Número 14, 2021 (2), artículo 3


Soledad, polisemia e individuo en el siglo de Internet


Martín Gonzalo Zapico

Profesor de Teoría Literaria en el IFDC-SL, Profesor e Investigador en la Universidad Nacional de San Luis, Argentina

Sofía Domínguez

Estudiante avanzada de la Universidad Nacional de San Luis, Argentina




RESUMEN
Se aborda el tema de la soledad. Se trabaja con la polisemia del término en distintos aspectos teóricos y momentos históricos. El concepto adquiere un valor nuevo en el siglo de Internet, donde hay una aparente contradicción entre un mundo hiperconectado y un sentimiento cada vez más profundo de soledad.


TEMAS
hiperconexión · individuo · Internet · posverdad · soledad



1. De Aristóteles a la hiperconexión, mínimo recorrido histórico

El tema de la soledad, de una u otra forma, siempre ha resultado de interés para la filosofía. El planteo del hombre solitario que piensa, ha sido un lugar a veces elogiado y muchas criticado, por las distintas representaciones posibles que ha sabido adquirir para distintos tipos de sociedades y culturas.

Una idea primigenia de este planteo la vemos en Política de Aristóteles, en el capítulo III, donde se refiere a cómo debe ser el ciudadano en la polis. Una de sus características principales es la participación en los espacios públicos de discusión, y hay una gran valoración para este tipo de actitudes. Además, el mismo filósofo tiene el término despectivo ἰδιώτης, idiōtēs (que da lugar al término idiota presente en nuestro idioma) para referirse a aquellos individuos solitarios y que eligen vivir alejados de la vida pública, calificándolos de incompetentes y no dignos de formar parte de la política o sus asuntos. Otro planteo en esta misma línea es el que se ve en La república de Platón, donde si bien no se dice de manera directa, se plantea una diferencia entre los hombres inferiores y los superiores, siendo los superiores (notables y dirigentes), los inferiores (trabajadores manuales) y los intermedios (grandes guerreros y referentes), donde en ningún momento del libro se concibe la idea del individuo aislado. Este tipo de pensamiento es consistente con el período de las grandes polis como Esparta y Atenas, donde la idea de vida pública en comunidades relativamente pequeñas volvía imperativa la necesidad de la participación pública. Así todo, el mismo Platón ya da señas de acceso al individuo al referir que la contemplación de las ideas y la razón es compatible con una vida activa en la polis, siendo un equilibrio de ambos lo perfecto.

Un planteo radicalmente distinto se observa durante el período helenístico. Como señalan Zapico y Jofré-Gutiérrez (2020). En el transcurso del siglo IV a.C., el núcleo inmanente de la moral de las pequeñas ciudades-Estado griegas se disgrega en un espacio vasto, variado y flexible, donde el heleno deja de identificarse con la actividad política estrechamente ligada a un grupo humano nacido y criado en una misma tierra. En consecuencia, se originan ciertas libertades en un sujeto precedentemente comprometido con los proyectos políticos y sociales de la comunidad, a la vez que dicha movilidad incentiva la formación de microcomunidades filosóficas y científicas. Ciertamente, las escuelas helenísticas toman como modelo las academias de la época dorada de Atenas: basta nombrar la Academia de Platón o el Liceo de Aristóteles. No obstante, la diferencia fundamental concierne a la presencia e inspección de un Estado conmovido por los conflictos políticos internos surgidos desde finales del siglo V al IV a.C. (1). Al contrario, en la época helénica, el estamento político aristocrático se desinteresa por el vulgo, generando nuevas vertientes filosóficas que intentan potenciar al individuo y alejarlo de las competitivas carreras políticas y la vida pública. El cultivo de sí, γνῶθι σεαυτόν implica un descrédito de lo externo y un retorno a lo interno, así como la disposición de una serie de prácticas que conlleven a la responsabilidad de ocuparse de uno mismo ἐπιμελείᾳ σεαυτόν. Es de este período uno de los más grandes e históricos referentes de la soledad, Diógenes el perro (Diógenes de Sinope), que construyó todo un culto de la soledad, la autosuficiencia y el desprecio a la vida y placeres mundanos otrora glorificados por los antiguos.

Posteriormente, el imperio romano heredó esta preocupación en portavoces como Cicerón, Séneca, Marco Aurelio hasta la llegada del cristianismo que tilda a estos pensadores morales, de los cuales gran parte de su doctrina deriva, de "egoístas" y gira el foco de atención al deber comunitario para con los otros, con una inminente práctica de negación a uno mismo. Así todo, hay una línea de pensadores cristianos (Eriúgena, Anselmo de Canterbury, San Agustín y sus herederos en la escuela de San Víctor) que defendieron el aislamiento vinculado al ascetismo y la soledad como forma de acceso a Dios.

La llegada del renacimiento estará marcada por el antropocentrismo en sus distintos aspectos. En este sentido, si bien es cierto que hay una vuelta al humanismo antiguo y una importancia del individuo y la importancia de su papel en el mundo, esto no necesariamente tiene una correspondencia con la idea de soledad propiamente dicha. Es decir, el culto al hombre dista mucho de ser un culto a la soledad, y en los grandes pensadores del siglo XVI y XVII, prefiguración de la Ilustración Europea, encontraremos un gran interés por pensar al hombre, su lugar en el cosmos, en la sociedad y en la naturaleza, siempre con una perspectiva vinculada a la integración y no al margen o el ensimismamiento. Algo similar ocurrirá con los pensadores y filósofos de la Ilustración. Más preocupados por tratar de pensar la sociedad posrevolución francesa y con el advenimiento de las revoluciones industriales, el concepto o idea de soledad distó demasiado de sus intereses como para dedicarles estudios apropiados., decantándose más por asuntos como la política, la religión y las artes. Si bien es también cierto que filósofos prominentes como Hume, Berkeley y Locke en Inglaterra tuvieron como objeto de sus reflexiones asuntos individuales como la percepción, la ontología del individuo o el lenguaje, nunca fue un decálogo de la soledad en sí.

El siglo XIX ya es un panorama radicalmente distinto. Y nos vemos obligados a hablar de un filósofo en especial que puede ser considerado padre del existencialismo y a su vez un pensador de la soledad, Kierkegaard. El parte de que la existencia humana está signada por una soledad que deriva en angustia, ansiedad y desesperanza, y emplea frecuentemente la metáfora de estar flotando sobre un océano infinito, donde nada es certero alrededor del hombre. Ante esta situación devastadora, la única salida es por medio de la fe, específicamente realizando un salto de fe. Esto, señala el mismo autor, no es racional ni lógico, porque no tendría sentido alguno creer en aquello que no se ve o no se tienen pruebas. Sin embargo, en ese salto de fe el hombre es capaz de alcanzar a Dios y entender que su diálogo con él no está dado directamente por evidencias o pruebas, sino por su fe precisamente en él, lo que le lleva a poder tener fe en sí mismo, configurando así al mítico Caballero de la fe de Kierkegaard, antecesor más melancólico del Superhombre de Nietzsche. Este Caballero es capaz de superar el absurdo, el sinsentido y las paradojas de la condición humana a través de su convicción indestructible, lo que le permite alcanzar la paz y trascendencia en vida. En su clásico La enfermedad mortal, describió el proceso de desesperación en sus distintos niveles, y cómo el hombre debe superarlos para estar más cerca de la trascendencia, que se realizará precisamente a través del autoanálisis solitario. Como síntesis de su perspectiva de la soledad, el yo solitario es el punto de partida y condición necesaria para lograr la síntesis con Dios. Esta síntesis, si bien también es solitaria, lo es desde un punto de vista de reconciliación del hombre con su propia condición, resultando que la soledad nunca fue un problema, sino una de las pocas verdades.

También de principios del siglo XIX, y fundador del pesimismo filosófico, está el clásico Arthur Schopenhauer. Su filosofía, que está descrita de manera sintética en El mundo como voluntad y representación, se plantea como un clásico solipsista (2), pero cuando se ahonda en profundidad tiene una voluntad final de síntesis. Inspirado en el idealismo trascendental de Kant, desarrolla su voluntarismo filosófico donde la única forma de conocimiento legítimo de uno mismo parte de la introspección solitaria, que permite acceder a la esencia metafísica del yo. Este conocimiento deviene en la conciencia de que la existencia no es más que un anhelo de cada elemento del mundo en repetirse a sí mismo. El problema es que esta voluntad, es un anhelo ciego y no dirigido, que solo busca saciarse una y otra vez, sin posibilidad de satisfacción alguna. El ser humano, preso de esta voluntad de poder, está condenado a una insatisfacción y dolor sin sentido alguno, del cual no puede escapar. Esto, a medida que se conoce más, se vuelve más aterrador y verdadero, al punto de que el mismo filósofo identifica tres salidas posibles para lidiar con esta condición. Negar al yo, mediante un estilo de vida ascético; contemplar el mundo mediante la estética o la práctica de la compasión mediante la ética.

El tercer filósofo que referiremos en el tratamiento de la soledad, también del siglo XIX, que quizá sea uno de los filósofos más referidos de la historia, es Nietzsche. Su concepto clásico de nihilismo, entendido como la necesidad insatisfecha de buscar significados mayores que den sentido a la experiencia humana, en el marco de la desvalorización de los viejos grandes trascendentales, coloca al ser humano ante una situación de indefensión y soledad. Sin ahondar demasiado en su modelo teórico, el lugar que adquiere la soledad en su pensamiento es como un punto de partida para llegar a la consecución del superhombre. El superhombre, hombre que sabe regirse a sí mismo y al mundo que lo rodea, sin necesidad de conceptos o verdades prestadas, se construye a partir de un proceso de construcción a partir de una soledad consciente mediante la cual el hombre se aleja voluntariamente de sus iguales, para descubrir en él aquello que lo hace realmente humano, y construir así sus propias ideas y valores. Todo esto puede ser leído y ampliado en el clásico Así habló Zaratustra.

El siglo XX, con relación al tema que nos compete, nos fuerza a hablar de Sartre, que en su existencialismo particular y su lema de la condena a la libertad, no admite determinismo alguno para la condición humana. La idea del ser para sí en su filosofía le da la característica distintiva al ser humano de las otras cosas, en tanto tiene la propiedad no solo de ser tal cual se lo concibe, sino también tal cual él se concibe para sí. Esta es una característica propia de muchos existencialismos, donde las categorías de ser reflexivo y ser autorreflexivo, hacen referencia al ser humano que es consciente de su propia condición de tal y le hace frente, y esto suele ser siempre un fenómeno marcadamente solitario. Fuera de esta línea filosófica, el siglo XX verá florecer algunos clásicos en la perspectiva solitaria o que piensan la soledad desde perspectivas que van desde la antropología, la sociología pasando por la filosofía contemporánea, aquí podemos mencionar (aunque sin ahondar por ahora) en nombres como El suicidio de Durkheim, El extranjero de Simmel, La muchedumbre solitaria de Riesman, La soledad secuestrada de Foucault, entre otros clásicos, que se tomarán como referencia para las reflexiones de los próximos apartados. Si bien cada uno tiene una perspectiva epistemológica diferenciada, todos tienen en común el preguntarse por cuál es el lugar del hombre solitario en la gran urbe moderna, en un caso, y sobre el sentido de la soledad rodeada de otros individuos en la urbe posmoderna donde no hay comunidad, sino masa.

Este breve repaso por los principales exponentes que han tocado de una u otra forma el tema de la soledad, no pretende de ninguna manera ser una síntesis precisa. No obstante, resulta imperativo realizarlo para mostrar que el tema de la soledad ha resultado tan relevante en términos históricos y culturales, que siempre es lícito volver a pensarlo a la luz de los cambios que acontecen. Además, este breve repaso nos da algunas herramientas y sitúan al lector para los apartados próximos, donde se hablará de algunos tópicos recurrentes en el tema de la soledad, sin seguir un orden necesariamente histórico.

 

2. La condición humana, entre la soledad y la sociedad

Abordar un tema como la soledad nos remite necesariamente empezar con un abordaje relacionado con la condición humana, en el marco de la típica discusión entre individuo y sociedad. En este sentido, hay autores clásicos que han abordado desde distintas perspectivas el tema de la soledad, con distintas valoraciones.

Al mencionar las discusiones sociológicas que existen en favor de la soledad, se debe nombrar necesariamente al sociólogo alemán Max Weber. A este autor se le acredita la creación de un "individualismo metodológico", que a pesar de no ser un término que el autor acuñara directamente, sus comentaristas están en consenso para considerar que el autor alemán fue a la vez pionero y seguidor de este criterio epistemológico. Weber formula, por primera vez, su posición individualista en lo metodológico, en la revista Logos en 1913. Este trabajo, denominado "Sobre algunas categorías de la sociología comprensiva", contiene una exposición de los conceptos fundamentales de esta nueva ciencia y su relación con otras disciplinas.

El análisis del "método individualista" se torna significativo porque logra proporcionar a la sociología otro punto de vista diferente a la de la teoría marxista. Mientras que la teoría marxista, para Lenin, señaló el camino para un estudio global y completo de las formaciones económico-sociales, al enfocar el conjunto de todas las tendencias contradictorias, al reducirlas a las condiciones de vida y producción de las distintas clases de la sociedad. La teoría de Weber invita a proceder para el análisis de lo social, desde la acción de uno o varios individuos.

Para Weber la acción social es aquella que reviste especial interés para la sociología, es la conducta (individual) que está referida, de acuerdo con el sentido subjetivamente mentado del actor, a la conducta de otros. En la medida en que está asociada a motivos, intenciones o significados conferidos por el actor, determinada acción puede ser "comprendida", y esta comprensión o interpretación del sentido de la acción es la base de la explicación causal de lo social. De esta manera, al explicar causalmente lo social, se presupone la comprensión de los motivos de la acción, no es sino porque desde esta perspectiva de las colectividades se reducen, en última instancia, a las acciones de los individuos.

"La sociología comprensiva [en nuestro sentido] trata al individuo aislado y a su obrar como la unidad última, como su "átomo", si es que se nos admite esta peligrosa comparación. (...) El individuo constituye, para ese modo de consideración, el límite y el único portador del comportamiento provisto de sentido. Ningún giro expresivo que parezca apartarse de él puede enmascarar este hecho. Pertenece a la índole, no sólo del lenguaje, sino también de nuestro pensamiento el que los conceptos con que es aprehendido el actuar hagan aparecer a éste con el aspecto de un ser fijo, de una formación semejante a una cosa o a una ‘persona’ que lleva vida propia" (Weber 1990: 23).

Como idea totalmente opuesta podría estar la construcción del sujeto marxista, ya que nace y se forma en las relaciones sociales.

Hay que tener en cuenta que, para el autor, la acción es una conducta de una o varias personas individuales. "Es en la acción donde Weber ancla su concepción de la sociedad y la acción, en cuanto actuar significativo, que refleja intencionalidad, es una visión mentalmente presente de lo que es y de lo que debe ser, es necesariamente individual" (Gianfranco Poggi 2005). Es decir, que en la acción se encuentran en juego las energías, las preferencias, las elecciones de los individuos, entendiendo que este sujeto se encuentra sumido en un contexto. Aunque se entiende también, que este contexto en el que se sitúan los individuos está dado por otros individuos, cada uno de estos, a su vez capaz de acción.

Retomando sus discrepancias con la teoría marxista, el autor no cree que las clases constituyan grupos ni comunidades, sino conjuntos de posiciones individualistas, agrupadas por el investigador con base en algún criterio (en este caso, posición en el mercado). La condición de clases es para él un carácter individual, aunque compartido por muchos. Esto de alguna manera convoca la idea de Durkheim de solidaridad orgánica que deriva del proceso de complejización social y económica, resultante de los constantes y crecientes procesos de industrialización y de diferenciación individual y social, consecuencia de la progresiva especialización en la división del trabajo; tales procesos inhiben la actuación de los mecanismos tradicionales de formación de cohesión, por lo que deben ser reemplazados por un cuerpo teórico, fundado sobre bases científicas, que contribuya a la conformación de un consenso colectivo que contrarreste el conflicto social crítico. De acuerdo con Durkheim, la posición de la soledad se relaciona directamente con la solidaridad orgánica y a su vez con el desarrollo del ámbito de lo privado, un aspecto que se desarrollaría hasta extremos inimaginables durante el siglo XX. Sobre este tema se explaya precisamente Chinoy que retoma el análisis de Elias sobre la progresiva individualización y privatización de ciertos aspectos de la vida tales como la muerte, la locura, y otros que, en la época preindustrial, eran imposibles de concebir de forma no social.

 

3. La soledad como condición objetiva y subjetiva

Ahora bien, teniendo en cuenta el repaso realizado, y contemplando también que por cuestiones de espacio hay ciertos autores que por su especificidad fueron dejados de lado, vamos a plantear uno de los temas determinantes a la hora de hablar de soledad, que es la condición humana, entendida como condición social.

El estatuto al que se cierne el ser humano en este aspecto resulta complejo. Por un lado, la existencia humana es inherentemente solitaria, dado su carácter individual. Sin embargo, también es ineludible el aspecto social del hombre, puesto que no existe la soledad absoluta en el marco social. Si esto fuera tan sencillo, no se daría lugar al siguiente dilema. ¿Por qué se reporta repetidas veces, en distintos estudios tanto poblaciones como clínicos, casos de personas que afirman sentirse solas pese a que tienen compañía?

Esto nos fuerza a hablar de, al menos, una mínima polisemia con relación al término soledad. Por un lado, está la posibilidad de estar solo objetivamente (que sería el equivalente a carecer de lazos sociales significativos), lo que completamente justificaría la sensación de soledad asociada, dado que, como habíamos aclarado antes, el mero hecho de formar parte de un tejido social no es un garante de bienestar psicológico, sino que es apenas una condición necesaria. Por otro lado, también está la posibilidad de estar solo subjetivamente, que sería el caso en el que, pese a tener lazos sociales significativos, la percepción del sujeto con relación a su bienestar personal y motivacional mengua. Estos son los casos recurrentes de personas que, en apariencia, tienen todas las condiciones objetivas para sentirse bien y realizados, pero no lo están. 

¿Cómo explicar, entonces, esta escisión del término?

De acuerdo con estudios en psicología clínica (Mesurado 2009; Buz y Prieto-Adánez 2013; Escribano-Meseguer 2021) ya hay una larga tradición (desde Weiss en 1973) de distinguir dos dimensiones del término soledad para su evaluación clínica. Una soledad estrictamente emocional, que se relaciona con la sensación de soledad vinculada a haber perdido o no poder contar/tener seres queridos, lo que conlleva naturalmente a la incertidumbre respecto al futuro y tiende a generar ansiedad y muchas veces depresión. Y otra soledad que es social, vinculada a no poder contar con apoyo de gente de confianza en caso de necesitarla, y hace sentir al individuo como fuera de la estructura social. Esta distinción nos permite explicar con facilidad una dimensión objetiva y una subjetiva de la soledad, pero no llega a poder explicar el último caso señalado en el párrafo anterior. En ese sentido, no es incorrecto recuperar el ya mencionado sentimiento existencialista del sinsentido del mundo, pero actualizado a la realidad del siglo XXI.

Ya muchos autores señalan (Casanovas y Beigelman, 2021; Moreno, Piqueras y Prados, 2020) que, en la sociedad de internet, hay una decadencia del sentido trascendente de las cosas (Dios, las instituciones, las identidades, etc.) que ha tendido a llenarse a través del consumo de distintos enlatados de emociones y sensaciones que buscan recuperar y reparar ese paraíso perdido del sentido. En este aspecto, se puede delinear un significado también de la soledad relacionado con la pérdida del sentido de las cosas, una soledad del tipo existencialista que se relaciona con la condición del ser humano incapaz de atribuir trascendencia o significado a los fenómenos circundantes. En este tipo de apatía existencial se podrían incluir los casos de personas que tienen hipotéticamente las condiciones materiales y afectivas suficientes para tener un estado de plenitud, pero aun así aducen sentirse solas. Esta soledad parece ser muy propia del siglo XXI, al menos en occidente, y rescataremos algunos de estos puntos más adelante.

 

4. La soledad como herramienta gnoseológica

Antes de avanzar en dicha dirección, vamos a rescatar otra dimensión del significado de la soledad, que es el entendimiento de la soledad como una herramienta de conocimiento, tanto del individuo para consigo mismo como para con el entorno. Este significado aparece originalmente planteado en alguna de las escuelas helenísticas clásicas, tal como en la figura contempladora de los epicúreos. Con una perspectiva bastante anclada en la realidad inmediata, la búsqueda del placer y la evasión del dolor, la tradición del sabio en esta perspectiva se asienta en aquella persona capaz de interactuar con las cosas tales como son, esquivando a todos los revestimientos lingüísticos y a las apariencias que a veces los sentidos nos dan. Así, se combina una perspectiva en la que no hay sentido trascendente para las cosas, pues incluso los dioses si bien son reconocidos por el gran filósofo, los considera tan ajenos que ni los tienen en cuenta para el desarrollo de su práctica diaria o su reflexión sobre el mundo, pero a la vez se rescatan valores mundanos como la amistad legítima, el amor honesto, y la búsqueda del placer en las cosas sencillas. La soledad, en este marco, es una forma de vida a la que se acude de vez en cuando, puesto que es necesario alejarse de los ruidos y distracciones del mundo, para poder conocer, pero se critica fuertemente la tendencia al aislamiento o el retraimiento social absoluto. El verdadero sabio es aquel que no solo conoce, sino que también puede compartir ese conocimiento con otros y a través del diálogo constructivo se acerca más a la verdad y se aleja de los engaños.

Una perspectiva distinta pero también gnoseológica es la que se encuentra en la filosofía estoica. Puntualmente tomaremos a Séneca, que en sus escritos rescata la soledad y la vejez como instancias que conllevan a la felicidad si se la enfoca de la forma apropiada. La manera correcta de acuerdo al filósofo, es acudir a la introspección y el pensamiento negativo, entendido como la capacidad de visualizar todo lo que realmente se tiene y la gran fortuna que se posee, mediante el experimento mental de cómo se sentiría si de repente lo perdiese. Además, en la soledad elegida o provocada por el paso inexorable del tiempo, se encuentra la posibilidad de indagar en profundidad en las propias percepciones que se tienen sobre el mundo, y librarse de todas aquellas que se interponen en la felicidad del individuo. La soledad es el único momento en el cual se puede realizar un análisis sobre el propio pensamiento y su discurrir, y en el ejercicio recurrente de esto se aprende a desarrollar templanza ante los momentos de soledad que son impuestos por razones de fuerza mayor. La mayor soledad de todas, la muerte final, es algo a lo que se llega de forma armoniosa después de gran reflexión.

Ahora bien, estas son las bases del pensamiento gnoseológico de la soledad, y también ha habido filósofos más nuevos que han retomado estos principios. Lo que nos interesa revisar en este apartado es, ¿Y cómo es el sabio moderno? Cómo articular estos principios generales, con un mundo que es radicalmente distinto al de los filósofos que propusieron esta gnoseología de la soledad. Para ello se retomará lo que se dijo al final del apartado anterior.

La soledad como forma de conocimiento en este contexto está muy relacionada con la caída de los grandes discursos. Otrora, era muy sencillo saber qué era lo verdadero, y por extensión, sentirse acompañado. Dios, era una forma de verdad difícil de discutir, pero también una forma de compañía inalienable. El Estado, siempre fue también una fuente de discurso verdadero para el ciudadano, así como un compañero. Los medios de comunicación, que llegaron a tener el nombre del cuarto poder, cumplían un rol similar. Ni hablar de la familia, la comunidad, y demás formas de relacionarse que existían en sociedades occidentales de hace décadas que, si bien eran más cohesivas, también eran más comunitarias y por extensión el fantasma de la soledad era difícil de conjurar. Al menos en el sentido existencial. ¿Pero cómo exorcizar en un contexto como este? Esto va más allá de la metáfora. Los individuos ya no disponen de sus padres en casa, puesto que (en el caso incluso de que estén juntos, cada vez más raro) ambos deben trabajar. Tampoco se dispone de la compañía del barrio o de la cuadra, por un contexto de cada vez mayor inseguridad. Las formas de socialización son cada vez más reducidas en términos de vínculo cara a cara, y sustituidas lentamente por formas de comunicación virtual. La proliferación de actitudes del tipo egoísta (en el sentido neutro de la palabra), no hace más que alejar a los individuos de sus pares, al poner el asunto en una especie de ecuación en la cual a mayor cantidad de mí mismo, mejor, sin importar que haya del otro lado. Y hay más, pero no hay espacio para revisarlo en este contexto.

Todo esto no supondría problema alguno, sino fuera porque luego las personas van dando lástima por la vida y enfrentando cada vez más problemas como la ansiedad, la angustia, el sinsentido, que buscan llenar a través de comportamientos impulsivos y compulsivos con tal de lograr algún atisbo de emoción, que los aleje de ese sentimiento inenarrable de vacío. Irónicamente, el sabio sigue siendo el mismo. Es aquel que, con todas las adversidades y necesidades del contexto, puede dedicarse a la contemplación de las cosas en la medida que es justa. Es el que sabe valorar la compañía porque conoce que, como seres humanos, tenemos una naturaleza gregaria que es muy fácil de favorecer y a través de la cual se puede llenar de sentido un aparente vacío que han dejado los grandes discursos y las grandes instituciones modernas. La actitud del estoico también, en este marco, resulta como un aliciente contra todo el ruido del mundo. La armonía y la felicidad que derivan de la introspección, la aceptación de la muerte y la comprensión de los límites de obrar que tiene el ser humano, se contrapone de manera directa a una cultura de ego infinito y de "todo es posible", rescatando la posibilidad de ser feliz y llegar a conocerse a sí mismo a través de la soledad que se aleja no los vínculos significativos sino del ruidero.

 

5. Los significados de la soledad hoy: posverdad y desinformación

Finalmente, vamos a profundizar un poco en el tipo de soledad que afronta hoy el individuo como consecuencia de fenómenos que nunca antes vistos y que son inéditos en cuanto a su forma y su contenido. Puntualmente, con la masificación de internet, surgieron dos fenómenos que de otra manera no hubieran sido posibles antes a escala global, la posverdad y la desinformación.

La posverdad no es más que un nuevo estatuto en términos de la clásica dicotomía verdadero-falso, en la cual esta deja de tener sentido, puesto que ese tipo de valoraciones sobre los enunciados y la información ya no es atractivo como tal. Es decir, la posverdad es más bien un contexto comunicativo en el que los hechos objetivos tienen menos valor que las opiniones o enunciados no validados mediante consenso. Por su parte, la desinformación, se refiere a la circulación de noticias o informaciones con el fin de engañar o generar confusión en la audiencia con relación a un tema. Para ser preciso, se puede definir como información errónea. Estos dos fenómenos, que parecen ser potestad mayormente de la comunicación y la información, atañen directamente a los individuos y su condición solitaria, aunque no lo parezca en primera instancia.

Esto se debe a un motivo extremadamente sencillo. Las condiciones actuales de circulación de la información ponen de manifiesto una forma de soledad que siempre estuvo latente, que es la soledad ante el mundo que nos rodea y la posibilidad de saber qué sucede. Típicamente, los medios de comunicación, más allá de la imposibilidad de ser objetivos en mayor o menor medida, eran considerados como formas de acceso al mundo que permitían conocer aquello a lo que no se podía acceder directamente con los sentidos. Con la revolución de internet y los dos sucesos que señalamos, la gente ahora se encuentra frente a una incertidumbre absoluta, en la cual sobre cualquier acontecimiento no hay manera de saber si es verdadero o falso, porque realmente a nadie parece importarle cuando se lo compara con la necesidad de generar efecto y reacción emocional en las audiencias. Ante esto, las personas tienden por necesidad a cerrarse en sus propias ideas radicalizadas, y generar grupos de pertenencia con personas que comparten esas mismas ideas radicalizadas, pero no es más que una unión basada en un principio de miedo e incertidumbre, no una legítima relación humana. Como si fuera poco, muchas veces estas falsas comunidades basadas en ideas radicales generan desarraigo de estos individuos con relación a grupos de contención grandes como familias, amigos y parejas, dejándolos en una condición de indefensión ante la complejidad de un mundo abrumador ante el cual uno no se puede dar el lujo de dudar o pensar demasiado.

Toda esta situación, que parece algo menor, es una de las marcas que refleja cómo son las relaciones interpersonales entre las personas más jóvenes en el contexto actual, llenas de soledad disfrazada de compañía basada en enunciados huecos. Esta misma lógica es la que impregna otros aspectos de la vida como el acceso al mercado laboral, donde los discursos más dominantes sobre cultura empresarial y emprendedora abogan por un sujeto solitario, que es responsable completo de sus éxitos y fracasos, completamente desconectado de las variables más relevantes del tejido social y las causas reales de los vaivenes del mercado laboral.  Las consecuencias, saltan a la vista. Cada vez más cuadros de angustia, ansiedad, incertidumbre, estrés y depresión en población joven y económicamente activa.

 

6. Reflexiones

A lo largo del texto se ha reflexionado sobre algunos de los significados más importantes con relación al término soledad, poniendo de manifiesto una gran polisemia. Se ha observado que algunos significados permanecen constantes a lo largo del tiempo, dado que parecen referir a sentimientos que son relativamente universales en el sentir y pensar humano, mientras que otros se adaptan contextualmente, lo que permite el significado de otros nuevos, en nuevas circunstancias.

En el contexto actual, donde ya no solo se habla de grandes crisis de sentido, sino que también las afecciones vinculadas a la soledad son cada vez más y más grandes, es necesario tomar con cautela los distintos niveles de sentido que puede adquirir el término. En ese aspecto, el nivel social, el emocional y el existencial, parecen ser niveles distintos pero que refieren al mismo término, cada uno con sus correspondientes causas y consecuencias.

Tomar esta distinción, y emplearla para tratar de entender cómo las distintas generaciones van haciendo frente a esta constante universal, es una labor que puede ser útil para entender el presente y futuro de los grandes dilemas y las grandes preguntas que, los que hoy son jóvenes, dejarán a la humanidad futura, así como lo hicieron antes quienes precedieron.



Notas

1. En los últimos tercios del siglo V a.C. el imperialismo ateniense deriva en luchas hegemónicas por el poder conocidas como la guerra del Peloponeso. Estos enfrentamientos diezmaron el poderío ateniense y dejaron paso libre a Filipo de Macedonia, VI a.C. Un ejemplo claro podemos observarlo en la creciente puesta en práctica del ostracismo y el enjuiciamiento de Sócrates, quien pregonaba libremente contra el Estado político actual de Atenas.

2. El solipsismo es una perspectiva filosófica que sostiene que la realidad externa solo es comprensible a través del yo, ya que este es la única realidad tangible, así como la imposibilidad de conocer la realidad objetiva, en caso de que esta fuera real, de manera consistente.



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Publicado 16 septiembre 2021