ANOTACIÓN


Modernidad, posmodernidad y ¿ahora qué?


Martín Gonzalo Zapico

Profesor de Teoría Literaria en el IFDC-SL, Profesor e Investigador en la Universidad Nacional de San Luis, Argentina




Indudablemente el problema de las periodizaciones es un asunto que suele verse con claridad a medida que el tiempo pasa. Es decir, cabe preguntarse: ¿los antiguos sabían que eran "los antiguos"? ¿Sabían los modernos que se enmarcaban en lo que se dio en llamar el pensamiento moderno? Ya habiendo pasado más de cincuenta años de la irrupción en el panorama filosófico de los primeros posmodernos, es lícito quizá preguntarse por su condición de tales.

Es correcto empezar con un poco de aquello que ya está más o menos estipulado, lo moderno. Si bien hay diversos autores que encaran el tema, y cada uno lo hace teniendo en cuenta uno u otro parámetro, a mí me gusta siempre entender la modernidad como la utopía, que se cimenta en una axiología moral concisa, apoyada sobre una ontología basada en el concepto de verdad. Creo que el tema de lo verdadero, la realidad objetiva y cómo conocerla, es un asunto que atraviesa a muchos pensadores modernos. Ya se trate de la línea empirista inglesa, o el pensamiento racionalista más continental, e incluso algo del pensamiento kantiano, todos comparten la confianza en que la realidad está ahí y es plenamente cognoscible.

Una vez que esta forma más o menos delimitada de pensar llegó a su límite (las guerras mundiales fueron un antes y un después en este sentido, dado que fueron acontecimientos de tal impacto que no dejaron sino un pesimismo general que daría pie a fuertes y muy sólidas críticas al pensamiento moderno), los "posmodernos" hicieron su aparición para ir un paso más allá y analizar esos espacios y conceptos que los modernos habían optado por ignorar. La segunda mitad del siglo XX vería nacer en muchas disciplinas formas nuevas de acercarse a los clásicos objetos de estudio, la mayoría signada por una radical incorporación del sujeto (que en la perspectiva postmoderna reemplaza al individuo), a las epistemologías, junto con una fuerte valorización de contexto, y un rol protagónico del lenguaje. Tenemos, solo por nombrar algunas, el posestructuralismo en teoría literaria (Barthès y Eco), el pensamiento francés en psicología, filosofía y lingüística (Deleuze, Lyotard, Lacan, Derrida, Baudrillard), el caso de Michel Foucault (que si bien opta por no definirse de una u otra forma, su estilo argumentativo se acerca a la idea posmoderna), la teoría crítica en sociología política (las tres generaciones de la Escuela de Frankfurt, quizá con la salvedad de Habermas), entre muchas otras disciplinas y campos de estudio.

Ahora, habiendo reconocido la importancia de todos los pensadores citados anteriormente, y aplicando un poco su filosofía, cabría preguntarse si no estamos ante otro momento filosófico radicalmente distinto. Un momento donde los pilares fundamentales del pensamiento posmoderno ya no son tan útiles para entender una realidad construida mayormente a través de Internet (acontecimiento que cambió radicalmente a la humanidad como la conocemos), en un marco de capitalismo de consumo (el concepto no está definido por nadie en particular, pero suelo emplearlo para diferenciar al capitalismo de mercado desarrollado durante los siglos XVI-XIX).

Esto se vuelve especialmente cierto si restringimos el pensamiento posmoderno a sus conceptos fundamentales, que más que postular una forma concreta de entender la realidad, tienden más bien a ser una crítica contra las formas modernas de hacerlo. Si lo que buscó el pensamiento posmoderno fue poner en cuestión algunas verdades que el pensamiento moderno instauró en el terreno de la filosofía y otras disciplinas, también es cierto que poco hizo en términos propositivos. Esto produjo naturalmente una falta de ideas, axiomas o postulados constructivos, que devino en epistemologías de tendencia "crítica" en el sentido pobre de la palabra, o "compleja" en el mejor de los casos (el paradigma de la complejidad), donde se parte de una especie de supuesto en el cual la realidad nunca podrá entenderse del todo, y todo es parcial y no generalizable.

En medio de este panorama difícil, precisamente, se está observando una enorme radicalización del pensamiento en todos los asuntos. Esta forma, más vinculada al diálogo como lucha entre sujetos más que como construcción, es de naturaleza peligrosa para la democracia. La polarización extrema es una forma de discurso enormemente tramposa y al servicio siempre del poder de turno. Y, lo más irónico de todo, es que hoy es más posible que nunca, gracias a la moda posmoderna de matizar y relativizar las cosas sin los argumentos o la base empírica adecuada. Este tema de la radicalización es solo uno de muchos.

Por todo lo dicho anteriormente, quizá sea hora de empezar a preguntarse por la realidad tal como es. Y volver a las premisas fundamentales que permitan conocer un mundo muy complejo, para dar así forma y fondo a los grandes debates que hoy día se están viviendo. Siempre desde una perspectiva democrática, transparente y basándose en el acceso a la información.

Ahora, para lograr esto, es necesario pensar el presente. Sea lo que sea que estamos viviendo (algunos llaman a este momento la era de la información), será un desafío conceptualizarlo. Pero solo de esa forma seremos capaces de entender sus contornos, para finalmente definirlo.


Publicado 15 julio 2018