ANOTACIÓN


‘Las muertes de Dios’, de Juan Antonio Estrada


Agustín Moreno Fernández

Universidad de Granada




Juan Antonio Estrada
Las muertes de Dios. Ateísmo y espiritualidad.
Madrid, Trotta, 2018.

Las-muertes-de-Dios

Sin lugar a dudas uno de los lemas fundamentales, más ilustrativos y significativos de la filosofía contemporánea y posmoderna es el de la expresión nietzscheana “Dios ha muerto”, a veces asumido como un dogma de fe que se pretende tan incuestionable como otros de signo contrario. Pero el problema es que en no pocas ocasiones quienes defienden y tratan de argumentar sus posiciones a través de su fe, sea atea, teísta o agnóstica, más centrados en la tarea de impugnar las ideas contrarias, llevados quizás por el ardor en defensa de su credo identitario, eluden una pertinente y necesaria labor previa de elucidación, indagación y examen de aquello que está en juego; de sus presuposiciones e implicaciones, incluyendo aquellas que anidan en los propios posicionamientos y argumentos.

En este sentido no sería descabellado que quienes se lanzan a la pugna ideológica, a favor o en contra del “Dios ha muerto”, olviden, tanto los primeros como los segundos, que el origen de este aserto es antes teológico y religioso que filosófico, antes hegeliano que nietzscheano, aunque los significados varíen; que la pregunta por Dios permanece siempre. Y que incluso quienes afirman su existencia como certeza, sobre todo en las coordenadas del cristianismo, habrían de examinar los ingredientes de su incuestionable creencia exponiéndola al Viernes Santo, a la Cruz, en la que mueren tantas imágenes y creencias de la divinidad, hasta la misma divinidad, incluso si posteriormente se habla de resurrección, se den los sentidos que se quieran a esa muerte oprobiosa, tan ajena a lo divino, al menos para judíos, griegos o romanos.

Parte del gran interés del libro que presentamos, precisamente, radica en la comprensión histórica del proceso que tiene lugar en los orígenes y desarrollo del cristianismo en el que se trata de interpretar el por qué de la cruenta ejecución de Jesús como muerte divina, siendo tan difícil – de ahí en parte la sofisticación de los intentos de respuesta – por resultar tan contradictorio y extraño en distintos sentidos. Qué significados se dio a la vida, a la muerte y a la resurrección de Jesús, con un protagonismo indiscutible de la visión de Pablo de Tarso, sin ahorrar nada de las vicisitudes socio-históricas y culturales, hermenéuticas, exegéticas y teológicas, es una problemática amplia objeto de los capítulos tercero (La cruz y la muerte de Jesús) y cuarto (La resurrección y la muerte de Dios).

Cualquier libro de Juan Antonio Estrada es resultado de un profundo y riguroso estudio. Fundamentado en su vasto saber y en su dilatada trayectoria intelectual, académica e investigadora, con gran proyección docente. Nutrido, principalmente, aunque no solamente, de la filosofía y de la teología. En las fuentes y comentarios clásicos y contemporáneos, antiguos y más actuales, en las diversas lenguas modernas. Esto, que es una afirmación válida para prácticamente todas sus obras, también lo es para su sugerente título: Las muertes de dios. Ateísmo y espiritualidad. Este libro, que merece la atención de cualquier persona interesada en temas filosóficos, religiosos o teológicos, pero también sociológicos e incluso históricos, por cuanto nos sitúa ante una de las claves diagnósticas principales de nuestro tiempo, también merece la pena en un sentido académico como compendio y obra de consulta y de referencia del pensamiento contemporáneo. Pues una de las virtudes principales del autor es que incluso si se ocupa de temáticas muy concretas de autores o corrientes intelectuales determinadas, las cuestiones quedan contextualizadas perfectamente en su  marco conceptual, filosófico, teológico o del ámbito que se trate, con cuantiosas y precisas referencias bibliográficas. Conjugándose armoniosamente análisis y síntesis, presentación de cada postura y discusión, con especial énfasis en la exposición de sus presupuestos, implicaciones y ambigüedades, incluso en relación a las propias posturas atribuibles al autor.

Más allá de dirimir el significado de la expresión “muerte de Dios”, el autor se propone un reto más ambicioso al que invitamos al lector a acompañarle, pues disfrutará por el recorrido con gran provecho y aprendizaje por los diversos sentidos de “las muertes de Dios”, porque la “muerte de Dios”, parafraseando a Aristóteles, se ha expresado de muchas maneras. El capítulo primero (Las muertes de Dios en la filosofía) se extiende en el análisis de lo religioso y de las imágenes de lo divino a partir de la Modernidad ilustrada y su crisis. De Kant y su previa influencia humeana, a la posmodernidad, el nihilismo y Heidegger, pasando por Hegel, Feuerbach, con especial y evidente detenimiento en Nietzsche. Pero con menciones también a otros autores como Spinoza, Descartes o Pascal, o incidiendo en el diverso enfoque de la cuestión de Dios en las tradiciones filosóficas alemana y francesa, y en las consecuencias en los terrenos cognoscitivo, antropológico, ético y de los valores, no sólo religiosos, con especial lucidez en la atención a la secularización y la transformación de las imágenes de Dios, insospechadas o ignoradas tantas veces.

La temática del capítulo segundo es más teológica (La crisis del monoteísmo bíblico) pero su carácter no es menos crítico o riguroso, ni se ahorra los cuestionamientos filosóficos. Al contrario, otra de las virtudes del libro es la expresión del diálogo y la discusión fecunda entre filosofía y teología, con continuas referencias cruzadas entre los capítulos (incluso si pueden leerse como estudios independientes, están articulados al respecto del conjunto de la obra). Para hablar de “las muertes de Dios”, se hace precisa la comprensión y la profundización al respecto de qué dios se está hablando. En el caso occidental la referencia a la Biblia hebrea es ineludible y principal. Y, en relación a esta, es necesario atender al estudio de su redacción, composición y sistematización, en relación a los contextos geográficos, históricos y culturales, no sólo de los hebreos sino de otros pueblos y cosmovisiones con los que están en contacto. Nadie mejor que alguien como el autor, con la condición de erudito de la filosofía, la teología y el estudio de las religiones para: dar cuenta, como hace, de la génesis del paradigma teológico; exponer la evolución del Yahvé nacional, en un contexto de henoteísmo, al Dios universal y omnipotente del monoteísmo; o plantear cuestiones de tanto relieve hoy como la de la violencia que se le asocia a este, pero que sería insuficiente sin valorar, aquí sí se hace, las violencias que también se mitigan o eliminan (por ejemplo con la progresiva eliminación de los sacrificios humanos en relación a la paternidad divina universal); o el hecho de que el politeísmo y otros sistemas religiosos no estén exentos de violencias. Se analiza así mejor todo lo que supone la crisis y la pérdida de credibilidad de las representaciones bíblicas de Dios.

Podemos animar a la lectura del capítulo final de Las muertes de Dios (Humanismos y espiritualidades sin Dios) como una guía para no perdernos entre las diversas tendencias de religión y espiritualidad de nuestro tiempo, valoradas en su justo contexto. Esta contextualización nos sirve también para situarnos en el panorama filosófico contemporáneo. Pues las diferentes cosmovisiones religiosas no son ajenas a la crisis de la fundamentación de los valores, a su propio carácter contingente sea cual sea su pretensión de dar cuenta de lo absoluto, de lo cósmico o de lo trascendente, incluso si en una coyuntura aceptada como posmoderna y de “muerte de Dios” se trata de una trascendencia inmanente o intrahistórica. Porque en ningún caso los discursos que tratan de dar cuenta de ella no están menos atravesados, como los mismos sujetos que los encarnan o hablan de sus experiencias religiosas, por su propia inserción en un tiempo histórico y en unos condicionantes concretos susceptibles también de examen. Se nos advierte aquí que la saludable actitud crítica a través del soporte de las tradiciones filosóficas y religiosas de origen sobre todo asiático, aplicada a las tradiciones occidentales, ha de completarse con un recíproco ejercicio crítico. Pues si bien pueden verse más claras las deficiencias de lo propio a través de los ojos ajenos (ignorando en ocasiones las críticas ya generadas en la propia historia del pensamiento occidental), es insuficiente e ingenuo no someter al mismo juicio crítico otras visiones filosóficas, religiosas o espirituales, que incluso si cuestionan el logocentrismo occidental o pretenden superar el sujeto individual, jamás pueden, salvo que no digan nada, dejar de incurrir en similares pretensiones de validez racional al respecto de las visiones del mundo que representan, igualmente condicionadas, y no solamente subjetivamente, les guste o no.

Juan Antonio Estrada expone en la posmodernidad sobre todo a través de Vattimo, aunque no sólo, en qué consiste la interpretación humanista del cristianismo, que se pretende alternativa a la religión cristiana, con sus luces, sombras y ambigüedades. Por ejemplo con la solidaridad por bandera, por un lado, pero con la neutralización de la crítica religiosa, desaparecida en la acomodación a la sociedad y a la pura inmanencia, por otro. También nos da cuenta, con especial protagonismo en la filosofía francesa contemporánea, de diferentes formulaciones humanistas que representan formas de espiritualidad laica o atea que eluden a Dios, aunque su intención sea identificarse con los valores del cristianismo y del propio Jesús. Y nos asoma además a la confluencia del cuestionamiento filosófico occidental posmoderno en su afinidad con diversas corrientes místicas de distinto cuño, al respecto de las cuales también se pregunta si cabe el recíproco encuentro. Lo que resultaría innegable y certero, una vez más y en cualquier caso, es que toda experiencia mística sigue estando mediada de forma lingüística, subjetiva e intersubjetiva. De nuevo aquí, en una magistral dialéctica fecunda de comparación y cuestionamiento entre posturas filosóficas, religiosas y teológicas, se ponen de manifiesto las costuras no solamente de la tradición del pensamiento occidental, cuya noción de la divinidad a través de las “muertes de Dios” se ha examinado profusamente en todo el libro, sino también las costuras del resto del planteamientos, a las que el pensamiento occidental en general, y las tradiciones bíblica y el Dios de Jesús en particular, también pueden presentar objeciones e interrogantes, mostrando a través de su especificidad y carácter contingente, la contingencia ajena, pero también el propio valor. Sin embargo, lo que en el propio legado hay de valiosa herencia, se asuma o no como credo confesional, queda oscurecido cuando de forma inercial, tendenciosa y superficial, se desprecia la propia tradición que no se conoce y, por tanto, tampoco se hereda, ni se reforma ni se actualiza. De forma paradójica cuando, con prisa por adornarnos con otras tradiciones que suponemos radicalmente distintas y de atractiva alteridad, dejamos de ejercitar el músculo de la crítica racional y, por tanto, dejamos de ver defectos, carencias y elementos nocivos, que no hemos nunca de dejar de identificar. Y, a la vez que dejamos de interrogarnos por la alteridad que representa la propia herencia secular, tejida de tantos elementos dispares, dejamos de entrever lo comúnmente tejido, defectuoso y virtuoso, por los hilos de la común humanidad.

En el epílogo (¿Creer después de las muertes de Dios?), incluso si se acaba centrando en la posibilidad y plausibilidad de la creencia en el Dios de Jesús, se plantean preguntas en todas las direcciones. Se enfatiza la identificación de la divinidad, a través de los relatos de la vida, la muerte y la resurrección de Jesús (no ajeno a la pregunta por Dios y a su silencio en el Gólgota), con todas las personas crucificadas del mundo. Y, más allá de cualquier interpretación, confrontación o impugnación, intelectual, filosófica o teológica, la figura de Jesús sigue cuestionando a todos. Plantea preguntas tanto para quienes proclaman la muerte de Dios como para quienes la niegan, en cualquiera de los sentidos en que la interpretemos. A cualquiera que le apasione este tema, en torno al que se articulan tantas controversias, también le apasionará esta obra, que sirve además para acercarse a debates filosóficos y teológicos clásicos y contemporáneos. Como todos los del autor, se trata de un libro honesto, riguroso, serio y solvente.

Recensión


Publicado 08 marzo 2021