Número 9, 2019 (1), artículo 2


Cadenas de valor globales y sus efectos sobre la desigualdad nacional en Estados Unidos


Marcos Sánchez Muriel

Estudiante de máster en la Universidad de Granada, España




RESUMEN
En este artículo se examinan las consecuencias de la organización industrial contemporánea, en forma de cadenas de valor globales, sobre la desigualdad nacional en Estados Unidos.


TEMAS
cadenas de valor globales · desigualdad · economía · economía del conocimiento · globalización · tecnología



Introducción

En este artículo examinaré las relaciones entre la forma de organización industrial contemporánea, a saber, las cadenas de valor globales, y el aumento de la desigualdad en Estados Unidos.

Estados Unidos ocupa en muchos sentidos una posición privilegiada para el estudio de la desigualdad y de la globalización. Respecto a la primera, las tendencias que observamos en otros países industrializados son en este especialmente marcadas y bien estudiadas. En cuanto a la globalización, Estados Unidos es en gran medida su artífice y ocupa el escalafón más elevado en las cadenas de valor globales, la columna vertebral de la economía globalizada, ejerciendo sobre ellas un poder directivo y capturando la parte del león de los beneficios.

Por último, este trabajo me permite examinar críticamente la tesis, muy extendida, que sostiene que la globalización se caracteriza por la retirada de los estados-nación, hasta el punto extremo de volverse poco menos que irrelevantes, en favor de unas abstractas fuerzas de mercado y del avance tecnológico a las que solo cabe acomodarse. Al contrario, el Estado tiene un papel fundamental, aunque poco publicitado, a la hora de moldear los procesos de globalización y el avance tecnológico, por lo que no cabe considerar sus efectos, en concreto el aumento de la desigualdad, como dinámicas inocentes.

 

1. Breve panorama de la desigualdad en Estados Unidos

1.1. Centrando nuestro foco de interés

La desigualdad es un fenómeno complejo y poliédrico. Dado el propósito de este artículo, nuestro foco se restringe a aquellos aspectos relacionados con la organización industrial contemporánea. Es decir, nos interesan principalmente la remuneración de las empresas a sus trabajadores (incluyendo salarios y otras compensaciones no salariales como planes de pensiones y cobertura sanitaria) y las rentas salariales y del capital que obtiene la elite económica propietaria-ejecutiva.

Por supuesto, se han producido otros desarrollos muy destacados en la evolución de la desigualdad, aunque para nuestros propósitos tengan una relevancia bastante secundaria. Conviene, no obstante, saber cuáles son para que no nos lleven a confusión a la hora de examinar los datos; es preciso saber qué información estamos buscando y cuál desechando. Por este motivo, refiero a continuación tres de estos desarrollos especialmente destacados:

- Los cambios en el nivel de ingresos derivados de cambios en la política de impuestos y transferencias. Nos interesan más bien los ingresos de mercado o ingresos antes de impuestos y transferencias, más que los ingresos después de impuestos y transferencias.

- Los ingresos de los jubilados, que reflejan más bien la política del gobierno en materia de pensiones (en el caso de las pensiones públicas) y los ingresos ahorrados durante décadas pasadas (en el caso de las pensiones privadas, que representan el grueso de las pensiones en Estados Unidos).

- El aumento de los ingresos laborales de las mujeres, aunque sea un desarrollo muy positivo, refleja más bien la integración de la mujer al mercado laboral, tanto en cantidad (horas trabajadas) como en calidad (por un mayor nivel de estudios y acceso a trabajos mejor remunerados). Es más, el aumento de los ingresos de las mujeres como resultado de los avances en igualdad de género tiende a enmascarar el estancamiento en los salarios como resultado de la renegociación de los términos del reparto de la riqueza entre trabajador y empresa.

No obstante, sí que nos interesa la acción del gobierno en dos aspectos cruciales. Primero, en tanto estructura, regula e incluso funda unos determinados mercados con unas determinadas consecuencias distributivas. Y, segundo, en tanto canaliza recursos preferencialmente en favor de ciertos grupos.

 

1.2. Estancamiento y retroceso del trabajador: la desigualdad en números.

Con este foco de atención en mente, sintetizaré los principales resultados del artículo de Piketty y otros (2017), la última y más completa contribución dentro de su gran proyecto de investigación sobre la desigualdad.

"El ingreso medio antes de impuestos y transferencias (ingreso preimpuestos en adelante) del 50% más pobre de los adultos se ha estancado desde 1980 en torno a $16.000 por adulto (en dólares constantes de 2014, usando el deflactor nacional de ingresos). (…) Entretanto, el ingreso medio preimpuestos del 1% más rico de los adultos aumentó de $420.000 a $1,3 millones, aproximadamente, y su porción aumentó de aproximadamente el 12% de los ingresos nacionales totales a principios de los 80 al 20% en 2014" (Piketty y otros 2017: 557, traducción propia).

En todo el 90% inferior, los salarios apenas han aumentado desde 1980. El modesto aumento de sus ingresos preimpuestos se debe al aumento de la compensación no salarial (principalmente seguro sanitario pagado por el empleador).

Para la población en edad laboral, en concreto, los ingresos han disminuido. Los adultos entre 20 y 45 años ganan en 2014 un 20% menos que en 1980, y aquellos entre 45 y 65, un 8% menos. Y son justamente los datos sobre población joven los que nos dan más información sobre el mercado laboral actual y sus tendencias.

Quizá uno de los hallazgos más sorprendentes es que el ingreso laboral mediano (no medio) de los hombres permanece en 2014 en el nivel al que estaba en 1964, $35.000. El de las mujeres, en cambio, se ha quintuplicado entre 1962 y 2014, hasta llegar a $20.000 (aún por debajo del de los hombres), aunque permanece estancado desde finales de los 90. La evolución de los ingresos laborales femeninos se debe a los avances en igualdad de género y a un punto de partida de marginalidad extrema dentro del mercado laboral.

Justamente es en los aspectos en que hemos centrado nuestra atención donde encontramos un mayor aumento de la desigualdad. La acusada pérdida de poder de negociación de los trabajadores a la hora de determinar su salario queda un tanto enmascarada por el aumento de ingresos de la población jubilada (pensiones), los avances en igualdad de género, y un aumento de los ingresos en concepto de atención médica y transferencias estatales. En suma, nos encontramos ante una crisis dramática del trabajador.

 

2. Cadenas de valor globales

2.1. Estructura y funcionamiento

La forma de organización productiva característica de la economía globalizada son las cadenas de valor globales (CVG). Se trata de estructuras complejas y altamente jerarquizadas en las que el proceso productivo se divide en varios segmentos o módulos repartidos entre varios países y varias corporaciones. Las empresas, más que especializarse en la fabricación de un producto, se especializan en uno o unos pocos segmentos del proceso de fabricación.

Al frente de una cadena de valor global se encuentra la corporación cabecera, que se especializa en las actividades de más alto valor añadido: investigación, diseño y desarrollo, marketing, y gestión y coordinación de la propia cadena de suministros. Las actividades de menor valor añadido se externalizan a través de redes de contratación y subcontratación, de forma que los recursos se puedan concentrar en las actividades de mayor rendimiento. Por debajo de la corporación cabecera y en función del sector, encontraremos un número variable de estratos, desde proveedores de componentes tecnológicos sofisticados, de notable valor añadido, hasta talleres clandestinos al final de las cadenas de subcontratación.

Las CVG no son en absoluto una parte marginal de la economía. Se estima que 1 de cada 5 empleos en el mundo está relacionado directa o indirectamente con ellas, (Phillips 2017: 431) y que aproximadamente el 80% (UNCTAD 2013) del comercio mundial, ya sea interempresa o intraempresa, ocurre en su seno. Hay que tener en cuenta, no obstante, que las CVG redefinen el concepto mismo de comercio: lo que antes era la mera transferencia de productos intermedios de un departamento a otro de la misma corporación en un mismo país, ahora son desplazamientos transfronterizos y con frecuencia intraempresa (que representan un 60% del comercio mundial (Palan, Murphy y Chavagneux 2010: 18)), y por tanto se contabilizan como comercio internacional.

Las actividades del estrato superior se caracterizan por ser muy intensivas en el uso de capital, aplicado sobre todo a la tecnología avanzada y el conocimiento, y por contar con una fuerza laboral poco numerosa, pero de muy alta cualificación. Las enormes inversiones de capital requeridas ponen altas barreras a la entrada de nuevos competidores, por lo que los mercados en este segmento están muy concentrados en unas pocas corporaciones enormes por cada sector industrial y la competencia es, por ende, imperfecta y limitada, con características de oligopolio y/u oligopsonio (Phillips 2017; Starrs 2014: 24), lo que permite a las corporaciones cabecera obtener márgenes de beneficio extraordinariamente amplios. Este segmento está dominado por corporaciones de países ricos y avanzados tecnológicamente, en particular Estados Unidos.

Vale la pena detenerse un momento a comentar la magnitud del dominio de Estados Unidos sobre la economía mundial a través de su posición en las CVG. Sean Starrs (2013) estudia el ranking de Forbes de las 2000 mayores corporaciones del mundo clasificadas según un indicador compuesto por cuatro factores: activos, valor de mercado, ventas y beneficios, y divididas en 25 sectores. Starrs calcula por sectores el porcentaje de beneficios que obtienen las corporaciones de cada país. El predominio de Estados Unidos es abrumador. Sus corporaciones lideran en porcentaje de beneficios en 18 de los 25 sectores, en varios de ellos con más del 50%. Su dominio es especialmente sólido en tecnología avanzada: aeroespacial y defensa (67%), software y hardware (74%), equipo y servicios médicos (84%).

A su vez, los principales puestos directivos y de personal I+D de las corporaciones norteamericanas se encuentran en Estados Unidos, y el accionariado es predominantemente estadounidense. No solo eso, sino que el accionariado estadounidense también tiene una posición destacada en las grandes corporaciones del resto del mundo, con algunas excepciones. En conclusión, la elite estadounidense es la directora y la principal beneficiaria de la economía mundial.

Mientras tanto, en los estratos inferiores de la cadena, como el ensamblado final, la situación es muy diferente. Son actividades de bajo valor añadido, intensivas en el uso de trabajo no cualificado, fácilmente replicables y que no requieren grandes inversiones de capital. En consecuencia, estos mercados están saturados y la competencia es feroz. Dado que son actividades fácilmente replicables, la competitividad se basa sobre todo en la reducción de costes (Phillips 2017; Starrs 2014: 23). La búsqueda de bajos costes dará lugar a la deslocalización de estas actividades hacia países pobres. Los márgenes de beneficios en este segmento son exiguos, hasta el punto de comprometer con frecuencia la viabilidad de estas empresas. Entre estos dos extremos, encontramos situaciones intermedias.

La segmentación de la producción a través de la subcontratación permite a las corporaciones cabecera ejercer un gran poder de mercado, explotar las desigualdades globales y someter a los contratistas y proveedores a una intensa competición por reducir costes, lo que socava sus márgenes de beneficio e impone una fuerte presión a la baja sobre los salarios y las condiciones de los trabajadores.

Es más, con la subcontratación, las corporaciones cabecera consiguen también transferir riesgos y costes hacia los estratos inferiores. Las actividades manufactureras, a diferencia de las nucleares, están sometidas a una gran volatilidad cíclica, con picos y bajadas bruscas de demanda. Gestionar esta volatilidad es difícil, costoso y arriesgado. Tener en propiedad una planta de fabricación implica unos costes laborales y de mantenimiento fijos que en los periodos de baja actividad aportan un bajo rendimiento y en los picos de demanda son insuficientes. Reducir los costes fijos implica una menor capacidad de atender los picos de demanda y, viceversa, aumentar la capacidad productiva aumenta los costes fijos. Con la subcontratación, la corporación cabecera se beneficia de una cadena de suministros altamente flexible. Para los contratistas, esta flexibilidad implica una gran volatilidad. Para los trabajadores, precariedad y temporalidad (Lee 2016).

En conjunto, las CVG permiten a las corporaciones cabecera maximizar el valor capturado a expensas de los estratos inferiores. Es una forma de organización industrial que favorece la desigualdad y la concentración de los beneficios (Phillips 2017).

Comparemos este modelo de producción modular transnacional con el anterior. Antes, la presión competitiva no se aplicaba por segmentos, pues la corporación principal llevaba a cabo directamente la práctica totalidad del proceso de producción, que formaba un bloque compacto. Pensemos en los años 50 y 60 para que el contraste sea más marcado. Junto a sus actividades nucleares, es decir, las de alto valor añadido, una empresa debía también ocuparse de otras tareas más periféricas como la manufactura o el ensamblado final, que son intensivas en el uso de trabajo. Los empleados se reclutaban de un mercado laboral que rozaba permanentemente el pleno empleo (Baker 2016: 42-43), cobraban salarios americanos, se regían por la legislación laboral americana y por los estándares de una empresa importante y prestigiosa, más vulnerable de cara a la opinión pública y a la lucha sindical. Las corporaciones tenían en propiedad las plantas de montaje y estaban ancladas a estos segmentos de la producción, lo que situaba a los obreros en una posición mucho más favorable a la hora de negociar. Por ejemplo, su capacidad disruptiva en caso de huelga era mucho mayor.

 

2.2. El caso de Apple y el iPhone

Consideremos como ilustración el caso de Apple y el iPhone, muy estudiado. Apple se especializa en actividades de alto valor añadido: I+D (principalmente software y diseño), marketing, servicio al cliente y gestión de la cadena de suministros, pero no fabrica sus productos. Las decenas de componentes electrónicos que contiene un iPhone son fabricados y diseñados por proveedores de diversos países (sobre todo de Asia Oriental) de acuerdo con las especificaciones de Apple, que coordina la integración de todos estos componentes en la arquitectura general del producto. El ensamblado final lo lleva a cabo una empresa taiwanesa, Hon Hai Precision Industry (a través de su subsidiaria Foxconn), en fábricas situadas en la China continental (Kraemer, Linden y Daedrick 2011).

Apple ejerce un gran poder de mercado sobre toda la cadena. Como los proveedores son numerosos, puede cambiar de forma relativamente rápida y fácil de uno a otro, lo que los obliga a competir agresivamente reduciendo costes para obtener los contratos. Los compradores gigantescos como Apple, en cambio, son solo unos pocos. Como resultado, muchos de los proveedores o contratistas tienen una marcada relación de dependencia con la corporación compradora. Hon Hai, por ejemplo, obtiene más de la mitad de sus beneficios a través de sus contratos con Apple (Starrs 2014: 292). No son infrecuentes, incluso, los contratistas que fabrican para una sola marca. Como consecuencia de este gran poder de mercado, Apple es capaz de capturar la mayor parte del valor del iPhone y disfruta de márgenes de beneficios muy superiores a los del resto de empresas de la cadena.

Se calcula que un 58,5% del precio de cada iPhone vendido corresponde a beneficios brutos de Apple, mientras que los beneficios combinados de todos los proveedores y contratistas suman tan solo un 14,5% (Kraemer y otros 2011), es decir, las empresas que fabrican y diseñan (en gran medida) todos los componentes y ensamblan el producto final obtienen cuatro veces menos beneficios que Apple, que lleva a cabo las citadas actividades de alto valor añadido. Si en vez de examinar el reparto del valor del iPhone examinamos los márgenes que las empresas del sector electrónico en su conjunto obtienen con sus respectivos productos (por ejemplo, para Apple el iPhone, entre otros; para Samsung las memorias Flash que vende a Apple, entre otros, y así sucesivamente con el resto de empresas y productos), el 58,5% que Apple obtiene con el iPhone sigue estando muy por encima del margen mediano de la industria, 28,6%, o el medio, 32% (Dedrick y otros 2008: 9, nota 7).

En un principio, Apple externalizó el ensamblado con la empresa estadounidense SCI Systems, con plantas en Estados Unidos (Sturgeon 2002). El deterioro de los márgenes de beneficios, unido a la bajada de la demanda con la recesión de 2001, puso a SCI en una posición financiera comprometida, y finalmente fue adquirida por otra empresa. En pocos años, el ensamblado de Apple se había trasladado prácticamente por completo a China. Es evidente que los actores de un sector basado en la reducción de costes y la flexibilidad-precariedad que operen en Estados Unidos tendrían muchas dificultades para competir con los salarios y los estándares laborales, fiscales (favorables para atraer la inversión extranjera en las Zonas Económicas Especiales) o ambientales chinos. La externalización es, por tanto, paralela a la deslocalización.

 

2.3. Cadenas de valor globales y desigualdad nacional

En conclusión, la globalización ha supuesto una renegociación de los términos de la producción en favor del capital de alta tecnología y mayoritariamente americano, con respecto al capital manufacturero y a los trabajadores sin alta cualificación. Obsérvese la asimetría en las fuerzas que rigen la globalización: mientras en los estratos inferiores de la cadena, es decir, los trabajadores y el capital manufacturero, la ampliación de la competición a escala global, con una fuerza laboral que se ha duplicado en pocos años con la liberalización y la caída del comunismo (Phillips 2017: 438), ejerce una intensa presión a la baja sobre salarios y beneficios, en los estratos superiores de la cadena de valor prevalecen las fuerzas de concentración del capital, las subvenciones y el apoyo estatal (como veremos a continuación) y las elevadas barreras de entrada para los nuevos competidores.

Los sectores de alta tecnología y alto valor añadido en los que se especializa Estados Unidos constituyen hoy núcleos de prosperidad en gran medida aislados del resto de la economía doméstica, mucho más que en épocas pasadas. No solo la segmentación les permite capturar la parte del león del valor y reducir al mínimo la porción que distribuyen hacia estratos inferiores de la producción, con los que antes formaban un bloque compacto, sino que, en la medida reducida en que distribuyen, lo hacen a lo largo de cadenas transnacionales, a despecho de la economía doméstica. Es decir, la integración económica, por lo que respecta a la producción, se lleva a cabo actualmente a través de las CVG, no a través de las economías nacionales.

El aumento de la competencia global ha ejercido presión a la baja sobre los salarios de las clases trabajadoras estadounidenses, que en muchos sectores manufactureros han sido completamente desplazados por las importaciones baratas de países más pobres. Estos trabajadores se ven abocados a migrar a un sector servicios cada vez más saturado.

En suma, los estados son hoy unidades económicas mucho menos cohesionadas; se puede hablar de una economía dual, con un sector tecnológico de altos salarios y beneficios, y un sector de bajos salarios saturado (Temin 2016).

 

3. El sector de alta tecnología y el Estado

3.1. Economía del conocimiento

Las actividades de alto valor añadido en las que se especializa Estados Unidos (y en menor medida de otros países avanzados) se caracterizan por ser intensivas en el uso de capital intangible, basado en el conocimiento, la innovación y en conceptos relacionados como el diseño o la imagen de marca. Se estima que los activos intangibles representan entre un tercio y la mitad del valor de mercado de las corporaciones estadounidenses (Uppenberg 2010). Incluso estas cifras subestiman la importancia de los activos intangibles debido a que, por sus características, resultan difíciles de cuantificar y los sistemas de contabilidad aún no están adaptados.

El sector del conocimiento y la innovación, el motor del desarrollo económico global y la base del liderazgo de Estados Unidos se caracteriza por la intervención y planificación masiva del Estado a través de una política industrial sofisticada que incluye todo tipo de apoyo y subvenciones, directos o indirectos, a la industria privada; por los fallos de mercado; por la competencia de tipo monopolístico y los cárteles. Todo ello contribuye a la concentración del capital y los beneficios.

La naturaleza del conocimiento hace que resulte tremendamente difícil y artificial incorporarlo a un sistema de mercado basado en la propiedad privada, la competencia y el lucro privado. Uno de los principales problemas consiste en que gran parte del conocimiento tiene características de bien público, en la medida en que es un bien no rival y no excluible (Stiglitz 1999). El conocimiento, en general, es no rival porque, a diferencia de bienes privados como un coche o un helado, cualquiera puede hacer uso de un conocimiento sin limitar su capacidad de uso por parte de otros individuos. En este sentido, la generación de conocimiento da lugar a externalidades positivas de gran alcance para la sociedad en su conjunto. Sin embargo, los agentes privados, por definición, no toman en consideración las externalidades, positivas o negativas, a la hora de tomar decisiones; toman en cuenta únicamente sus propios coste y beneficios.

Es un bien no exclusivo porque, en general, resulta difícil excluir a otros de su acceso. Esto es especialmente válido para el conocimiento científico, que es explícito y comprensible para cualquier profesional formado, y en un mundo digital, que permite la copia y difusión del conocimiento de forma rápida, barata y sencilla. En la medida en que una empresa no pueda excluir a otros competidores del conocimiento que genere, éste no le proporcionará ninguna ventaja competitiva; todo lo contrario, pues los competidores se aprovecharían gratuitamente de los costes con los que ha cargado la empresa innovadora. En tal situación, el sector privado no tiene ningún incentivo para invertir en investigación.

 

3.2. Política industrial en la economía del conocimiento

La intervención del gobierno se lleva a cabo de diversas formas, más directas o más indirectas (Uppenberg 2010; Starrs 2014; Chomsky 1994; Panitch y Gindin 2012: 190-191). En primer lugar, la investigación básica se financia en su práctica totalidad con fondos públicos. El gobierno marca así las grandes líneas estratégicas de investigación. En Estados Unidos, el complejo militar-industrial ha tenido aquí una especial relevancia; bajo sus auspicios se desarrollaron tecnologías clave como los semiconductores, la electrónica, el GPS o Internet. El periodo entre el comienzo de la investigación básica y la explotación comercial es incierto y largo, fácilmente de décadas, de modo que en principio la industria privada tiene muy pocos incentivos para invertir en esta labor. En este estadio, es poco menos que imposible convertir el conocimiento en una propiedad privada susceptible de generar beneficios. Tampoco podemos olvidarnos de la educación, que es la precondición de la investigación, y cuya financiación es en buena medida pública.

Tienen también un papel destacado los programas de investigación conjunta a través de los cuales, además de la mera labor de investigación, se facilita la transferencia tecnológica del sector público al sector privado. Otra fórmula son las subvenciones: el gobierno pone el dinero, con algún tipo de coordinación o dirección, y el sector privado lleva a cabo la investigación. Entre los 50 y los 90, el gobierno financió entre el 50 y el 70% del gasto total en I+D (Chang 2007: 29-30).

Cuando la tecnología llega a un punto aplicable pero aún precomercial, el gobierno, generalmente a través de sus ramas militares, actúa como comprador de los nuevos productos, demasiados caros aún para su explotación comercial. La financiación sigue siendo en última instancia estatal, pero se lleva a cabo por una vía más indirecta.

Cuando después de años, frecuentemente décadas, las tecnologías entran en su fase comercial, se cede su explotación al sector privado. En este punto, las corporaciones ya pueden obtener rendimientos a la investigación, pues la innovación aquí suele tener un componente importante de conocimiento táctico, como know-how industrial o conocimiento incorporado en el personal cualificado o en la estructura organizacional, a lo que se suma la práctica del secreto industrial (Chang 2007: cap. 6; Uppenberg 2010). Alcanzar este tipo de conocimiento conlleva unos costes y un tiempo de retraso para los competidores, de forma que el pionero disfruta de una suerte de monopolio temporal. Además, recibe un premium por la reputación y empieza con ventaja la carrera por las ganancias en eficiencia y productividad de la nueva tecnología.

 

3.3. Patentes y sector IT

Aun así, en la medida en que el conocimiento genera externalidades positivas y su adquisición es más sencilla que su descubrimiento, el sector privado tenderá a invertir en I+D de forma insuficiente en relación con su beneficio social. Se habla, por tanto, de fallo de mercado en la investigación (Uppenberg 2010). Esta es la justificación de las patentes (y otro tipo de subsidios como ventajas fiscales o subvenciones). Nótese que al sector privado le interesará exagerar el carácter no excluible del conocimiento y minimizar las vías por las que la innovación les proporciona beneficios al margen de las patentes con el fin de presionar por una mayor protección de los derechos intelectuales.

Las patentes constituyen un régimen legal de apropiación del conocimiento por el cual el Estado otorga y garantiza el monopolio sobre la explotación de un determinado conocimiento. Los productos o servicios en los que el conocimiento patentado está incorporado se venden entonces a precio de monopolio, muy superior al precio de mercado, de manera que la empresa innovadora obtiene unos beneficios elevados que la compensan por la inversión en I+D (Baker 2016: cap. 5).

Este régimen de apropiación entra en conflicto con el carácter cooperativo y acumulativo de la investigación, y con la dimensión orgánica y relacional del conjunto del conocimiento. La investigación solo puede avanzar haciendo uso del conocimiento anterior, y si éste está patentado los costes de la investigación ulterior se disparan y, lo que es peor, se da pie a las estrategias de litigación agresiva, favorecidas por la gran ambigüedad, complejidad e incertidumbre jurídica que caracteriza las patentes debido a que el conocimiento se pliega mal a la mercantilización en forma de unidades separadas y diferenciadas entre sí (Chang 2007: cap. 6).

Este último punto es especialmente importante. Aparte de producir rentas de monopolio para sus propietarios, que es su propósito deliberado, con frecuencia el principal valor de las patentes para las empresas es otro: la capacidad de atacar e intimidar legalmente a sus competidores, reales y potenciales (Uppenberg 2010; Baker 2016: cap. 5). La interminable serie de batallas legales entre Samsung y Apple es un caso muy conocido de este fenómeno.

En última instancia, si un campo ha de avanzar, se hace necesario que al menos las principales corporaciones cooperen en la investigación, en lugar de obstaculizarse mutuamente. Por este motivo, el Estado promueve y en ocasiones impone la formación de cárteles en los que se comparten las patentes relevantes (Uppenberg 2010; Chang 2007: cap. 6), como ocurrió en el sector de los semiconductores.

En suma, el sistema de patentes da lugar a una gran concentración del capital y los beneficios en torno a unas pocas grandes corporaciones por cada sector, que disponen de un stock de patentes acumulado con el que atacar y defenderse, y de abundantes recursos legales. Para los nuevos y pequeños competidores, en cambio, las barreras de entrada son desalentadoramente elevadas. El destino de las start-ups, por regla general, será orbitar en torno a las grandes corporaciones y finalmente ser adquiridas o eliminadas.

La tendencia en las últimas décadas ha sido de ampliación constante de la protección de los derechos de propiedad intelectual en todos los frentes: aumento de la duración de las patentes, de los tipos susceptibles de ser patentables (cada vez partes más pequeñas, controvertidas o dudosas de conocimiento), mayores penas por infracción y, crucialmente en una economía globalizada, el gobierno de Estados Unidos ha negociado y presionado por la extensión internacional de sus estándares de propiedad intelectual a través de acuerdos bilaterales, internacionales en el seno de la OMC, como el TRIPS (Agreement on Trade-Related Aspects of Intellectual Property Rights), o como parte de los denominados acuerdos de libre comercio. Sin embargo, no hay evidencia de que este aumento de la protección de la propiedad intelectual se haya traducido en una mayor productividad o beneficios sociales de la investigación (Baker 2016: cap. 5; Chang 2017: cap. 6).

Por otro lado, el ámbito IT favorece especialmente la concentración de capital por motivos intrínsecos, pues consiste en ecosistemas tecnológicos basados en la interoperabilidad y la interconexión, lo que exige la adopción de unos estándares y da lugar a unas relaciones de complementariedad y dependencia entre los distintos dispositivos y sistemas (Cañizares 2017; Dedrick y otros 2010).

Los propietarios de los estándares o diseños cruciales, como Intel o Microsoft, gozan de un gran poder de mercado que les permite obtener beneficios supernormales. Se puede hablar de cuellos de botella o pasos obligados tecnológicos, similares a los monopolios naturales clásicos. Lo mismo ocurre en la economía de Internet con las plataformas clave, como Amazon, Google o Facebook. La competición es de tipo monopolístico, basada en estrategias que priman la expansión por encima de los beneficios (a corto y medio plazo), con prácticas como los precios predatorios, hasta alcanzar una posición dominante de mercado, que constituye el activo más codiciado (Khan 2017). Es una estrategia que los inversores han respaldado, aunque implique esperar años hasta obtener beneficios. Amazon es un caso paradigmático de este fenómeno.

 

3.4. Economía del conocimiento y desigualdad

En conclusión, la economía del conocimiento actual favorece la desigualdad a través de varias vías:

- La redistribución de fondos públicos hacia un sector privado privilegiado y ultrarrico a través de la pauta de funcionamiento central de la economía del conocimiento: inversión pública, beneficios privados.

- Debido a diversas barreras de entrada, concentración del mercado y competencia escasa y de tipo monopolístico, que incrementan y concentran los beneficios en unas pocas grandes corporaciones.

- Mediante la presión política de grupos de interés, una protección excesiva de la propiedad intelectual, que aumenta los precios a los consumidores (algo especialmente relevante en el caso de costes sanitarios).

 

3.5. Evasión y elusión fiscal en la economía del conocimiento

Hay otro fenómeno pro-desigualdad derivado de la estructura globalizada de las corporaciones y del auge de la economía del conocimiento. Como ya se ha señalado, el 60% del comercio internacional es intraempresa, es decir, se trata de transferencias de bienes y servicios entre filiales de distintos países de una misma corporación transnacional. Según el principio de plena competencia en el que se basa la fiscalidad internacional, estas transferencias deben cobrarse a precio de mercado, es decir, al precio que hubieran acordado las dos partes si fueran independientes. La realidad es muy distinta, y las corporaciones inflan abusivamente los precios, o todo lo contrario, en sus transferencias internas, de modo que transfieren beneficios desde las jurisdicciones con mayor carga fiscal hacia las filiales establecidas en paraísos fiscales (Palan y otros 2010; Zucman 2014). En ocasiones se efectúan pagos por transacciones ficticias. Es lo que se conoce como transfer pricing o precio de transferencia (en general este término se refiere específicamente al uso abusivo o fraudulento de los precios de transferencia). Dado el volumen y la complejidad de estas transacciones, resulta difícil para las autoridades detectar esta práctica. Otra estrategia similar es la explotación de las incoherencias entre los regímenes fiscales de distintos países, lo que, por ejemplo, permitió a dos filiales de Apple ser apátridas fiscales durante varios años (Seabrooke y Wigan 2014).

Los activos intangibles, como derechos por imagen de marca, software o propiedad intelectual se prestan especialmente a esta práctica por varios motivos (Guvenen y otros 2016). En primer lugar, su transferencia es extremadamente sencilla, de hecho, en tanto son intangibles, su transferencia es poco menos que una virtualidad contable. Los activos físicos como fábricas y maquinaria, propios de las economías basadas en la manufactura, en cambio, no pueden transferirse. La situación es aún más extrema en el caso de la economía digital a través de Internet, pues las compañías no necesitan tener presencia física en las jurisdicciones en las que operan.

En segundo lugar, los activos intangibles son notablemente difíciles de tasar. En general, no son bienes de mercado que se compran y se venden, sino que suelen tener un valor único para la empresa (por ejemplo, los derechos de uso de la marca Apple tienen valor solo para Apple), por lo que no hay un precio de mercado que sirva de guía. En consecuencia, con los activos intangibles la capacidad para distorsionar precios es máxima y el riesgo a ser sancionado mínimo.

A la elusión de impuestos a nivel corporativo se suma la evasión a nivel personal a través de paraísos fiscales. Según la estimación conservadora de Zucman (2013), aproximadamente un 6% (aunque estos datos tienen necesariamente un elevado grado de incertidumbre) de la riqueza financiera familiar mundial se encuentra en paraísos fiscales sin ser declarada. La riqueza escondida en paraísos fiscales está extraordinariamente concentrada en los individuos más ricos (Alstadsæter, Johannesen y Zucman 2017).

 

Conclusiones

La organización jerárquica y segmentada de la producción a través de las cadenas de valor globales ha permitido a los segmentos de alta tecnología norteamericanos, basados en el conocimiento y otras formas de capital intangible, ejercer un gran poder de mercado (y de otras índoles) sobre los segmentos manufactureros de la cadena, que quedan relegados a una posición subordinada y sometidos a una gran presión competitiva por la reducción de costes. En tal situación, el sector manufacturero no solo se devalúa, sino que por lo que respecta a la economía nacional, en gran medida queda desplazado ante la competición de centros manufactureros de bajo coste en países pobres, lo que ejerce presión a la baja sobre los salarios de los trabajadores sin alta cualificación, que pierden un nicho de empleo tradicional crucial.

El sector de alta tecnología se erige así en un núcleo de gran prosperidad aislado del resto de la sociedad, lo que plantea un grave problema para la cohesión económica y social de los estados. Esta situación no se debe a la actuación inocente y espontánea de las fuerzas del libre mercado global y del avance tecnológico, sino que se trata de un resultado en gran medida dirigido y diseñado. Si empezamos a tirar del hilo, encontramos siempre que el Estado juega un papel crucial, cimentando la competitividad y el liderazgo de las corporaciones americanas a través de una política industrial sofisticada y de gran escala, principalmente mediante el apoyo y financiación de la investigación.



Bibliografía

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Publicado 01 enero 2019