ANOTACIÓN


Pensar la religión, ejercitar el espíritu


Agustín Moreno Fernández

Universidad de Granada




El filósofo y teólogo Juan Antonio Estrada, a través de la Escuela de Fráncfort y otros referentes, subraya cómo en nuestra época conviven una excepcional eficacia de la racionalidad técnica, científica e instrumental y una extraordinaria dificultad y ceguera para la racionalidad de los fines de los que nos hemos de dotar como humanidad, que también afecta a sociedades enteras y personas en cada lugar, con análogas dificultades para orientar la propia vida, más allá de las complicaciones para encontrar sustento, ocupación laboral y condiciones básicas de bienestar.

La propia ciencia no es ajena, ni a los dramas de una crisis global, ni a los de las propias incertidumbres de la ciencia en particular, tampoco en el sentido más existencial. Pues como recuerda Ortega la vida que se vive es realidad radical. Thomas Kuhn refiere cómo en el siglo pasado, en la física, se viven momentos críticos cuando reina la inestabilidad, en términos de un suelo que "desapareciese bajo los pies" sin cimientos firmes que pisar, en palabras de Einstein. Un estado de "terrible confusión", según Pauli, que le lleva a cuestionar su vocación científica. Nada que ver con la "esperanza" y la "alegría vital" que le devuelve Heisenberg con su propuesta (la mecánica cuántica), que al menos hacía posible de nuevo avanzar.

La incertidumbre, la inseguridad, la falta de horizontes, de finalidad, son difíciles de sobrellevar, para las personas científicas y para cualquier mortal. La humana búsqueda de sentido, respuestas o motivos para vivir, como preocupación y como tema de estudio, no solo no es exclusiva de la filosofía, la psicología, la psiquiatría, la sociología u otras ramas del saber, tampoco de la religión y la espiritualidad. Todas quedan, además, sobrepasadas por aquella. Pero ninguna sobra y ninguna debe pretender excluir al resto para seguir intentando comprender al ser humano. Eugenio Trías, asumiendo lo adecuado pero cuestionando lo inadecuado de la crítica ilustrada a la religión, es consciente de su provocación al volver a proponer Pensar la religión en los umbrales del tercer milenio, llamando la atención sobre el hecho del interrogante último e irreductible acerca de una trascendencia y unas verdades que las religiones proponen más allá del papel que se les habría otorgado modernamente como folklore, tradición o código moral, supuestamente perfectamente traducibles (cuando no suplantadas) por la razón secular.

Estrada, en un completísimo y admirable estudio sobre los ejercicios espirituales ignacianos, Los ejercicios de Ignacio de Loyola (Desclée, 2019), analiza y comenta estos de forma crítica, filosófica, teológica e interdisciplinar. Identifica sus límites, ambigüedades y vigencia; los aciertos y desaciertos interpretativos de los jesuitas y de la Iglesia, valorando también hallazgos y aportaciones de estos y de su creador original. Pone de manifiesto que ni estos ejercicios, ni ningún ejercicio o búsqueda espiritual, se dan sin elaboraciones religiosas, filosóficas y culturales que hay que sacar a relucir y examinar. Que su carácter práctico y su ayuda en la búsqueda de sentido y de Dios, en el propósito de hallar y articular cuáles son los fines que damos a la vida y los medios para ello, nunca ahorran las preguntas, ahogadas por la religión o cualquier ideología cuando son opiáceas y medio de evasión. Que el discernimiento personal es continuo y la libertad nunca se deja de conquistar, con relación a una realidad histórica, social, política, natural, cósmica, siempre pendiente de conocer mejor, ambigua y con retos que afrontar.

Hace 500 años Ignacio de Loyola, herido en batalla, hizo fructificar su convalecencia al cuestionarse su propia vida, reordenando metas y valores, buceando en sí mismo, empleando la inteligencia (e)mocional en su ejercitación espiritual. Trató de discernir lo que creyó intuir que Dios le pedía encarando desafíos cruciales de la sociedad y la cristiandad de su tiempo. ¿Será la herida pandémica hoy ocasión para volver sobre nosotros mismos, nuestras prioridades personales, sociales y humanas y ofrecer nuevas respuestas con renovados bríos a los viejos y nuevos desafíos? Frente a excesos intelectualistas, de crédulos o cínicos fundamentalistas, pero también de desmesuras místicas, parece incuestionable, parafraseando a Kant, que pensar la religión o buscar a Dios sin ejercicio del espíritu resulta huero y ejercitarlo sin pensar, ciego.

Publicado originalmente en el diario Ideal (Granada, Jaén y Almería), 8/8/2021.


Publicado 29 noviembre 2021