ANOTACIÓN


Función integradora de la religión


Martín Castilla Hidalgo

Profesor universitario de Filosofía, jubilado




Una de las funciones primarias del comportamiento religioso es producir integración social. Desde el punto de vista del individuo, este sale de su aislamiento y se siente acogido como parte de un grupo o comunidad, se siente perteneciente a una institución importante, significativa, poderosa y perdurable. Esta adhesión, no obstante, presenta contrastes y ambivalencias, puesto que puede potenciar tanto la alienación como la autonomía de la gente. En efecto: "La religión puede ser un aglutinante social y un impulso renovador, puede hacer a los hombres tímidos y conformistas, pero puede ayudarles también a actuar con independencia" (Gerd Theissen). Por eso, observamos que hay formas de pensamiento religioso que priman la sumisión a la comunidad (Confucio, Mahoma), cosa que ocurre también en determinados contextos históricos de cualquier religión; mientras que en otras formas predomina un mensaje de emancipación individual (Buda, Sócrates, Jesús).

¿Cómo algo que tiene una funcionalidad en el plano del sistema social puede, al mismo tiempo, desempeñar profundas funciones psicológicas? Debe haber sinergias, en la medida en que la cultura es interiorizada por el individuo. Pero también hay tensiones permanentes, desajustes, entre lo individual y lo social.

Cuando la integración en el grupo anula la razón y la libertad personal, se vuelve patológica y fácilmente abona el fanatismo. El fanatismo representa al fracaso más estrepitoso y la peor patología que afecta a la religión, aunque no sea algo privativo de ella, pues también acecha a la ideología política, al ateísmo y al deporte. El fanatismo constituye un caso de rampante sociocentrismo, por el que se antepone el interés del propio grupo hasta el punto de cegarse con respecto a los demás. En consecuencia, el fanático asume que el endogrupo siempre lleva la razón, por principio, y el exogrupo siempre yerra. El fanático se identifica con su objeto de adhesión con tanto entusiasmo que cifra en él el valor absoluto, la verdad absoluta que lo posee y que él posee en exclusiva. Esta posesión mutua confiere subjetivamente todo el derecho, de tal manera que se llega a justificar cualquier clase de tropelías contra los disidentes, una vez dictaminado que estos solo pueden yacer en el error y la maldad.

Es posible que la actitud fanática constituya también un caso particular de maniqueísmo, que contrapone la luz a las tinieblas, la verdad total a la mentira total. Es, desde luego, una forma de sectarismo, ese celo que divide el mundo en buenos y malos: el propio grupo es el único que obra bien y todos los demás son herejes y malvados. En ocasiones, adopta ademanes de populismo: la noción imaginaria de un "pueblo" (por supuesto "elegido") se utiliza como un mazo demagógico con el que aplastar la libertad de los ciudadanos y eliminar el pluralismo social. En esta clase de comportamientos, la exigencia de dar sentido al mundo degenera en la demencia, ardiente o fría, de imponérselo a toda costa, por la fuerza. De ahí que sea imperativo deslindar netamente entre las formas saludables de religión y sus versiones espurias, propensas a la alienación individual o colectiva.


Publicado 04 abril 2015