ANOTACIÓN


La noción de ‘identidad cultural’


Pedro Gómez García

Catedrático de Filosofía jubilado. Universidad de Granada




La identidad cultural designa propiamente una cultura en el sentido antropológico del sistema social como un todo, pero en el uso ordinario alude a una serie de rasgos escogidos de forma arbitraria, a los que un grupo humano se adhiere emocionalmente, con fines políticos.

 

Introducción

La locución "identidad cultural" carece de sentido unívoco. Entre los antropólogos se dan teorías muy dispares. Unos la entienden como el conjunto de los componentes objetivos de un sistema sociocultural, tanto empíricos como simbólicos e imaginarios. Otros insisten en la adscripción subjetiva y emocional a una comunidad, caracterizada por una breve selección de rasgos emblemáticos, representativos o identitarios, aun si carecen de importancia efectiva, que, en realidad, solo alcanzan en virtud de la manipulación política. Otros, finalmente, no encuentran fundamento al concepto y creen que habría que estudiar la "identidad cultural" como un aspecto de la ideología.

 

Significado y usos de la expresión

La noción de identidad cultural depende del concepto de cultura que tengamos. Estaremos de acuerdo en que la naturaleza humana constituye una invariante de larga duración, mientras que la cultura evoluciona más rápidamente. Luego, hay que dilucidar si el concepto de cultura alude a la escala individual o a la social colectiva. Si optamos por esta última, aún falta saber si debemos centrarnos en el comportamiento observable del sistema social o en la estructura que informa y regula ese funcionamiento.

La identidad cultural representa una expresión análoga, si no idéntica, a "identidad social", "identidad étnica", "identidad popular" e "identidad nacional", que, a su vez, equivaldrían a los conceptos de "sociedad", "etnia", "pueblo" y "nación", salvando los matices. Si esto es así, habría que remitirse a tales términos antropológicos y sociológicos. No obstante, parece legítimo examinar por separado esta noción de identidad cultural.

El modo de plantear la investigación ha de aspirar a un enfoque nomotético. El enfoque del empirismo idiográfico no es capaz de proporcionar más que una descripción particularista, en exceso superficial y alicorta. Para ir más allá, debemos potenciar la búsqueda teórica, que es lo que distingue la ciencia antropológica de las perspectivas precientíficas y anticientíficas.

 

La identidad como sistema y como emblema

La identidad cultural como sistema es, a la vez, social, política, lingüística, familiar, religiosa, filosófica, jurídica, vestimentaria, artística, etc. Es una entidad producida por el devenir histórico, con un pasado siempre heterogéneo. Y con un futuro no escrito. Por consiguiente, es un sistema abierto: lo mismo que el pasado histórico resultó de la síntesis cultural, de la creatividad y la respuesta a los desafíos encontrados, la adhesión presente -para no ser patológica- debe incorporar una apertura hacia el futuro que no destruya los logros ya alcanzados, por ventura no marcados como identitarios.

No hay elementos culturales simples o inconexos, sino que siempre se trata de sistemas, con un grado variable de complejidad organizativa. Existen diversos niveles de organización de la cultura y en todos ellos encontramos estructura. De modo que la cultura es un sistema adaptativo complejo, de escala social, compuesto de subsistemas especializados.

Ahora bien, incluso el perfil del sistema como totalidad, en la medida en que pueda trazarse, nunca responderá a un modelo uniforme ni esencial, sino que a lo sumo reflejará una "identidad estadística" (Lévi-Strauss 1977), sometida a relaciones de incertidumbre.

Lo paradójico es que, en los territorios donde más triunfa la idea, así como en el uso predominante entre los científicos sociales, lo que llaman "identidad cultural", no se refiere al sistema en su compleja realidad, sino a unos cuantos rasgos, denominados a veces "señas de identidad" o "marcadores de identidad", que normalmente se presentan empaquetados y se les adscribe la etiqueta de un gentilicio.

Esa perspectiva de la identidad etiquetada es propensa al subjetivismo, restringe y clausura la "identidad" en una sucinta recopilación de características, como una suerte de esencia que postulan que habría de mantenerse a salvo de toda alteración futura. Por otra parte, los rasgos o criterios seleccionados como emblemáticos de la "identidad" se presentan cargados de connotaciones políticas (sin las cuales probablemente se tornarían insignificantes).

Entre los elementos identificativos los hay de mayor importancia estructural, como la lengua, la economía, el parentesco, o la religión, pero hay otros que, sin ser tan trascendentes, adquieren un gran significado en la medida en que arraigan profundamente en la cenestesia y el sentimiento de la gente: la música y los cantos populares, las fiestas y los trajes folclóricos, el arte culinario y los sabores, las leyendas, los cuentos y los mitos populares.

En cualquier caso, esa modalidad de conformación un tanto fortuita de la identidad selecciona unos cuantos "marcadores" particulares, que en modo alguno dan cuenta del sistema cultural como un todo, aunque quieran representarlo. Esto conduce al resultado de que casi todas las "identidades" son seudoidentidades por referencia al sistema social real, puesto que se definen por una serie limitada de facetas heteróclitas, basada en opciones de una gran arbitrariedad. En consecuencia, el discurso identitario, lejos de situarse en el plano de la historia, pertenece al de la ficción. Todo esto no impide que cumpla una función social.

 

Analogía con las "razas" biológicas

Como es sabido, las presuntas razas biológicas, como subdivisiones de la especie humana, se estudiaron primero a nivel de ciertos rasgos visibles, anatómicos y morfológicos. Más adelante, se introdujeron análisis fisiológicos, como el de los grupos sanguíneos, con lo que la clasificación de las razas geográficas se resintió y quedó en entredicho. Finalmente, la investigación del profundo nivel genético disolvió por completo el concepto de "raza" y su tipología, de modo que solo quedó en pie el concepto de genoma, al que pertenece toda la diversidad biogenética, estudiada por la genética de poblaciones. No hay tipos raciales. La distribución de la variabilidad biológica, interna a la única especie humana, solo se puede expresar estadísticamente para cada población.

Por tanto, si nos proponemos comparar la codificación cultural con la información genética, lo más coherente, sin duda, sería comparar la identidad cultural con el nivel más fiable de la identidad biológica: el genoma. Los rasgos culturales estarían articulados como "sociogenes", aunque no son exactamente como los genes de ADN. Pues, en lo cultural, no solo están dados y se activan diferenciadamente, sino que se adquieren por aprendizaje y se pueden reprogramar e inventar en una escala temporal mucho más acelerada, como es la del acontecer histórico y e incluso la de la vida individual.

En cambio, cuando se entiende como un conjunto arbitrario de rasgos, la identidad cultural resulta fácilmente asimilable al antiguo concepto de "raza" y susceptible de una refutación análoga. En efecto, lo que ocurrió con los presuntos tipos raciales es lo que ocurre con los estereotipos culturales, incluso con los mejor fundados. Tengamos claro que una lengua es una lengua, no una cultura. Una religión es una religión, no un sistema cultural. De hecho, la misma lengua o la misma religión la pueden compartir diferentes sociedades.

Entonces, para interpretar la diversidad cultural, las semejanzas y las diferencias, podemos postular el marco teórico de una "sociogenética de sociedades", que no persigue establecer estereotipos, sino modelos estadísticos de la frecuencia de tales o cuales variantes de subsistemas y reglas culturales (al modo de "sociogenes") en cada sociedad.

Cada sistema social presentaría un perfil de frecuencias estadísticas, como fluctuaciones adaptativas del patrón cultural universal (el "sociogenoma"), fundamentalmente el mismo en todas partes. Toda la diversidad cultural concreta es "epigenética", en parte adaptativa, a veces equipolente, o indiferente, y resulta de la interacción de las predisposiciones de la naturaleza humana con el ecosistema, mediada históricamente.

Igual que en la especie humana solo hay una raza, la sapiens, en las sociedades de sapiens solo hay una cultura, la humana, a la que pertenece toda la diversidad observable históricamente.

 

Homología con el totemismo

Aunque en buena teoría los perfiles identitarios sean engañosos y no den cuenta del sistema social real, no por ello dejan de cumplir funciones sociales. Una de ellas puede explicarse haciendo ver cómo existe una homología estructural con el totemismo, tal como fue analizado por Lévi-Strauss (1962). En efecto, la hipótesis del totemismo ofrece un modelo de interpretación bastante adecuado para comprender qué es y cómo opera el sistema de "identidades" culturales, como matriz clasificatoria. La invención de una serie imaginaria de separaciones diferenciales entre una identidad y otra tiene como objeto pensar como opuestas las diferencias que se quieren crear entre las sociedades en el plano de la vida real.

Cada proclamada identidad se inscribe en una estructura de relaciones y oposiciones que sirve de mecanismo discriminatorio, como formando parte de un sistema totémico. En torno a cada tótem, surgen y se difunden narraciones de índole mítica, así como actitudes y sentimientos indudablemente religiosos, con lo que se consigue un eficaz instrumento para movilizar a la gente y, llegado el caso, manipularla políticamente.

 

Crítica al particularismo identitario

Sería necesario atender al sistema, a las interacciones entre el todo y las partes, y a su inexorable evolución. Unas emblemáticas "señas de identidad", por significativas que sean, son ostensiblemente arbitrarias, fragmentarias y opacas. En realidad, fracasa todo intento de que un rasgo o un conjunto de ellos constituyan de por sí una identidad objetivable, que nos haga inteligible la complejidad del sistema.

Por si fuera poco, la identidad cultural plasmada en un prontuario de rasgos sacralizados, más que una virtualidad explicativa, desempeña una función religiosa, al proponer un credo, unos mitos, unos rituales y una ética a los que deben prestar su adhesión los fieles seguidores. De modo que los movimientos identitarios fungen como religión política, vivida en la práctica como una fe de salvación terrestre.

Las "identidades" de esa clase se convierten en tóxicas, contagiosas, virales. Alguien escribió denunciando las "identidades asesinas" (Maalouf 1998). Y la historia se repite: cuando la exaltación de la identidad alcanza su apoteosis, resuenan tambores de guerra, y entonces el identificar a unos conlleva excluir a otros y, en último extremo, postula su exterminio.

Por lo demás, la ideología de la identidad cultural, que seduce a tantos en nuestro tiempo, se manifiesta a través de una serie de avatares entre los que podemos destacar: el comunitarismo, el multiculturalismo, el etnicismo, el populismo, el nacionalismo, etc. En todos ellos el discurso identitario modela un relato mitológico mendaz, que, ya se vista de derechas o de izquierdas, siempre enmascara una mórbida visión reaccionaria. El culto de la identidad encarna el trasunto de un politeísmo pueril.

El particularismo en sus múltiples hipóstasis se empeña en ignorar lo humano común y universal, para crear una ficción de humanidades parcelarias, mutiladas y encerradas cada una en un redil aparte. Contra lo que pudiera parecer, el multiculturalismo no defiende el pluralismo cultural, sino que comporta su negación (Sartori 2000), puesto que, en vez de una sociedad pluralista, propugna una pluralidad de culturas estancas.

 

Conclusión

Desde un punto de vista teórico, la identidad cultural de un sistema social, en cualquier escala, está constituida por la totalidad de sus componentes, estructuras y códigos. Y, en última instancia, se enmarca en el sistema global de la cultura humana, que incluye toda la diversidad inherente. A este planteamiento se contrapone una concepción particularista de las identidades, cuya explicación hay que buscarla en el desconocimiento y en la utilidad política que reporta. Pero esta forma de entender la identidad se desvela como mero señuelo para engaño de desprevenidos y euforia de partidarios, un artificio destinado a la obtención y el reforzamiento del poder.

En definitiva, lo que suele denominarse "identidad cultural" no es un concepto válido para explicar las semejanzas y diferencias culturales, aunque funciona como ardid ideológico en las maniobras de la batalla política.

 

Referencias bibliográficas

Aguirre Baztán, Ángel
1997 Cultura e identidad cultural. Introducción a la antropología. Barcelona, Bardenas.

Barth, Fredrik (coord.)
1969 Los grupos étnicos y sus fronteras. La organización social de las diferencias culturales. México, Fondo de Cultura Económica, 1976.

Breton, Roland J. L.
1983 Las etnias. Barcelona, Oikos-Tau, 1983.

Cavalli-Sforza, Luca y Francesco
1993 Quiénes somos. Historia de la diversidad humana. Barcelona, Crítica, 1994.

Lévi-Strauss, Claude
1962 El totemismo en la actualidad. México, Fondo de Cultura Económica, 1965.
1977 La identidad. Seminario. Barcelona, Ediciones Petrel, 1981.

Maalouf, Amin
1998 Identidades asesinas. Madrid, Alianza, 1999.

Morin, Edgar
2001 El método, 5. La identidad humana. Madrid, Cátedra, 2003.

Mosterín, Jesús
2009 La cultura humana. Madrid, Espasa.

Sartori, Giovanni
2000 La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros. Madrid, Taurus, 2001.


Publicado 12 julio 2020