ANOTACIÓN


Los camuflajes de Europa Laica


Martín Castilla Hidalgo

Profesor universitario de Filosofía, jubilado




Dejemos aparte la buena voluntad que se le supone a las personas. Pero no podemos dejar de examinar los sistemas de ideas que las inspiran. Por ende, es conveniente analizar el sesgo político e ideológico inherente en las campañas promovidas por Laicismo.org y el movimiento Europa Laica y sus filiales. Puede seguirse su trayectoria en Internet:
http://www.laicismo.org/europa_laica

Para despejar en lo posible la confusión en las ideas y en el uso de las palabras, tan extendida hoy, nos ayudará establecer una clara distinción entre los términos laicidad y laicismo. Convengamos en que la laicidad del Estado tiene como cometido garantizar el pluralismo de la sociedad, sobre todo la libertad de pensamiento y creencia, en un marco de respeto a las libertades de todos. Y convengamos en que el laicismo, en cambio, lleva consigo la llamada a un combate contra la pluralidad existente, con la pretensión de imponer su visión del mundo, marcadamente antirreligiosa. La laicidad significa, entonces, neutralidad respecto a los valores particulares y religiosos, y funda las instituciones del Estado en un mínimo de valores y normas legales comunes al conjunto de la sociedad. En concreto, el propósito de la laicidad se cumple básicamente en la separación entre Iglesia y Estado. El lado positivo de la separación es la independencia de la política respecto a la religión, lo que a su vez libera a la religión de su servidumbre a la política.

El Estado moderno y democrático debe ser laico, en el sentido de asumir institucionalmente la separación de la política con respecto a la religión y a cualquier otra ideología que la sustituya. Pero, si el Estado se abstiene de adoptar e imponer una religión y una moral, es precisamente para que la sociedad civil y sus organizaciones no estatales, lo mismo que las relaciones interindividuales, puedan libremente desarrollarse conforme a sus creencias y valores autónomos.

Concebir como una sola cosa el Estado y la sociedad civil es lo propio de la mentalidad totalitaria. La sociedad y su historia concreta configuran muchos aspectos del sistema social. Y no cabe esperar que el Estado sea el que lo determine todo, como fue el modelo de los sistemas comunistas y fascistas. (Tampoco tiene mucho sentido, en el extremo opuesto, pretender que solo haya sociedad civil, como se sueña en la mentalidad anarquista y en la ultraliberal.) La interrelación entre sociedad y Estado es imperativa, es compleja en cada circunstancia y ha de contar con la realidad histórica. El aparato del Estado cumple funciones en relación con la sociedad y sus diversas instituciones, a veces públicas, aunque no estatales. Debe operar políticamente en favor del bienestar social, pero no produciéndolo él, sino estableciendo el marco de las condiciones constitucionales que lo favorecen, regulando la mediación en los conflictos, garantizando las libertades de la sociedad civil. Ahí, la laicidad del Estado no obsta para que este negocie con las organizaciones de la sociedad civil, siempre que se mantenga la autonomía específica de cada esfera.

Por otro lado, debemos caer en la cuenta de que lo público no es únicamente lo estatal. El Estado (salvo el totalitario) representa solamente un nivel del espacio público. De modo que la sociedad civil cuenta con instituciones de escala pública y servicio público, que no forman parte del Estado y, por tanto, no tienen por qué ser "laicas" en la misma medida en que no tienen por qué ser estatales (así, la economía, la política, la sanidad, la enseñanza, las artes, el transporte, los medios de comunicación, etc.). En tal sentido, en un sistema democrático, lo estatal nunca es coextensivo con lo público, que es más amplio, y ambos se distinguen del ámbito privado.

Los ideólogos del "laicismo" y la plataforma Europa Laica (financiada por la Fundación Pluralismo y Convivencia, dependiente del Ministerio de Justicia) postulan un "Estado laico". España ya lo es formalmente, según su Constitución. En realidad, lo que tales ideólogos pretenden es un Estado laicista, que restrinja la presencia de la religión en la sociedad y, sobre todo, que haga la vida imposible a las instituciones de la Iglesia católica. Así se desprende del análisis sus textos, su propaganda y sus campañas abiertas en Internet. No hace tanto tiempo, una concentración laicista, convocada a través de la red Europa Laica, fue apoyada por Izquierda Unida, por asociaciones de ateos y librepensadores y por varios colectivos del izquierdismo católico de base. Es decir, por una confluencia extraña entre el estalinismo residual, el anticlericalismo de un sector del PSOE, el liberalismo doctrinario de cierta masonería y el angelismo desinformado de unos grupos cristianos de base que se creen progresistas.

Todos ellos instrumentalizan un laicismo ya sobrepasado, pero útil para la batalla particular de cada cual. No hay que ser un lince para ver que todas las reivindicaciones que esgrimen bajo la pancarta de "por un Estado laico" apuntan directamente contra la religión y sus organizaciones existentes en nuestra sociedad. Esas vanguardias de la redención laicista, según la línea constante de sus escritos y declaraciones, tienen como meta ideal -digámoslo sin eufemismos- la utopía de la supresión indiscriminada de la religión y en especial una política de debilitamiento de la Iglesia católica y del cristianismo.

Sin embargo, en el plano de los hechos, no está claro quién saca beneficio. Puesto que solo la estrategia de los poderes multinacionales cuenta con poder efectivo y proyección mundial, resultaría que, en la práctica, los otros socios laicistas actuarían más bien como peones usados para luchar contra las resistencias que el cristianismo y la Iglesia pueden ofrecer todavía a una dominación cultural de signo nihilista, disfrazado aquí de laicista, que cada vez más supedita la democracia a los negocios.

Entre las consignas más coreadas, reclaman la "escuela laica" y la retirada de la financiación a los colegios concertados. Con esto están abogando por la liquidación de los colegios que no son propiedad del Estado, es decir, que son en su mayoría de instituciones de la Iglesia. Así de claro. En España, afecta aproximadamente a un 30% de la enseñanza primaria y un 15% de la secundaria. Ahora bien, si se suprimiera la financiación estatal, la consecuencia inmediata sería que en pocos meses tendrían que cerrar los centros, dejando a muchos profesores en el desempleo y a cientos de miles de niños en la calle. Sin ir más lejos, qué ironía, no pocos de los que apoyan semejante laicismo se quedarían sin su puesto de trabajo en los colegios concertados. Muchos de ellos, con niños en edad escolar y en colegios concertados... podrían ver cómo sus hijos se quedan sin escolarizar.

También han lanzado una "Campaña por una Universidad Pública y Laica", una vez más camuflando a los ojos de la gente lo que eso significaría: la supresión de las universidades privadas. Resulta paradójico que también en esto haya católicos supuestamente conscientes que han puesto su firma, pidiendo de hecho el cierre de las universidades de la Iglesia (las universidades de Comillas, Deusto, Salamanca, Navarra, Murcia, etc. y las numerosas facultades asociadas). Resulta contradictoria con la democracia esa postura que implica la reclamación de un confesionalismo ateo del Estado. No es decente tal empeño por camuflar bajo la etiqueta laica una agresión extemporánea contra la sociedad civil, cuyos derechos debe amparar la verdadera laicidad.

Lo peor de todo radica en la política de eliminación del pluralismo en la enseñanza, ya de por sí bastante limitado, ya que es el Estado, por medio del Ministerio y las Consejerías de Educación, el que decide los planes de estudio y controla todo el proceso educativo. El ideal de estos laicistas militantes parece estar en la completa estatalización del sistema educativo, al modo de los regímenes totalitarios y teocráticos. Es de temer que el Observatorio de la Laicidad, que han creado, degenere -si no lo ha hecho ya- en un sistema de difamación y delación dirigido contra el ejercicio de la libertad religiosa y de conciencia.

Más allá de esas convocatorias bajo lemas aparentemente progresistas, subyace una guerra persistente y oscura. Los cristianos que simpatizan con esa causa deberían pararse a pensar en serio si su objetivo no es ya reformar la Iglesia, sino destruirla. Pueden y deben hacer crítica de la Iglesia institucional con argumentos del Evangelio, no con los de sus enemigos declarados.

A todas luces, Europa Laica está haciendo un uso indebido de la religión como instrumento para la confrontación política. Sus planteamientos se camuflan como laicos, cuando resultan más propios de talibanes.

Defendamos la laicidad del Estado, la que garantiza el pluralismo, la libertad de conciencia y de religión. No olvidemos que el laicista odia a muerte esa laicidad.

Puede consultarse en Ensayos de Filosofía:
"El laicismo visto en la teoría, en la ley y en la práctica política"


Publicado 30 enero 2018