Número 13, 2021 (1), artículo 5


La mirada literaria en tiempos de pandemia


Pedro Rojo Mula

Profesor de filosofía en Educación Secundaria y Bachillerato. Lorca, España




RESUMEN
En vista de los nuevos valores que irremediablemente han de gestarse debido a la pandemia, se realiza una crítica de las herramientas mediante las que se produce esta elaboración. Además, la literatura se propone como fundamento para el desarrollo de un criterio alternativo.


TEMAS
covid-19 · literatura · multiplicidad · pandemia · poder · polarización



Maradona y la polarización

El 25 de noviembre de 2020 fallecía el mítico Diego Armando Maradona, y como era de esperar, este hecho activó las redes sociales y las llenó de elogios y desprecios hacia una figura tan controvertida como la suya. Sin embargo, apenas pudo verse que las alabanzas y los ataques vinieran a la vez de una misma persona, sino que se abría una brecha de opuestos irreconciliables que dividía a aquellos que literalmente lo deificaban y a los que lo repudiaban hasta el punto de interpretar su muerte como un bien para la sociedad. ¿Por qué esa necesidad de dioses o sabandijas? ¿Por qué tantas personas relevantes en el mundo del fútbol dieron a entender que la magia que Maradona había traído a este deporte era suficiente para redimir cualquier aspecto de su vida personal? ¿Por qué otras tantas se empeñaban, por el contrario, en desacreditar por completo sus logros debido a los aspectos inmorales de su vida? El asunto, de manera previsible, terminó derivando en el debate acerca de si era lícito sentir lástima por la muerte de Maradona, o si era correcto admirar a Maradona… o algo así; un eje que probablemente la mayoría ni tuviera claro.

La cuestión en este caso se reduce, como en tantos otros, al problema de la polarización. Elegir un bando pese a las diferencias puede ser a veces una cuestión de valentía en determinados ámbitos de acción, pero cuando este fenómeno se extiende y acaba impregnando cualquier intento de valorar o comprender la realidad nos encontramos, más bien, ante una devaluación de la capacidad intelectual de las personas. ¿Por qué esa necesidad de discutir sobre si Maradona va al cielo o al infierno? ¿Por qué no ambas cosas? En realidad, resulta perfectamente factible la situación en la que una persona admira lo que Maradona hizo por el fútbol, tanto dentro como fuera del campo, con sus goles y su actitud contestataria ante los mandamases, y al mismo tiempo aborrece sus escándalos de violencia machista y delitos sexuales, sintiendo un indudable desprecio hacia su figura en este sentido. No se trata de equidistancia, ni de distinguir tajantemente entre una cara u otra, ni de que todos valoremos ambas facetas de la misma forma, sino de que es innecesario esforzarse en que una dimensión de lo que fue elimine por completo a la otra.

La fuerte tendencia identitaria, la desesperada actitud de pertenencia, la incapacidad de asumir o juzgar la multiplicidad, y en definitiva, la tradición esencialista de la que bebemos y que seguimos sustentando, hacen que nos encontremos con un problema realmente serio. A veces, las consecuencias de esta situación no van más allá de una discusión en las redes sociales. Sin embargo, esto no siempre es así, y en ocasiones esta forma de entender aquello que nos rodea incide de manera enorme en nuestras vidas. En definitiva, como afirma Bárbara Blasco, ganadora del Premio Tusquets Editores 2020 de novela, en una entrevista a Diario.es, cada vez aceptamos menos los matices y la dimensión contradictoria del ser humano. Y en esta tesitura, la literatura sirve precisamente para combatir dicha tendencia.

 

De Foucault al toque de queda

Foucault habló en Historia de la locura en la época clásica sobre cómo la locura era un concepto que se ponía en juego en términos de salud cuando, en realidad, lo que había detrás de ese hecho eran cuestiones de tipo moral. Es decir, al inmoral se le señalaba como loco y la cuestión pasaba a plantearse en el terreno sanitario. Por ejemplo, a un alborotador que formara escándalo a horas indecentes, con palabras y ropas inadecuadas, se le podía considerar loco y se daba el salto de pasar a estudiar las causas de su enfermedad.

Visto así, esto parece cosa del Medievo; una actitud ingenua y ciertamente externa a nosotros. Sin embargo, situaciones similares también ocurren en la actualidad. Así, un homosexual tiene una conducta que es inmoral para un determinado grupo y se le pasa a considerar enfermo. Es decir, su conducta, que se considera desviada por motivos morales, se entiende causada por una enfermedad. Esta es la forma en la que se imbrican salud y moralidad; la segunda se oculta mediante la mascara de la primera. De este modo, el homosexual en cuestión, si quiere pertenecer al grupo, asume su condición como una enfermedad y se presta a recibir tratamiento. Estos casos resultan casi irrisorios en nuestros días, pero todavía se siguen dando, y el hecho es que si la moral cristiana estuviera expandida con la misma intensidad que años atrás sería algo bastante más aceptado socialmente el hecho de relacionar la homosexualidad y la enfermedad.

Es más, no es necesaria una visión tan retrógrada para caer en esta trampa. Lo mismo sucede con un pederasta, un asesino, o un violador. Este tipo de actos, de por sí, generan bastante desprecio hacia la persona que los comete, pero cuando los hechos acontecen con especial crueldad, incluso exclamamos: "¡Vaya enfermo!". En este sentido, probablemente exista un considerable número de personas que no piensa realmente que esta gente tenga que estar necesariamente enferma. Se trataría, más bien, de una simple expresión. Sin embargo, nos encontramos con personas que sí que están convencidas de que para llevar a cabo determinados actos de pederastia, asesinato o violación se necesita estar enfermo; alguien normal no puede hacer eso. Y lo interesante de estos casos es que dichos sujetos no tienen por qué poseer ningún tipo de formación sanitaria o científica para realizar este tipo de juicios. Se trata, más bien, de una convicción de índole moral. Están moralmente convencidos de la enfermedad del pederasta, el asesino o el violador.

De hecho, aunque no pensemos de este modo, no parece ninguna locura deducir que expresiones del tipo "qué enfermo" son una especie de residuo que nos queda de esta forma de pensar y de mezclar la salud y lo moral, el rastro de un positivismo que pretendía aunar las ciencias naturales y las ciencias del espíritu. Algo de eso se hace también cuando se habla de relaciones tóxicas o sanas, aunque en estos casos se alude además a determinados problemas psicológicos que puede acabar causando la relación en cuestión. En cualquier caso, no se trata de intentar defender los actos que comenten pederastas, asesinos o violadores, sino de mostrar que el hecho de llevar a cabo uno de esos actos no implica estar necesariamente enfermo; de la inmoralidad no se sigue la enfermedad.

Esto también implica que, por supuesto, podamos reprochar estas acciones desde nuestros sentimientos y convicciones morales. Por otro lado, evidentemente esto no quiere decir que ningún pederasta, asesino o violador tenga problemas de salud mental, sino que una cosa no se sigue de la otra. De hecho, si todos ellos estuvieran realmente enfermos, probablemente nuestros sentimientos de odio y venganza hacia ellos estarían algo más atenuados.

En definitiva, cerrarse en banda y sostener que este tipo de personas deben estar necesariamente enfermas no diferencia nuestra deducción de la del fanático religioso que afirma lo mismo de los homosexuales. Se trata, a fin de cuentas, de defender un diagnóstico clínico en base a convicciones morales, y esto es una forma inadecuada de tratar la cuestión, independientemente de que el concepto de enfermedad pueda estar sujeto a una revisión de índole filosófica o científica.

Eso que Foucault mostraba, que podría resumirse, con lo visto, en que a veces hay cuestiones morales que se presentan con la etiqueta de la salud, que el ámbito científico no se encuentra desligado de la valoración, guarda una estrecha relación con una forma de pensar basada en escisiones que también criticará. Así, llama dispositivos saber-poder a los conjuntos de fuerzas que se manifiestan a través de determinadas formas del lenguaje y generan poder, formas de lenguaje basadas en oposiciones: el bueno o el malo; el loco o el cuerdo; el sano o el enfermo; Maradona. La diferencia con-razón/locura siempre se había considerado esencial y definible, pero Foucault muestra que es relativa históricamente y, por lo tanto, en ella está actuando el poder. De esta forma, niega que haya una diferencia esencial entre el enfermo y el no-enfermo. De hecho, elogia una concepción trágica en base a la cual la razón misma se encuentra atravesada por la locura. La locura sería algo que hace a la razón más lúcida; la autoexperiencia de la razón como una nada.

Lo que hace Foucault es criticar el dominio de un discurso logocéntrico, que nos muestra una serie de pares binarios que, aunque son contingentes, se presentan como necesarios. De esta manera es como se establece lo que es normal y lo que es anormal. Así, si prestamos atención a la situación que ha generado la pandemia de 2020, con las herramientas que Foucault ofrece, podemos extraer una serie de conclusiones. ¿Qué mejor ejemplo para mostrar la confusion de inmoralidad con la enfermedad? Y es que, de manera irremediable, la "nueva normalidad" trae consigo una necesaria y nueva articulación del poder, la cual se ha desarrollado en un tiempo muy breve y, además, conlleva la producción de un saber determinado.

En primer lugar, puede prestarse atención al sentir general con respecto a los jóvenes. La campaña de noviembre de la Comunidad de Madrid ejemplifica a la perfección este proceder logocéntrico del que nos seguimos sirviendo. El riesgo de contagio nos lleva a distinguir entre acciones justificadas e injustificadas, necesarias e innecesarias. En definitiva, racionales e irracionales. Es justificado, necesario y racional, al parecer, que un marido y su esposa puedan besarse. A fin de cuentas, conviven, y resulta absurdo plantearse un aislamiento total. Por otro lado, parece injustificado, irracional, e innecesario que un grupo de jóvenes vaya a una gran fiesta, pues la aglomeración supone un claro riesgo de contagio.

El asunto es que, si se acepta que un matrimonio pueda besarse, ¿por qué es tan imprudente que tres amigos que forman un núcleo social hermético y exclusivo beban a morro de una misma botella? O que compartan un cigarro. ¿Por qué el amor y la convivencia familiar justifican el riesgo pero, en cambio, la diversión no lo hace? ¿No hay un claro salto del caso de la macrofiesta al de los tres amigos? Lo que parece es que en esa escisión entre lo racional y lo irracional, lo enfermo y lo sano, lo imprudente y lo prudente; la sobriedad y la diversión se han tomado también como valores estrictamente contrapuestos. Y con ello, joven y adulto, temerario y conservador, también lo han hecho. En esta tesitura, no es de extrañar la campaña de la Comunidad de Madrid señalando directamente a los jóvenes como causa del problema, y con ello al divertimento. Tampoco se hace raro el hecho de que se haya optado por establecer un toque de queda en lugar de apostar por otro tipo de medias que podrían ser igual o más fructíferas. Y por supuesto, no debemos alborotarnos porque escuchemos cada día de la semana a una persona adulta señalando el botellón de los jóvenes como principal causa de la propagación del virus. El pensamiento basado en escisiones, esos pares binarios que articulan el poder, sitúan al joven y la diversión en el lado de lo irracional y lo enfermo, y al adulto y la serenidad en el otro extremo. Así, la incapacidad para asumir la multiplicidad, captar matices y, en definitiva, salir de estos esquemas falsos y limitados, hace que el adulto que señala el botellón como gran problema suponga dos afirmaciones falsas:

  1. La fiesta es la práctica más peligrosa con respecto al virus.
  2. Estoy haciendo las cosas bien, y estoy en el lado de los sanos, porque no hago botellón.

En definitiva, como soy recatado, actúo racionalmente, y merezco ser sano frente a ti, que eres ocioso y enfermarás. No se trata de eximir a los jóvenes de su responsabilidad en esta pandemia, pues cualquier acto conlleva una serie de riesgos y posibles consecuencias. Por supuesto que aceptamos un cierto riesgo de contagio en prácticamente cualquier actividad que realizamos con otro, y debemos asumir la responsabilidad de nuestras acciones. Pero tomar la diversión del lado de la irresponsabilidad cuando en el lado de lo sereno se producen determinadas situaciones que pueden resultar mucho más peligrosas es reducir el problema a una escisión engañosa. Al igual que Foucault elogió la comunión entre locura y razón, es igualmente lícito hacer lo propio con la diversión y la serenidad en estos tiempos. Se puede optar por un divertir racional, un modo de divertirse que no caiga del lado de la irresponsabilidad, al igual que hay casos de serenidad irresponsable encarnados, por ejemplo, en personas que por miedo a cerrar sus negocios han seguido trabajando pese a tener síntomas de la enfermedad. ¿Por qué deberían los tres jóvenes sentirse más culpables que una persona que coge un metro abarrotado en Madrid?

 

La literatura como antídoto

En Filosofía y poesía de María Zambrano encontramos las claves para abordar esta problemática. Según la autora, filosofía y literatura tienen su origen en la admiración, en la experiencia de una realidad infinita. Zambrano dice que ante este asombro hay dos caminos: el del filósofo y el del poeta. El primero toma distancia de la experiencia y huye de ella, ejerciendo una violencia contra la vida que silencia la palabra poética. De este modo, la filosofía es ‘’un género de mirada que ha dejado de ver las cosas’’ (Zambrano 1939: 15). La razón discursiva impera en Occidente porque ha estado presente como eje fundamental en la construcción de toda su filosofía, y de esta forma es como se ha perdido el contacto con la realidad.

En cambio, en el segundo camino, el poeta se mantiene firme ante la exuberancia de la vida, quiere las cosas sin renunciar a ninguna parte de ellas, sin temer a la nada, trabajando con lo que hay y aspirando a que en lo que no hay se llegue a ser. La autora se deshace en elogios al poeta y se decanta por este camino, que podríamos considerar contrario a ese pensamiento basado en pares binarios que se ha venido analizando. Sin embargo, en su planteamiento no se da una mera duplicidad en la que hay que elegir una opción u otra, pues esto supondría valerse de aquello que se critica. En cambio, la postura de María Zambrano señala una división que es preciso reconciliar, y de ahí su razón poética, para que filosofía y literatura elaboren un camino único y más pleno que los anteriores, capaz de abordar de manera más completa la admiración ante esta realidad infinita. Este obrar es lo que la filósofa española pone en juego en Claros de bosque, donde el sentir primigenio y la aparición del ser no pueden darse sin la atención de la mirada poética.

También cabe tener en cuenta que su postura concuerda en gran medida con el conocido diagnóstico de Nietzsche, en el que se asegura que la cultura occidental presenta un exceso de lo apolíneo y una escasez de lo dionisíaco. Probablemente de esta sobreabundancia que señala Nietzsche, donde lo múltiple se desestima y la unidad se sitúa en el plano de la verdad, es de donde viene el rechazo de la autora a la actitud filosófica.

Además, puede aportarse a esta posición, que defiende dos dimensiones constitutivas del ser humano, incluso cierta base biológica: recuerda bastante al filósofo que describe Zambrano cuando el neurocientífico Michel Gazzaniga dice que el hemisferio izquierdo del cerebro parece impulsado a interpretar eventos; tiende a reconocer falsamente distintos objetos como el mismo cuando son similares, y, en definitiva, parece elaborar teorías para asimilar la información adquirida en un todo comprensible. Por el contrario, recuerda al poeta cuando dice el mismo autor sobre el hemisferio derecho que mantiene un registro preciso de los episodios, que no se pierde en la especulación y que es capaz de diferenciar objetos similares que parecen el mismo y que no lo son. ¿Podría esto dar cuenta de la existencia de ambas dimensiones que Zambrano y Nietzsche destacan? En caso de ser así, tal y como se ha anticipado que defiende la filósofa española, parecería inadecuado reducir el acceso a lo real a una sola medida. En cualquier caso, lo que María Zambrano hace es proponer un pensar diferente, que recoge la unidad precisamente porque no descarta las particularidades de la realidad.

 

A modo de síntesis

Las conclusiones que pueden extraerse en vista del análisis de la actual situación social y la concepción de la mirada literaria expuesta pueden ser sintetizadas con brevedad. Mientras que la literatura acoge lo múltiple y no renuncia a las particularidades de la realidad, el obrar de nuestra cultura, que bebe de una tradición filosófica esencialista, ejerce esa violencia de la que habla Zambrano. Se unifica, se parcela, se racionaliza y, en definitiva, se establece una superioridad ontológica del discurso sesgado por comprenderlo como explicativo y racional. Así, delimitamos lo bueno y lo malo en tiempos de pandemia, abrazamos al trabajador y castigamos al ocioso, independientemente del riesgo de contagio que conlleven las acciones de cada uno. Combatimos el virus en base a esta parcelación, encarnamos esta concepción tanto desde la cohesión y la presión social como por parte de las medidas que el gobierno impone. Resulta curioso que iniciativas tan coherentes como desarticular las algomeraciones en fechas como el Black Friday o la Navidad para evitar riesgos no se hayan ni siquiera planteado si tenemos en cuenta la gran preocupación que hay por evitar los contagios. Quizás se deba esto a que, en la sociedad de consumo, y más aún con la demonización de la diversión, el gasto y la compra son la única vía de liberación que le queda al ciudadano. En este sentido, es comprensible que no se haya cuestionado ni a los vendedores (pues se respaldan en la aceptación del trabajador como alguien libre de culpa en caso de contagio), ni tampoco a los consumidores.

No se trata de afirmar que determinadas formas de diversión no puedan ser peligrosas en estos tiempos, ni de negar que el trabajo y la economía se han debilitado y hay que luchar por mantenerlos. Lo que es relevante aquí es señalar que caemos en incoherencias abismales cuando pensamos en términos categoriales cerrados. Es en este sentido en el que la literatura resulta un antídoto. Mientras que solamente seamos capaces de distinguir entre la carta blanca y el confinamiento, entre ser buenos o malos, iremos dando tumbos. Se necesita, más que nunca, una perspectiva como la que revindicaba Zambrano, un criterio para prevenir el contagio al mismo tiempo que no se renuncie a la vida; un proceder que vaya más allá del mandato general, cuyas incogruencias acaban manifestándose hoy más que nunca. La ficción nos enseña que sentimos cosas parecidas o muy distintas, pero nunca lo mismo, ante acciones con un mismo verbo. Se carga las palabras, sus significados, y nos obliga a pensar por nosotros mismos. Son este proceder, esa gestación y desarrollo de criterio, lo que una sociedad necesita en casos como éste. El tratamiento del problema en base a pares binarios no sólo es estigmatizador, sino también injusto y, además, peligroso, pues hay quienes se sienten protegidos por pertenecer a la categoría de los buenos cuando, de momento, no parece que nadie se haya librado del peligro.



Bibliografía

Blasco, Bárbara
2021 "Cada vez aceptamos menos los matices, las contradicciones que tiene el ser humano: la literatura está para trabajar eso". Diario.es
https://www.eldiario.es/cultura/libros/barbara-blasco_1_6803221.html

Gazzaniga, Michael S.
2012 ¿Quién manda aquí? El libre albedrío y la ciencia del cerebro. Madrid, Paidós, 2012.

Foucault, Michel
1964 Historia de la locura en la época clásica. Madrid, Fondo de Cultura Económica de España, 2018.

Nietzsche, Friedrich
1872 El nacimiento de la tragedia. Madrid, Biblioteca Nueva, 2007.

Zambrano, María
1939 Filosofía y poesía. México, Fondo de Cultura Económica, 2006.
1987 Claros de bosque. Madrid, Alianza, 2019.


Publicado 01 febrero 2021