestar. A partir de dicha frase abre el juego a una larga argumentación político-económica de cómo dicha supresión llevará no solo al bienestar del individuo sino también de la sociedad. Los hombres, que son dueños de si mismos y por ende responsables por sus placeres (que buscarán multiplicar) pero también por sus dolores (que querrán suprimir), se dedicarán al trabajo a fines de cumplir estos objetivos. A su vez estos esfuerzos laborales individuales redundarán en el desarrollo de una industria humana que beneficie a toda la sociedad. El motor primero de esta secuencia es el hecho de que, si alguien dijese que en la vida a veces se tienen placeres y otras veces dolores, Locke dirá que la tenencia de placeres se ve opacada o disminuida ante la aparición del malestar. Por ende, es preferible ante todo deshacerse de los malestares y así disfrutar los placeres. La tendencia señalada anteriormente se repite en este autor. Hay una indicación general de cómo lograr la felicidad, pero a la hora de definir cuáles son los placeres y cuales los dolores o afecciones Locke es vago y no pretende para nada ser universal. Se abre así nuevamente el espacio para la felicidad individual, donde no hay más que una mera indicación genérica respecto a lo que hacer para ser feliz.

 

1.2. Utilitarismo

El utilitarismo, con su nacimiento en el siglo XVIII será uno de los espacios de reflexión sobre el lugar del individuo en la sociedad más ricos de su época. Alejado de los albores más metafísicos y debates conceptuales en torno a asuntos como realidad, percepción, existencia (la típica afrenta entre el racionalismo y el empirismo), esta corriente estará más cerca de la economía y la política. Estos espacios les permitirán pensar de manera más práctica y concreta cual es no solo el lugar sino también el papel del sujeto en el complejo panorama de la sociedad y en relación con el Estado.

Precursor natural de esta teoría es el canónico Adam Smith. Él, en su Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (2011/1776) llega a la conclusión de la única manera de que la riqueza tenga sentido o sea justificable como fin en el contexto de una economía nacional es si posibilita la riqueza de todos sus habitantes. Incluso señaló que no puede haber felicidad en la sociedad ni felicidad individual si no sucede que la mayoría de los habitantes de ella no sean miserables. Con una gran carga de preocupación social, criticó duramente la miseria de la mayoría de sus compatriotas y denunció el estado de alienación y enfermedad que las condiciones laborales de la época imponían a los sujetos. Contra esto, y a favor de promover la felicidad, él recomendaba al Estado que promueva el cultiva de actividades de ocio, tanto físicas como intelectuales, en sus habitantes, dejando al libre albedrío de los mismos si desarrollarlas o no. En pocas palabras, relegaba al sujeto la construcción de su propia felicidad, marcando la necesidad del Estado de propiciar las condiciones para su existencia.

Contemporáneo de Smith, y podría decirse fundador de la corriente, encontramos al siempre alegre Jeremy Bentham. Él fue el creador del lema utilitarista “la mayor cantidad de felicidad para la mayor cantidad de personas” (1988/1780), donde lo bueno es naturalmente lo útil, y lo útil es lo que acerca al ser humano al placer y lo aleja del dolor. Con esta concepción bastante amplia, realizó un cálculo felicítico, donde ponderaba unas variables entre sí para determinar de manera sólida y objetiva aquello que haría felices a las personas. Esto, que hoy podría ser considero irrisorio, tenía el noble de propósito de ayudar a la mayoría de los ciudadanos a hacer su propio camino hacia lo útil. Reconociendo que muchas de las variables analizadas por Bentham estaban sujetas a asuntos de experiencia personal (tendiendo vínculos con el empirismo, relación que se explicitará en su heredero conceptual Mill), relega nuevamente al individuo su búsqueda personal hacia la felicidad. Lo interesante de su cálculo de la felicidad es que se estaba proponiendo un camino de análisis costo-recompensa donde el carácter genérico del objeto analizado es en calidad de variables realmente objetivas (duración, intensidad, certeza, proximidad, entre otras) que se combinaban con variables relacionadas a la experiencia, o subjetivas, lo que daba como resultado infinitos caminos posibles hacia el placer.

Heredero directo del anterior, John Stuart Mill, buscará a través del principio utilitarista una posible forma de ser que logre por medio de la felicidad general, la particular. En su canónico texto Sobre la libertad (2008/1859) analizará la posibilidad antes mencionada, pero llegará un punto en el cual no le quedará otra posibilidad que reconocer que la libertad del individuo dará como resultado ineluctable distintas formas de vida que derivarán necesariamente en más formas de felicidad. En esto plantea una diferencia interesante con su antecesor Bentham pues introduce la idea de maximizar la felicidad en vez del placer. En Mill, hacer feliz a otra persona lo hace feliz a uno, lo que configura una ética utilitaria basada en la cooperación entre sujetos. No significa que la felicidad del individuo sea necesariamente hacer feliz a otro, sino que si logramos mayor cantidad de felicidad en la sociedad mayor será la de los individuos.

 

1.3. Pragmatismo, positivismo

El lector podría preguntarse porque aunar bajo un mismo subtítulo dos corrientes filosóficas diferentes. Indudablemente lo son. Pero lo que las une respecto a la temática que abordamos en este artículo es más que lo que las separa. Para el pragmatismo, lo útil es lo bueno y es en calidad de eso que deben guiarse las acciones de los hombres. El positivismo, que es además de una filosofía un método, hace énfasis en la experimentación a efectos de progreso, y progreso a efectos de mayor felicidad. Sale a la luz una relación de continuidad natural entonces: donde el positivismo necesita una herramienta filosófica para justificar su proceder, encontrará en el pragmatismo un aliado fundamental. Esto puede ser comprendido a partir de que el pragmatismo, en especial el promulgado por James, de corte radicalmente empirista.

El positivismo, que puede ser encarnado perfectamente en la figura de Comte, propondrá un modelo sencillo de progreso indefinido fundamentado en la experimentación donde el progreso de la ciencia derivará necesariamente en la mayor felicidad de las personas. Es decir, mientras más nos alejemos de los dogmas o creencias infundadas y más nos acerquemos a las cosas verdaderas, más podemos intentar ser felices con el conocimiento y manejo de la realidad. Su interés fundamental era precisamente el progreso social (2013/1842), para lo cual buscaba sostener una jerarquía disciplinar donde la sociología fundamentada en principios de la física fuera la madre de todas las ciencias, dado que todo lo que ocurría en el ámbito del ser humano ocurría en el marco de esta. Nuevamente, encontraremos otro caso donde, curiosamente, un marco general de felicidad y progreso social solo cabe en el contexto del respeto por las libertades individuales y el cultivo de las virtudes, que el francés defenderá como primordial.

En estrecha relación con el positivismo, aunque con postulados más conceptuales, nos encontramos a William James. En su obra fundamental Pragmatismo, un nuevo nombre para algunos modos antiguos de pensar (2000/1907) buscará perfilar un método filosófico que pueda dar resolución a la gran cantidad de debates que se suscitaron durante los siglos XVIII-XIX en torno a asuntos como la realidad, la existencia, los objetos, la conciencia, etc. Su forma de encarar el asunto es a través de la pregunta ¿Qué cambiaría a nivel práctico en el mundo si se comprobaba A o B? En el marco de esta propuesta, es que surgen sus concepciones de libre albedrío y felicidad, donde la voluntad es fundamental puesto que es el fundamento de todo lo útil. No obstante, en su misma obra se debatirá contra esto puesto que más de una vez considera que la única salida realmente verificable sobre la voluntad es el determinismo. Atravesada su vida por una complicada depresión de naturaleza endógena, encontrará la posibilidad de la felicidad a través de lo que él denomina vitalismo, o la conversión de un acto de conciencia en un acto práctico. Es decir, la única forma de ser feliz para James es haciendo cosas, operando sobre la realidad. Operando en esta misma corriente, encontramos a John Dewey, que revela una forma social de pragmatismo en el rechazo de las verdades absolutas y el establecimiento de la felicidad como consecuencia de los actos buenos, que por naturaleza siempre serán convenientes a los sujetos que los practiquen.

 

1.4. Marxismo y posmarxismo

Si opto por poner en el mismo apartado a las ideas marxistas (Marx) así como relecturas (Gramsci), las ideas de la Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Habermas, Honeth, entre muchos otros), los postulados posestructuralistas (Althusser,  Foucault, Jameson), las lecturas posmodernas (Derrida, Lyotard, Vattimo, Arendt) y las teorías más contemporáneas (la biopolítica de Agamben, la teoría de género) es porque tienen en común algo que todas las anteriores no tienen: ponen de manifiesto una lucha entre los intereses del individuo y los del Estado.

A diferencia de todas las teorías reseñadas hasta el momento, en estas empiezan a dividirse en términos teóricos los intereses y la felicidad del individuo y los del estado. La ilusión del estado paternalista, de bienestar, del progreso infinito de la mano de la razón se vino abajo con las dos guerras mundiales, particularmente con el fenómeno nuclear de Hiroshima y Nagasaki. El optimismo propio de la ilustración que se extendió durante siglos se desmoronó y con él también los grandes discursos que lo conformaron: estado, razón, progreso, iglesia, escuela. Donde antes había una relación de conveniencia y beneficio mutuo entre los individuos y el Estado, ahora encontraremos una relación de confrontamiento y lucha entre un Estado ausente, controlador, normalizador y un individuo desamparado que se debate entre la hipotética revolución con un cambio rotundo o con la sumisión a las reglas de juego y la búsqueda de la felicidad en una lógica de mercado y consumo. Ambos se han mostrado ineficientes: el primero porque, en occidente, el sistema ha llegado a un punto de conciencia y humanidad tal que las masas no están dispuestas a emprender ni tolerar un acto de cambio fundamentado en la violencia o sufrimiento, lo que da como resultado una pasividad entre cómoda y resignada que se refleja en las protestas constantes de todo tipo de individuos en todo tipo de medios; el segundo, que los medios de comunicación promueven, da como resultado personas infelices que colocan sus expectativas de vida en el consumo de objetos en vez de acercarse a la felicidad a través del autoconocimiento, lo cual deriva en las famosas “crisis”: crisis de los treinta, crisis de los cuarenta, de la mediana edad, el vacío existencial, el sinsentido y formas varias de malestar que son reflejo inmediato de un estilo de vida no sostenible.

Es a partir del fin de la utopía moderna en todas sus facetas, que surgen entonces una enorme cantidad de discursos sobre la felicidad, como ser una persona plena y realizada. Estos llegan desde lugares tan disímiles como teorías budistas, hinduistas o taoístas supersimplificadas para consumo de público occidental; expertos de todo tipo en asesoramiento y coaching ontológico; profesionales de lo espiritual como gurús de almas; la industria de la autoayuda y muchos más. Esta proliferación de discursos no hace más que incurrir en el mismo esquema, en el cual se le dice a un sujeto qué hacer (o qué comprar) para alcanzar la plenitud, pero nunca se le pide al sujeto que sea crítico, que se tome el tiempo de conocerse, que se pregunte por su identidad, etc.

Irónicamente, estas teorías críticas del Estado que sobre bases sólidas denunciaron con solvencia la situación de dominio e indefensión de los sujetos ante las instituciones, permitieron a toda una serie de discursos acríticos introducirse a través del mercado en la mente de las masas. Ante esta situación, todas las teorías post (poscolonialismo, posverdad, posestructuralismo) llaman a una toma de conciencia de los individuos a través de ejercicios como la pregunta y la toma de conciencia, cada una desde una perspectiva particular.

 

2. El conflicto individuo-sociedad

Todo lo analizado anteriormente parece indicar que prácticamente cualquier autor que se propone abordar el asunto de la felicidad (sea de forma directa o transversal) concluye necesariamente en que el libre albedrío del individuo es el criterio último. Ahora, esto a su vez entra en conflicto de forma directa con las teorías que proponen el sacrificio del individuo en pos de la mayoría, arguyendo que no hay libertad individual feliz posible en un contexto de infelicidad o malestar general. Estas teorías señalan, de forma acertada, que los sujetos lo son en tanto no son ni existen de forma aislada, sino completamente interrelacionada siendo que las decisiones de unos inciden sobre los otros. Así, no habrá felicidad individual posible si entra en conflicto con los códigos tanto legales como morales en una sociedad determinada, lo que relega a la infelicidad a cualquier individuo cuyos gustos, placeres, actividades o incluso pensamientos no solo no sean legales, sino tampoco sean aprobados por la mayoría como una forma de ser feliz validada.

¿Hay, acaso, conciliaciones posibles? Una postura intermedia señalaría probablemente que el criterio último que debería aplicarse es el legal, dado que es el que atenta de forma directa contra la armonía social. Ahora, eso implica directamente que cuando un individuo tenga una forma de ser feliz que no va de acuerdo con la ley, estará condenado inexorablemente a la infelicidad. Es más, el mensaje que se transmite de esta postura (que es la que prima actualmente en nuestras democracias) es que, si tu felicidad no está enmarcada en los parámetros legales, es imposible de desarrollarse. En pocas palabras, han pasado siglos y siglos de reflexión sobre el bienestar individual para limitarse simplemente a un relegamiento de ella a favor de una felicidad mayor pero que seguramente no todos los individuos de una sociedad comparten. Esto parece un sinsentido dado que muchos autores tanto anteriores como contemporáneos están en contra de lo que se denomina la tiranía de las mayorías. Esto sucede cuando determinadas minorías (raciales, sexuales, culturales, etc.) ven imposibilitadas su accionar o incluso su expresión o hasta pensamiento a partir de una censura establecida por aquellos que son más.

Yendo más profundo en el mismo argumento, ni siquiera se realiza una conciliación razonable entre la felicidad individual en su confrontación con la social. Una postura correcta en esta línea sería, por ejemplo: un individuo es feliz matando otros individuos. La sociedad actual lo que promulga es la supresión de la conducta en cuestión, su condena y su negación. Esta forma de proceder lo que hace es imposibilitar la búsqueda de la felicidad real del potencial homicida pero no porque se le impida matar a otras personas, sino porque no se le permite a él mismo ponderar su propia felicidad en calidad de su acción teniendo en cuenta las consecuencias que afrontaría tales como la privación de la libertad. Si se le permitiera razonar, ponderar la opción, y el discurso fuera más del tipo “es conveniente mantener la libertad” en vez de “matar está mal”, probablemente un montón de potenciales criminales reflexionarían más antes de pasar a la acción.

Pero es lógico, porque, aunque no lo parezca, las dos oraciones escritas anteriormente implican trasfondos muy diferentes.

Si a un sujeto se le dice como enunciado general “es conveniente mantener la libertad” para empezar no hace falta decir que a, b, c y d están mal, puesto que en realidad eso no importa en esta frase. Lo que se pone en primer plano es que mantenerse libre es condición necesaria para realizar cualquier acción que pueda conllevar placer, gusto, felicidad, etc. Además, se está asumiendo que la gente en general se mueve con fines egoístas y no contempla las consecuencias de sus actos para otras personas porque no le importa. Esto no tiene porque ser necesariamente así, pero da la ventaja de que, si la gente es solidaria y tiende a la empatía, ya de antemano no tenía planeado cometer ningún delito; por otro lado, si hubiera casos de personas que, si tuvieran estas tendencias criminales, se les está advirtiendo directamente sobre las consecuencias que estos actos tendrían para consigo mismos. De esta forma, se está confrontando al sujeto con su propio bienestar y las consecuencias que sus actos tienen para si mismo. Al eliminar la dimensión social o colectiva del acto (el lado moral), el sujeto confronta su felicidad a corto plazo (quizá cometer un homicidio u otra atrocidad) con su felicidad a largo plazo (que se vería totalmente imposibilitado de estar encarcelado). Se enfrenta al sujeto consigo mismo, por lo que pueden suceder dos cosas. Si elige cometer su acto, después de tener en cuenta las consecuencias para sí mismo, terminará privado de su libertad e infeliz lo cual beneficia directamente a la sociedad. Si elige no cometerlo, dado que entiende que la libertad es condición necesaria para cualquier acto voluntario, habrá encontrado por si mismo una felicidad, una motivación real y completamente egoísta para ser una persona que actúe de acuerdo con la legalidad, lo que favorece tanto al individuo como al conjunto.

Por otro lado, cuando a alguien se le dice “matar está mal” se está apostando a que todas las personas son naturalmente buenas, tienen alta empatía, y tendrán en cuenta que sus actos pueden perjudicar a otras personas. Se está confrontando al sujeto con su propio sistema de valores, buscando una coincidencia entre éste y el alcanzado por consenso. Esta concepción está fundamentada en un principio solidario y mayormente humano, y tiende a ver en los actos violentos entre seres humanos la ruptura de algún tipo de orden natural. Es indudablemente un esbozo de moral universal, que en parte está bien justificada puesto que si la mayoría de las personas fueran homicidas el mundo como lo conocemos no tendría lugar. El problema de esta concepción es que se invisibiliza el castigo y da la impresión de que uno debe comportarse de tal o cual manera solo por una cuestión de acuerdo. A la vez se defiende que los seres humanos, así como sus enunciados y juicios, son iguales entre sí y no debe establecerse una jerarquía entre ellos, puesto que solo son diferentes y la valoración fluctuará de acuerdo con la variedad de parámetros que se utilicen. Entonces si mi opinión (si fuera un potencial homicida) vale lo mismo que la de los otros, dado que está validada por mis propios parámetros, nada impide que me sienta en condiciones válidas de pasar a la acción. Se está diciendo, quizá sin querer, que hay una lucha directa entre lo que él quiere hacer y lo hace feliz, y lo que la sociedad espera de él y debería hacerlo feliz. Al presentar esto como una disputa, pueden suceder dos cosas. Que gane el criterio individual, y se pase al acto, lo cual en primera instancia conllevará una felicidad que luego será perdida por la privación de la libertad; o que gane el criterio grupal en el cual el individuo no actuará y en consecuencia se mantendrá en estado infeliz por no poder desarrollar sus actos.

Ahora ante mi postura, muchos dirían que un actuar fundamentado en el miedo o cimentado en el evitar el castigo tendría menos valor humano que un actuar basado en la empatía o la solidaridad. Esto tendría sentido si el propósito de una ética o una legalidad fuera conformar discursivamente a los sujetos para sentirse seguros. Pero si partimos de la premisa de que lo ideal es la mayor cantidad de felicidad para la mayor cantidad de personas, lo apropiado es procurar que la gente pueda encontrar la felicidad en la libertad como un valor primordial. Cualquier podría preguntarse en este punto, ¿quién determina qué es lo es mayor felicidad?, ¿qué es concretamente la felicidad?, ¿vale la pena tratar ese asunto?

 

3. La estadística como principio utilitarista para la felicidad

Para responder a las preguntas anteriormente mencionadas es necesario tomar un parámetro definido y concreto, justificarlo metodológicamente y exponer razones lógicas de cómo redundaría en bien para la mayoría. Detenerse en contradicciones lingüísticas o buscar casos particulares para refutar la generalidad o cuestionarse la posibilidad de conocer, no es algo que competa nuestro fin utilitarista.

Consideramos que el mejor parámetro posible a efectos de responder esos cuestionamientos es la estadística. Ante un mundo tan diverso, tan complejo, donde el sujeto corre el riesgo de perderse en la multitud tanto literal como metafóricamente, la estadística funciona como parámetro sólido que permite dar voz a lo que gran cantidad de personas siente, piensa y vive. Vamos a un ejemplo concreto sobre el tema de qué es la felicidad. Eso es algo fácil de responder, puesto que será lo que a cada sujeto le hace feliz. Esto parecería presentar el problema de que las respuestas serían tan disímiles que no se podría establecer un parámetro de felicidad. Esto sería así si fuera que cada individuo es un ser completamente aislado que no tiene ningún tipo de contacto social con nadie, pero la experiencia y los números demuestran que la mayoría de las personas cuando se les pregunta sobre las cosas que los hacen felices hay acuerdo. Esto sucede porque es imposible que la sociedad se componga de una suma de individualidades absolutas. La familia, la escuela, la cotidianeidad, los medios de comunicación (pese a quien le pese) dan rasgos de homogeneidad entre las personas.

Esto no implica necesariamente que la gente será infeliz a priori o no se conoce a sí misma, sino que la conformación de lo que a un sujeto agrada y otro no, o lo que uno busca y otro no, tenderán a la coincidencia cuando aumentamos la muestra en un lugar determinado. Podría replicarse en este punto que esta teoría da por sentado que las personas saben lo que las hacen realmente felices. Bueno, no se niega que pueda ser el caso contrario, pero asumir la ineptitud o incapacidad de los sujetos parece más un juicio de valor malintencionado, dado que es restar libertad al sujeto en su posibilidad de decir que es lo que quiere para sí. Si resultara que no es el caso, la responsabilidad quedará en el individuo y su libre albedrío. Ni el Estado, ni el pensador, ni los noticieros son autoridad válida para dar cátedra sobre felicidad.

Una vez resuelto este inconveniente es que entra el criterio estadístico como principio utilitario y ético. Qué es lo que hace feliz a la mayoría resultaría de realizar con cierta periodicidad (anual probablemente) encuestas al respecto tanto a nivel micro como macro y a partir de sus correlaciones observar cuales son realmente las prioridades mayoritarias o los gustos más populares. Cualquiera podría aducir que se está cayendo en la misma cosa que se critica: la tiranía de las mayorías. No sería tal porque tener información sobre qué es aquello que la mayoría de la población desea no implica actuar en contra de lo que cae fuera de este espectro sino simplemente a favor de él.

En este contexto es que se vuelve necesario cambiar las formas de comunicación, a partir de la información obtenida por un sistema estadístico. Si nos basamos en la premisa de que la gente tiende a actuar para sí (y cualquier que crea que no es el caso es bienvenido a mostrar datos que prueben lo contrario) y a la hora de elegir entre el beneficio propio y el de los demás (en caso de que no sean mutuamente compatibles) elegirá el propio, la comunicación debe entonces hacer foco en la felicidad individual. Habíamos dicho antes que la felicidad está fundamentada en la libertad que es condición necesaria para su desarrollo. Retomando entonces lo planteado antes, los enunciados o propuestas que apelen a que el individuo se debata contra si mismo a la hora de ponderar la felicidad actual y futura, serán indudablemente más efectivos que aquellos que apelen a la empatía y solidaridad pues pondría al individuo en una situación incómoda: yo o los demás.

 

4. Conclusión

El análisis y la propuesta presentada vienen a tratar de dar solución a un problema de aparente estancamiento en el debate individuo-sociedad-libertad. El eje puesto en la felicidad es fundamental en tanto gran parte de las motivaciones de las personas se paran en este concepto. No se busca a través de esta idea promover una ética del miedo, sino de la conciencia. Entender qué es lo que busca la mayoría, así como sus temores, es fundamental a la hora de diseñar o fundamentar una ética o moral que sean realmente válidas. El papel de la estadística en este marco es altamente humanizante, pues da la voz a un montón de personas que se hallan silenciadas por los discursos dominantes, es una apuesta a la democracia donde, homologando el principio electoral de una persona un voto, una opinión una persona.



Bibliografía

Bentham, Jeremy
1780 Una introducción a los principios de la moral y la legislación. Madrid, Tecnos, 1988.

Comte, Auguste
1842 Curso de filosofía positiva. Madrid, Tecnos, 2013.

Descartes, René
1637 Discurso del método. Madrid, Alfaguara, 1981.

Hobbes, Thomas.
1651 Del ciudadano y Leviatán. Antología de textos políticos. Madrid, Tecnos, 2013.

James, William
1907 Pragmatismo. Un nuevo nombre para formas antiguas de pensar. Madrid, Alianza, 2000.

Locke, John
1690 Ensayo sobre el entendimiento humano. Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 1994.

Mill, John Stuart
1859 Sobre la libertad. Madrid, Tecnos, 2000.

Smith, Adam
1776 La riqueza de las naciones. Madrid, Alianza, 2011.


Publicado 16 julio 2017