Número 3, 2016 (1), artículo 12


Ideología en la historia


Fabrizzio Abarzúa Victoriano

Profesor ayudante. Universidad de Concepción. Chile




RESUMEN
El objetivo del presente artículo es realizar una evaluación sobre la función de la ideología en la explicación de la historia. Se argumenta a favor de una justificación epistemológica de la ideología, en cuanto proyecto político que permite la interpretación y configuración temporal de la historia en la historiografía.


TEMAS
ciencias sociales · epistemología · epistemología de las ciencias sociales · filosofía de la historia · historiografía



Introducción

El propósito de este artículo es desarrollar una evaluación de la posibilidad epistemológica de la ideología en la explicación de la historia. Por ideología se entenderá un proyecto político que mantiene una concepción de la realidad en la búsqueda de una legitimación de sí misma (Mannheim 1936: 49, White 1973: 32 y Ricœur 1985: 275). De acuerdo con dicha concepción de la ideología se puede sostener que ésta precisamente requiere de la historia como un elemento empírico de fundamento de su proyecto político. Siguiendo dicho sentido, indefectiblemente la primera aproximación al concepto de ideología se encuentra en las obras de Karl Marx y Friedrich Engels, para quienes la ideología es una deformación de la realidad, entendida ésta última como el mundo material (1). De hecho, por dicha noción de ideología, ésta ha sido tradicionalmente considerada de forma peyorativa, llegando a ser incluso una forma de insulto y desacreditación de un argumento o forma de pensamiento (Mannheim 1936: 63). A pesar de esa larga tradición que acompaña dicha concepción de la ideología, filósofos marxistas han considerado que ésta puede llegar a tener un valor epistemológico para la comprensión de la realidad; aun cuando desde la propia epistemología se ha considerado a la ideología como un valor no epistémico (cfr. Mannheim 1936). Por “valor no epistémico” debe entenderse cualquier elemento que pueda interferir en la parcialidad del conocimiento; por ejemplo, intereses políticos, económicos o sociales. Sin embargo, sostendré que la posibilidad del conocimiento a través de una ideología está justamente en su carácter dogmático ante los hechos; razón por la cual es la ideología la que organiza los hechos empíricos dándoles un nuevo orden de acuerdo a un proyecto político.

En el caso de la historiografía, el intento más conocido de intentar usar la ideología en un sentido epistemológico se encuentra en la obra Metahistoria de Hayden White (1973), quien concibió un modelo de explicación llamado “explicación por implicación ideológica”, la cual contiene las concepciones éticas y temporales del historiador. En palabras del autor estadounidense:

“Las dimensiones ideológicas de una relación histórica reflejan el elemento ético en la asunción por el historiador de una posición particular sobre el problema de la naturaleza del conocimiento histórico y las implicaciones que pueden derivarse del estudio de acontecimientos pasados para la comprensión de los hechos presentes” (White 1973: 32 y cfr. Ricœur 1985: 275).

Si bien mi objetivo es similar al del White (mantendré la concepción temporal de la historia por parte de una ideología en particular), me alejaré del autor estadounidense entendiendo la ética cómo ethos. La justificación de introducir la noción de ethos, en un sentido más cercano a su etimología, o antropológico si se desea, está en el uso que le da White a la palabra “ética” (2). Para el historiador estadounidense está relacionada con la praxis social, pero no precisa más allá qué es lo que quiere decir con esto. Ricœur, tratando de esclarecer este punto, entiende el uso de “ética” en White como “un vínculo entre la explicación de los hechos pasado y la práctica presente” (Ricœur 1985: 275). Es así que se puede afirmar que el historiador al realizar una comprensión el pasado debe confrontar una acción histórica desde su propio contexto histórico, es decir, confrontar su propio ethos con el de la acción social. Dicha confrontación entre ambos ethos entrega una concepción temporal de la historia que permite justificar una ideología. En otras palabras, la ideología del historiador involucra una concepción del tiempo para comprender el ethos del agente histórico dando lugar a una concepción de la relación temporal de los hechos históricos. Así, a partir de dicha tesis mostraré como la ideología presenta un rol de primera importancia en la concepción de la historia, generando diversas descripciones de los hechos históricos (cfr. Anscombe 1957: 54).

Además, sostendré que la forma en que la ideología articula los hechos históricos también condiciona el modelo de explicación de los historiadores. En la práctica los historiadores realizan una descripción causal o intencional de los hechos históricos según sus implicaciones ideológicas que se pueden alinear a un tiempo estructural o coyuntural. Empero, se puede cuestionar que aún concebida en un sentido epistemológico, el cómo relacionar la ideología con otras formas de explicación de la historiografía, como la causal o intencional, es algo que puede resultar sumamente problemático. No obstante, resulta de crucial importancia para la explicación historiográfica al funcionar como articulación de la explicación e interpretación de la acción social histórica, asunto que pretendo demostrar en el presente artículo. Por tanto, a continuación, se desarrollará, en el primer apartado, las distintas concepciones que se han tenido en torno a la ideología y su relación con la epistemología de acuerdo a Marx, Engels y Mannheim; mientras que en el segundo apartado se revisará los alcances epistemológicos de la ideología para la historiografía interpretando la tesis de White y su aplicación en la explicación causal e intencional.

  

La ideología como concepción de la realidad social

La ideología tiene un origen que está vinculado a la filosofía en cuanto concepto usado para designar a un grupo de filósofos franceses que seguían las ideas de Étienne Bonnot de Condillac. Estos filósofos que se desarrollaron en la Francia post-revolucionaria se oponían a las ideas imperialistas de Napoleón Bonaparte, quien los llamó de forma peyorativa “ideólogos”, adquiriendo la palabra un sentido similar al de doctrinario. Dicho sentido fue retomado por Marx y Engels (1932: 19 y cfr. Mannheim 1936: 9-10), entendiendo la ideología como el reflejo de las ideas que se imponen desde los dueños de los medios de producción a la sociedad. De esta forma, de acuerdo con los autores germanos, la ideología y la filosofía debaten sobre una estructura abstracta que no puede cambiar el mundo material; por el contrario, es el mundo material el que determina el mundo ideal. Cualquier premisa filosófica debe partir de una base empírica que se pueda comprobar; por lo tanto, si se quiere comprender la ideología es necesario hacer una filosofía de la historia que parta desde la premisa más básica, es decir, desde la existencia misma del ser humano. Desde esta forma, Marx y Engels reconstruyen los fundamentos histórico-materiales de la ideología que a continuación se describirán brevemente.

La humanidad, en un comienzo determinada por la geografía, se sobrepuso al resto de los animales gracias a su capacidad de producir sus medios de supervivencia, condicionando su propia vida material y, de esta forma, su existencia. El resultado de dicho proceso fue la especialización del trabajo con la consecuente complejización social, lo que a su vez creó las primeras formas de propiedad privada: primero, la apropiación de la tierra y sobre todo la esclavitud como extensión de la estratificación social; segundo, la ciudad como extensión de la propiedad privada comunal. Aunque la ciudad sería el centro de la vida social, con la caída del Imperio romano de occidente se produjo una preponderancia del campo sobre la ciudad, situación que significó, asimismo, el reemplazo de la esclavitud por la servidumbre encargada de trabajar la tierra. Aunque la única modificación real fue el tipo de asociación social producto del cambio de las formas de producción; en la práctica, se consolidó la relación entre la clase trabajadora y la clase poseedora de los medios de producción. Posteriormente, con el nacimiento de la burguesía se produce el renacimiento de las ciudades y el fortalecimiento del comercio internacional, lo que provocó en el siglo XVII una nueva relación de dependencia entre dos nuevos tipos de Estados: las metrópolis y las colonias, es decir, Estados manufactureros y consumidores. Dicho contexto histórico colonial es en el cual la metrópolis que logró imponerse al resto de las potencias fue Inglaterra. Con este hecho Marx y Engels (1932: 50-51) consideran que se abrió el camino hacia la industrialización y la imposición de la ideología inglesa capitalista, lo que en definitiva significó el inicio de la sociedad moderna. Dicha ideología no necesariamente es explicita para los sujetos; por el contrario, como señala Mannheim (1936: 6-7) una de las principales características de la ideología es que esta permanece oculta hasta que se produce en la sociedad una movilidad vertical y horizontal que permite, desde el encuentro con el otro, el reconocimiento de la propia situación. Dicha consciencia se consolida en el enfrentamiento político donde se procede según Mannheim, a una confrontación que busca “demoler los cimientos de la existencia intelectual y social del adversario” (1936: 34). Es en este contexto donde el concepto de ideología adquiere todo su sentido marxista:

“El concepto ‘ideología’ refleja uno de los descubrimientos que ha surgido del conflicto político, a saber, que los grupos dominantes pueden estar tan ligados en su pensamiento a los intereses de una situación que, sencillamente, son incapaces de percibir ciertos hechos que vendrían a destruir su sentido de dominación. La palabra ‘ideología’ entraña el concepto de que, en ciertas situaciones, lo inconsciente colectivo de ciertos grupos obscurece el verdadero estado de la sociedad, tanto para esos grupos como para los demás, y que, por lo mismo, la estabiliza” (Mannheim 1936: 35).

En dicho sentido tergiversador de la realidad, Mannheim (1936: 49) matiza el concepto de ideología identificando una particular y otra total: la primera es asociada a un adversario individual el cual esconde la realidad porque sabe que va en contra de los fundamentos de sus ideas; la segunda es referida a una época histórica general, es decir, está asociada a una concepción de la realidad histórica determinada. La primera parece ser natural al ser humano; sin embargo, la segunda, según Mannheim, apareció desde la filosofía, disciplina que entrega una consciencia del sujeto cognoscente desde la cual se concibe que “la actividad mental (…) determina la forma en que se representa el mundo” (1936: 58). Por lo tanto, con el reconocimiento de la ideología total no se puede comprender los hechos sociales aislados de su contexto y cada época histórica debe ser estudiada considerando el sentido que poseía de la realidad. De esta forma resulta evidente que con la ideología lo que está en cuestión es la propia concepción de la realidad:

“Al considerar las nociones de ideología y de utopía, el problema de la naturaleza de la realidad se plantea de nuevo. Ambos conceptos contienen el imperativo de que cualquier idea debe comprobarse por su congruencia con la realidad. Entretanto, sin embargo, se ha revisado y puesto en tela de juicio nuestro propio concepto de la realidad. Todos los grupos y clases de la sociedad que se hallan en pugna buscan esa realidad en sus pensamientos y en sus obras, y por tanto no es de sorprender que aquélla parezca distinta a cada uno de ellos” (Mannheim 1936: 87).

En este punto la ideología adquiere un carácter epistemológico. Las categorías del conocimiento con las cuales se acercan a la realidad los sujetos se ven condicionadas por la ideología total de la cual es parte cada sujeto. Esta es la razón por la cual “el mismo objeto nos parezca diferente según el haz de conceptos bajo el cual lo consideramos” (Mannheim 1936: 91). En consecuencia, la ideología para Mannheim es “una concepción ineludiblemente asociada con determinada situación histórica y social, y la idea del mundo y el estilo de pensamiento ligados con aquella” (1936: 110, cfr. 232-233).

A partir de esta concepción total de la ideología de Mannheim se puede esbozar una interpretación de la percepción que baja desde la totalidad al individuo mismo. Es así que cada sujeto histórico, más allá de las concepciones ideológicas individuales que posea, es un representante de la ideología total de su sociedad con la cual interpreta la realidad histórica. Dicha perspectiva ideológica, en un sentido epistemológico, es una consciencia histórica, es decir, el sujeto mismo ha tomado consciencia de que el entendimiento de la historia parte desde un sentido histórico. Con esta concepción de la ideología ya se puede realizar la siguiente pregunta: ¿cómo funciona la ideología del historiador en el conocimiento histórico? Dicha cuestión será el problema a tratar a continuación.

 

La ideología como configuración temporal de los hechos históricos

La relación entre la ideología y la historiografía ha estado marcada por las dos nociones previamente descritas: la primera, caracterizada por su desconfianza de la ideología al considerarla como limitante de la objetividad tiene su equivalente en la historiografía con la llamada “memoria histórica”, entendida ésta como la manipulación de la historia (Ricœur 2000: 116); la segunda, caracterizada por el rol que le confiere a la ideología como elemento que posibilita el conocimiento se encuentra poco presente en la filosofía de la historia, con excepción del trabajo de White. Dicho historiador, conocido por sus tesis narrativas sobre la historiografía, identifica en Metahistoria (1973) tres estrategias de explicación: la explicación por argumentación formal, la explicación por la trama y la explicación por implicación ideológica. Este último tipo de explicación, inspirado en la obra Ideología y utopía de Mannheim, es articulada de acuerdo a cuatro estrategias-ideologías: el anarquismo, el conservadurismo, el radicalismo y el liberalismo (White 1973: 9). De esta forma para White cada historiador utiliza, consciente o no, una ideología para explicar los hechos sociales. El conservadurismo desconfía del cambio social y tiende a verlo como un cambio gradual de modo imperceptible, es decir, el cambio social debe ser producido en una parte de la sociedad para ajustar “piezas” del sistema. De acuerdo con esta ideología el horizonte de la utopía es el presente, es decir, no se puede estar en una mejor situación que la actual. En segundo lugar, el liberalismo tiende a ser una versión más suave del conservadurismo, el cambio social es visto como ajustes a la sociedad actual al igual que el conservadurismo; sin embargo, proyecta el horizonte utópico en un futuro remoto para el cual los cambios revolucionarios son inútiles. En tercer lugar, el anarquismo, el cual busca cambios estructurales en la sociedad. La utopía del ser humano se encuentra en un pasado remoto donde reinaba la inocencia natural previa a la formación de la sociedad. El horizonte utópico es proyectado de forma intemporal, es decir, puede ser en cualquier momento. Por último, el radicalismo que también cuenta con cambios estructurales para construir la sociedad desde nuevas bases, tiene propensión a ver la utopía como algo inminente, por ello considera que es necesario realizar los cambios de forma revolucionaria (White 1973: 34). En estos cuatro modelos “sus diferencias son de hincapié más que de contenido. Todas toman en serio la perspectiva del cambio: eso es lo que explica su interés por la historia y su preocupación por dar una justificación histórica a sus programas” (White 1973: 35).

En definitiva, cada historiador aplica una ideología para explicar la historia logrando una interpretación en la reconstrucción historiográfica del pasado; lo que tiene como consecuencia que los hechos históricos puedan tener distintas descripciones. Sin embargo, White no nota que una de las principales características de la explicación por implicación ideológica es que parte desde la concepción moderna del tiempo histórico, caracterizada por ser lineal y teológica (cfr. Koselleck 1979: 23). Esta visión surgió en el año 1687 con la obra Philosophiæ naturalis principia mathematica de Isaac Newton (Wilcox 1989 en Jordheim 2014: 511), un cambio revolucionario que se impone desde la razón y la ciencia (White 1973: 33); en contraste con la concepción del tiempo pre-newtoniana o pre-moderna que estuvo caracterizada por su vinculación con los hechos naturales y sociales. Por ejemplo, el tiempo antes de Newton era medido por medio de las siembras, las estaciones del año, el nacimiento de un emperador o de algún mesías. Posteriormente, con la concepción del tiempo newtoniana surge lo que Helge Jordheim (2014: 513) llama “prácticas de sincronización” que buscaban articular todos los tiempos en uno sólo. Así, de acuerdo a Reinhart Koselleck, se pasa en el siglo XVIII al:

“gran momento de las singularizaciones, de las simplificaciones que se dirigían social y políticamente contra la sociedad estamental: de las libertades se hizo la libertad, de las justicias, la justicia única, de los progresos (les progres, en plural), el progreso, de las revoluciones, La Révolution” (1979: 56).

Finalmente, con la Ilustración llega la singularización de la historia, es decir, se pasa de las múltiples historias a la historia (Koselleck 1979: 139 y 253-255). Esta nueva forma de concebir el tiempo da lugar a la concepción lineal y teleológica de la historia. Sin embargo, este cambio de las mentalidades no sólo dio lugar a la filosofía de la historia teleológica; también se produjo un cambio en la experiencia del tiempo que, en los conceptos antropológicos que usa Koselleck (1979: 15 y 255), se reflejan en la “experiencia y expectativa”, o dicho en conceptos más historiográficos entre “pasado y futuro”. A partir de ese momento la humanidad, entendida ésta como el pensamiento occidental del siglo XVIII, consideraba que tenía la capacidad de producir la historia (Koselleck 1979: 256 y 323). Distinción que se refleja en la frase del barón von Eichendorff: “Uno hace la historia, otro la escribe” (Bauer 1963 en Koselleck 1979: 252). Empero, a pesar de la hegemonía que adquirió el tiempo moderno, la idea de progreso de la historia ha sido duramente cuestionada desde la teoría de la historiografía, la filosofía y la sociología. El caso ejemplar de esta concepción escéptica de la historia es la escuela de Frankfurt y el posmodernismo. Aunque, esta crisis se transforma en una oportunidad como afirma Jordheim:

“[E]l colapso de un régimen temporal, en este caso el ‘moderno’, debe por necesidad dar lugar a otro régimen, o en términos más generales, que cualquier periodo en la historia es caracterizado por un régimen específico de temporalidad o historicidad, de acuerdo al cual la relación entre pasado, presente y futuro, y así como la dirección, velocidad, y ritmo de la historia, puede ser definido” (2014: 501, cfr. Koselleck 1979: 14).

Dicha pluralización de tiempos se refleja en un nivel epistemológico, al cual el historiador puede darle un nuevo sentido a la historiografía, siempre y cuando mantenga un fundamento empírico de los hechos históricos. Este hecho significa que el historiador puede darles nuevas descripciones a los hechos generando una diversidad de interpretaciones de la historia. Al parecer, la causa se encuentra en que no existe un consenso entre los historiadores sobre qué es un hecho histórico, cuál es el criterio para vincularlos y bajo qué tipo de conexión. De hecho, considero que la importancia que se le debe dar a qué se entiende por un hecho histórico permitiría esclarecer el rol que puede tener la ideología en la historiografía. Para poder llegar a una clarificación de dicho problema recurriré a la tesis de los tiempos históricos de Fernand Braudel. Para el historiador francés la historiografía trabaja con tres tiempos históricos: primero, un “tiempo individual” o “coyuntural” que corresponden a la imagen tradicional que se tiene de la historia y la historiografía (Braudel 1949: 18 y 27 y 1958: 728). Los hechos de tiempo individual corresponden a hechos fugaces que se transforman en hitos usados de distintos modos por los historiadores, como la invasión de Constantinopla por los turcos otomanos, el descubrimiento de América o la caída del muro de Berlín. Generalmente el uso que se da a estos tipos de hechos históricos corresponde a la memoria histórica utilizada por los Estados por motivos principalmente nacionalistas (Ricœur 2000: 116). En segundo lugar, se encuentra un tiempo lento, un “tiempo estructural” o “tiempo social” que corresponde a la historia de las agrupaciones sociales. Ejemplos de este tiempo pueden ser la historia de una civilización, una crisis económica o la historia de las mentalidades de la Edad Media (Braudel 1949: 17 y 471-472 y 1958: 727). Este tiempo histórico es que el más se ha trabajado por parte de los historiadores. Su metodología consiste generalmente en tomar un área de la historia y limitarla espacio-temporalmente para realizar la investigación; por ejemplo, una obra que trate de “La historia económica de la Edad Media”. La limitación espacio-temporal está en la Edad Media, precisando que es un estudio sobre su economía. También se pueden encontrar ejemplos de investigaciones como “La historia de los movimientos sociales en los sesenta” o “La historia de la vida privada en Roma”. Por último y en tercer lugar, se encuentra la longue durée, el tiempo casi inmóvil de larga duración o “tiempo geográfico”. La principal característica de este tiempo es que abarca hechos históricos que pueden durar siglos, donde la acción de los sujetos pierde su importancia al tener el espacio el rol protagónico (Braudel 1949: 17 y 1958: 727 y 733). Ejemplo de este tiempo historiográfico son obras que hablan de hechos históricos que se encuentran limitados por grandes áreas geográficas como, por ejemplo, “La historia del capitalismo moderno”. El objeto de estudio en este caso se delimita principalmente en Occidente entre los Siglos XV y XXI. El mismo Braudel, en la considerada obra maestra de la historiografía, El mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, juega con los tiempos históricos y coloca a Felipe II como protagonista de ese tiempo de corta duración y al mar Mediterráneo como protagonista de un tiempo de larga duración. Por lo tanto, teniendo finalmente una clarificación de lo que puede comprenderse por hecho históricos argumentaré que es el historiador el que puede configurar los hechos históricos a través de la ideología dependiendo de si desea entregar una explicación causal o intencional de los hechos históricos; por lo tanto, el historiador puede entregar distintas descripciones de la historia. Dicha articulación se logra en la historiografía al entregar un sentido en una relación causal-estructural o intencional-coyuntural que es el reflejo de una concepción temporal fijada por el historiador. Considero que dependiendo de la descripción que utilice el historiador, un hecho histórico puede tener una explicación causal o intencional, lo que dependerá del tipo de acercamiento que tenga el historiador hacia el pasado, es decir, estructural o coyuntural. La clave está en cómo se trate el hecho histórico: como la intención y su acción o como una acción en relación a otra acción. Considero que la primera descripción intencional-coyuntural corresponde a historiadores liberales o conservadores. ¿Por qué? Porque los historiadores conservadores y liberales tratan de mantener las estructuras de la sociedad observando todo cambio desde un nivel superficial, es decir, coyuntural. Por otro lado, una descripción de mediana o larga duración corresponde a historiadores radicales y anarquistas los cuales tienen a ver las grandes estructuras como los agentes de cambio histórico. De esta manera la explicación historiográfica bajo la ideología del historiador funciona como articulación de los hechos históricos dando, desde la narración, un mayor contenido que hace de cada obra historiográfica una historia singular.

El segundo ámbito de la ideología en la explicación historiográfica está relacionado con cómo el ethos del historiador permite interpretar el ethos del agente histórico. Considero que éste es un cometido que se logra con un método de aprehensión por empatía por parte del historiador (cfr. Weber 1903, Collingwood 1946); sin embargo, como lo han demostrado diversos autores, uno de los problemas de la comprensión de otras culturas surge ante la incapacidad de lograr comprender las creencias de las acciones de otros sujetos (Weber 1903: 83, Davidson 1963: 691-692, Geertz 1973: 5 y Martin 1976: 116). Específicamente, el problema está en que, en el momento de comprender otra acción, el investigador social intenta aprehender la acción contrastándola con su propio ethos (cfr. Weber 1903: 163). Sin embargo, cuando esta comprensión por empatía no es suficiente para dar cuenta del comportamiento de otro es necesario desarrollar más el contexto de la acción de los otros para poder lograr captar el sentido de ésta. Así, lo que a primeras luces parecía algo totalmente sin sentido adquiere coherencia para el historiador. Por lo tanto, la comprensión por empatía implica que el proceso de interpretación no deja de ser indiferente para ninguna de las dos partes. Esto es sumamente claro en el caso de las investigaciones antropológicas, lo cual, en apariencia se pierde en el caso de la historiografía donde sólo se podría dar cuenta de la influencia que puede tener para el ethos del historiador. Sin embargo, la acción del agente vuelve a ser descrita a partir de la interpretación realizada por los historiadores, por lo que también se puede decir que el objeto de estudio se ve afectado por el ethos del historiador. Gadamer dio cuenta de esto en Verdad y método donde propone la tesis de la “fusión de horizontes” (1960: 377). Esta tesis consiste en que la investigación de un hecho histórico no puede obviar los hechos históricos que han ocurrido entre el objeto de estudio y el tiempo presente del historiador. La razón de esto es que la historia se encuentra presente en el ethos del historiador, razón por la cual este fenómeno facilita una serie de perspectivas o descripciones sobre el pasado. Por lo tanto, el historiador debe interpretar la visión de mundo del pasado a través de su propia visión del mundo, es decir, debe interpretar una ideología desde otra ideología. El resultado de esto es una re-descripción de la historia que se ve reflejada en la configuración que les dará el historiador a los hechos históricos.

  

Conclusiones

La ideología ha sido considerada tradicionalmente como la tergiversación de la realidad; sin embargo, como se mostró a lo largo del artículo la ideología también puede tener un sentido epistemológico que permite realizar una interpretación de la historia. Para lograr aquel objetivo en el primer apartado se realizó una descripción de las concepciones de la ideología desde Marx y Engels hasta Mannheim, llegando con este último autor a la noción epistemológica de ideología, según la cual cualquier forma de conocimiento esta indudablemente relacionada con la propia visión de la realidad a la cual cada sujeto cognoscente forma parte. En esa línea de argumentos White aplicó a la explicación historiográfica su propia interpretación del concepto de ideología de Mannheim. Empero, el problema de dicha noción de la ideología es que esconde una concepción lineal y teleológica del tiempo que actualmente se encuentra en crisis. Por dicha razón, a partir de ese punto desarrollé una teoría en torno al cómo la explicación historiográfica representa los hechos históricos descritos en una nueva configuración temporal entregada por el historiador al confrontar el ethos del agente histórico con el ethos del historiador. Para desarrollar dichos argumentos debí recurrir a la tesis de los tiempos históricos de Braudel para esclarecer que se puede entender por hecho histórico y poder relacionarlo con las distintas estrategias de explicación y la ideología de cada historiador. Por lo tanto, cualquier investigación historiográfica debe partir del conocimiento de la propia ideología, lo que, a mi parecer, puede resultar más difícil de conocer que el propio pasado.



Notas

1. Las ideas de Marx y Engels sobre la ideología se modificaron a lo largo de toda su obra. Por lo mismo, en el presente trabajo se utilizará la concepción de la ideología desarrollada en La ideología alemana, obra que considero la representante más fiel del concepto tradicional de ideología que se discutirá aquí (cfr. Ricœur 1986: 4-6, 21 y 70).

2. La precisión de la noción de ethos debe entenderse en la cultura en su sentido amplio que un sujeto comparte con una determinada comunidad. Clifford Geertz define el ethos como: "el tono, el carácter y la calidad de su vida, su estilo moral y estético, la disposición de su ánimo; se trata de la actitud subyacente que un pueblo tiene ante sí mismo y ante el mundo que la vida refleja" (1973: 118).



Bibliografía

 Anscombe, Elizabeth
1957 Intención. Barcelona, Paidós, 1991.

Braudel, Fernand
1949 El mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1987.
1958 “Histoire et sciences sociales: La longue durée”, Annales (Paris), n° 13/4: 725-753.

Collingwood, Robin
1946 Idea de la historia. Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1952.

Davidson, Donald
1963 “Actions, Reasons, and Causes”, The Journal of Philosophy n° 60/23: 685-700.

Gadamer, Hans-Georg
1960 Verdad y método. Salamanca, Sígueme, 2005.

Geertz, Clifford
1973 La interpretación de las culturas. Barcelona, Gedisa, 2003.

Jordheim, Helge
2014 “Introduction: Multiples Times and The Work of Synchronization”, History and Theory, n° 53/4: 498-518.
http://dx.doi.org/10.1111/hith.10728

Koselleck, Reinhart
1979 Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos. Barcelona, Paidós, 1993.

Mannheim, Karl
1936 Ideología y utopía. Introducción a la sociología del conocimiento. Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1987.

Martin, Rex
1976 “Explicación y comprensión en historia”, en Juha Manninen y Raimo Toumela (ed.), Ensayos sobre explicación y comprensión. Contribuciones a la filosofía de las ciencias humanas y sociales. Madrid, Alianza: 109-139.

Marx, Karl (y Friedrich Engels)
1846 La ideología alemana. Barcelona, Grijalbo, 1972.

Ricœur, Paul
1985 Tiempo y narración. Configuración del tiempo en el relato histórico. Madrid, Siglo XXI, 1995.
1986 Lectures on Ideology and Utopia. Nueva York, Columbia University Press.
2000 La memoria, la historia, el olvido. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2004.

Weber, Max
1903 “Roscher y Knies y los problemas lógicos de la escuela histórica de economía”, en J. Winckelmann (ed.), El problema de la irracionalidad en las ciencias sociales. Madrid, Tecnos, 1992: 3-173.
1904 “La objetividad del conocimiento en las ciencias y la política sociales”, en La teoría de las ciencias sociales. Santiago, Ercilla, 1988: 9-71.

White, Hayden
1973 Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1992.


Publicado 16 mayo 2016